ROMANCE IV
DOMINGO MATEO DE AMAYA
(1285)
I
Del noble Villavicencio / en la morada suntuosa, / donde el Arte y el buen gusto, / unidos á la notoria / distinción de la nobleza, / y aun más á la protectora / acción eficaz del oro, / que abrillanta cuato toca; / pues allí do la Fortuna / extiende su mano pródiga, / lujo, bienestar, grandeza, / con profusión amontona; / en esta casa, ó palacio, / ó si se quiere ambas cosas, / es costumbre inveterada / que en reuniones amistosas / se den cita las familias/ más pudientes y aristócratas, / que disfrutan en Xerez, / desde la fecha gloriosa / en que la ganó el rey Sabio / á los hijos de Mahoma, / pingües rentas y heredades / como premio á las victorias / del musulmán conseguidas / en mil batallas heroicas.
Aquí asisten consecuentes / las linajudas señoras / de Gutierre de Orbaneja, / de Machuca, Finojosa, / de Dávila, de Alvar Fáñez, / de Riquelme, de Mendoza, / y de otros cien caballeros / de brillante y limpia historia; / si por el solar ilustre / por las hazañas gloriosa.
De la estancia en una parte / agrúpanse las señoras / sosteniendo alegre charla / chispeante y decidora; / siendo objeto muchas veces / del regocijo de todas, / entre risas argentinas / y carcajadas sonoras.
Tal pone la puntería / al encaje de unas tocas / que vio al cruzar de San Marco / por la callejuela angosta; / quién se burla de un brial / que cierta grave señora / ostentaba siendo falso / como inestimable joya; / quién se fijó en un chapín / de antigua y grotesca forma / quién en la falda de raso, / en el velo ala de mosca / y que de negro presume; / y en otro millar de cosas / motivo del charloteo / y murmuración ruidosa, / con que pasan sus veladas / las linajudas señoras.
Eso ocurre en una parte / del salón; pero en la otra, / sostienen los caballeros / discusiones calurosas, / sobre el cerco prolongado / que con suprema zozobra / la ciudad desesperada / y enfurecida soporta.
El infame Aben-Yussuf / con insistencia sañosa / hace seis meses que asedia / á Xerez, que valerosa / y decidida, rechaza / las frecuentes intentonas / de asaltos viles, urdidos / del deshonor á la sombra: / es el capital asunto / que la concurrencia toda / de caballeros, comenta, / con duras y airadas formas, / y que juran y perjuran / con vehemencia rabiosa, / en que todos los ardides / y amenazas baladronas, / que echa á volar el alarbe / con risible vanagloria, / no está muy lejos el día / en que los paguen con sobras.
II
Al oriente de Xerez, / junto á una faja anchurosa / de escuálidos olivares, / cuyas desmedradas copas / manifiestan los estragos / de las luchas azarosas / que con el infiel sostienen / nuestras aguerridas tropas; / enmedio estos campos yermos / levántase escueta y sola / de construcción muy reciente, / Torre tan ancha cual tosca, / y que trasciende á morisca / por lo elevada y lo sólida. / Afirman los alarifes / constructores de tal obra, / que se levantó exprofeso / para que incesantes horas / observe allí Aben-Yussuf / las guerreras maniobras / de agarenos y cristianos, / cuando se buscan y acosan / con escaramuzas, choques / y con celadas traidoras.
Hay del vulgo quien supone / y de él la gente más tosca, / que la Torre susodicha / aventaja ya con sobra, / por el grueso de sus muros / y su altura prodigiosa / á la misma de Babel; / pues casi á las nubes toca / con los últimos ladrillos / de s u almenada corona: / y aun no faltan timoratos / de alma cobarde y medrosa, / que intervención dan en todo / á duendes y á brujas hórridas, / y al infiel juzgan en tratos / con la caterva diabólica, / que achaquen á la tal Torre / influencia misteriosa / en los lances de la guerra, / ora contraria, y a próspera, / para el muslim siendo siempre / anuncio de la victoria; / en cambio para los nuestros / digno de infausta derrota.
Pero sean lo que quieran / las insensatas y locas / especies que se divulgan / volando de boca en boca; / en unos tomando aspecto / de visión fantasmagórica, / echando en otros la duda / raíz penetrante y honda, / y arrancando de los menos / la carcajada ruidosa / de incredulidad escéptica, / lo cierto es que altiva y fosca / la Torre, muda atalaya, / levántase escueta y sola / comedio del campo yermo / cual una visión medrosa, / que aunque otra cosa se diga / llena el ánimo de sombras; / pues supersticiosa y crédula / la gente de baja estofa, / da crédito á las patrañas / que vuelan de boca en boca.
III
De una tarde de septiembre / corrían las últimas horas, / y á la puerta del Alcázar / una multitud ansiosa / de noticias y no buenas, / se estruja, codea y agolpa, / anhelando que alguien llegue / á mitigar la angustiosa / situación de los que unidos / allí un mismo afán convoca.
Cada vez que pasos suenan / por la escalera anchurosa, / todos alargando el cuello / sobre los pies se incorporan; / éste se agarra al del lado, / aquél en otro se apoya, / y cada cual el primero / oír la noticia ambiciona / de cómo el Alcaide sigue, / de la enfermedad traidora / que entre la vida y la muerte / le tiene hace largas horas.
Un murmullo prolongado, / semejante al de las olas / de la mar alborotada / por tempestades furiosas, / cruza las compactas filas / de la multitud ansiosa, / y abriéndose entre ella paso / con dificultad penosa, / DOMINGO MATEO DE AMAYA / el de noble ejecutoria, / así dijo emocionado / con voz triste y congojosa:
—¡Sabed que el Alcaide muere / según ha afirmado ahora / con solemnidad la Ciencia!
La desgracia nos le roba / en los momentos más críticos, / cuando más provocadora / é insultante la morisma / nos reta altiva y furiosa, / quizá segura del número / de nuestras mermadas tropas / y por el contrario ella, / alardeando jactanciosa / de sus veinte mil caballos / y de su bravura indómita, / que después en la batalla / en vileza ruin se torna.
Pero el peligro no cesa / y el musulmán nos acosa; / cada vez son más frecuentes / las cobardes intentonas; / y sabedlo, amigos míos, / que á todos saberlo importa / y el callarlo infame fuera: / anoche en las altas horas / unas turbas de agarenos / protegidas por la sombra, / pretendieron un asalto / dar por la Puerta de Rota, / que sin el valiente arrojo / y la táctica ingeniosa / do su Alcaide el gran Riquelme, / quién duda, tal vez ahora, / Xerez estaría en las manos / de los hijos de Mahoma.—
Dijo, y la encendida rabia / tornó sus mejillas rojas, / enjugando con su fuego / dos lágrimas temblorosas / que antes vertió inconsolable / por la existencia preciosa / del ínclito Pérez Ponee (1) / de Alcaides honor y gloria.
(1) Al valor de este insigne caudillo se debe en gran parte el sostenimiento del cerco durante seis meses, cuyos incesantes trabajos comprometieron su vida de tal modo, que los médicos desconfiaron de salvarla. Fernán Pérez Ponce murió poco después de levantado el cerco de Aben-Yussuf, y en ocasión de hallarse en Xerez el rey D. Sancho, quien manifestó tan gran sentimiento por su muerte, que se vistió de luto y acompañó su entierro hasta San Francisco, donde fué enterrado en su capilla de San Pedro. (Véase Hª de Xerez por el P. Rallón t.° II, pág. 175).
IV
En la multitud produjo / una emoción viva y honda, / la inesperada noticia / de que sin remedio es pronta / la muerte del noble Alcaide, / de hidalgos espejo y honra; / pero tanto ó más profunda / á un tiempo en todos causóla, / pues mirándose quedaron / con cara espantada, atónita, / y aun vióse en muchas de ellas / la impavidez del idiota, / al saber el caso grave / de la frustrada intentona / del asalto por sorpresa / dado en la Puerta de Rota.
Pensar que tan vil gentuza / de una manera traidora / hubiera puesto sus plantas, / siquiera por breves horas / en las calles de Xerez / satisfecha y victoriosa, / es pensar en la catástrofe / más tremenda y espantosa / que al hombre ocurrir pudiera; / y que delirante y loca / esquiva soñar la mente, / que hasta el soñarlo le asombra.
Aun ven de MATEO DE AMAYA / la expresión triste y llorosa / al hablarles del Alcaide; / y que iracunda se torna / al dar cuenta de la escena / humillante y vergonzosa / de que iba á ser, por desgracia, / teatro la Puerto de Rota.
Mas cediendo poco á poco / la excitación espasmódica / que hecho tan grave produjo, / la multitud veleidosa / en corrillos fraccionándose / parlanchina y decidora, / entre vivos comentarios, / frases duras y jocosas, / apreciaciones ridículas / y desatinadas otras, / amenazas proferidas / con groseras palabrotas, / de éstas muchas tan picantes / que levantaban ampollas, / se disolvió repitiendo / sentencias y frases gordas, / todo ello dirigido / con intención negra y torva / y cual venenosos dardos / contra la morisma odiosa.
V
En la agarena Mezquita / donde con grotescas formas / culto le dieron á Aláh / los sectarios de Mahoma, / en esta iglesia, hoy cristiana, / que el Rey Sabio consagróla / del sagrado Evangelista (1) / San Juan, á la fiel memoria, /
(1) También se llama desde tiempo inmemorial de los Caballeros, que unos atribuyen al hecho inmarcesible que reseñamos en este romance; y otros, tal vez con más seguros fundamentos, á haber sido destinada esta iglesia como lugar donde celebraban sus asambleas los caballeros cruzados de Xerez, recibiendo en ella la sagrada comunión con arreglo á las prescripciones de sus estatutos. Confirman esta última opinión, las cruces de las Ordenes militares que aun se conservan esculpidas en la bóveda de la sacristía.
gente allí de todas clases / llegan y entran presurosas / y resueltas se dirigen / á la capillita gótica / de la Virgen de la Paz, / donde prosternados oran / numerosos caballeros, / que en actitud fervorosa / de la veneranda imagen / la santa piedad imploran.
Y son tantos los que vienen, / que en la puerta se amontonan, / pues que dentro es imposible / que ni tan solo uno coja.
De repente un caballero / cual si la Virgen gloriosa / le inspirase, se levanta; / desnuda la aguda hoja / de su puñal, y en sus venas, / con resolución clavóla (1)
(1) Afirma Barahona en su Rosal de Nobleza, que el primero que se rompió la vena, fué Domingo Mateo de Maya.
Y es el noble caballero / que de tan súbito obra / DOMINGO MATEO DE AMAYA, / cuya limpia ejecutoria, / hechos de sin par bravura / la enaltecen y avaloran.
Dónde escribir, pide presto; / y en la sangre ardiente y roja / que en líquidos borbotones / fluye de la vena rota, / con serenidad olímpica / en ella la pluma moja, / y escribe en el pergamino (1) / con mano segura y pronta / al monarca Sancho cuarto, / que está en Sevilla la heroica, / diciéndole con vehemencia / y con palabras patrióticas, / que es insostenible y dura / la situación angustiosa / por que Xerez atraviesa, / sin recursos y sin tropas / enfrente de la morisma, / que amenazante y furiosa
(1) Dice el P. Rallón que dicha carta existía cuando él escribió su Historia (1670). Asegura que estaba en el Archivo Municipal (Hª de Xerez t. II, pág. 173). En la actualidad, no sólo no existe en la referida dependencia tan curioso y apreciable documento, sino que ni aun se le cita en el Inventario de 1788.
pretende de la ciudad / el asalto á toda costa.
Y aunque sólo el pretenderlo / es temeridad notoria, / puesto que han pagado caras / sus audaces intentonas, / tiñendo mil y mil veces / el campo con sangre mora, / es tanta su pertinacia / cuanto nuestras fuerzas cortas; / tienen sobrados recursos (1) / de bastimentos y tropas, / pues solamente el peonaje / diez veces al nuestro dobla, / faltándonos los pertrechos / de armamentos y aun de boca, / que de las plagas, el hambre, / siempre es la más horrorosa: / ¡venga pronto quien ayude / ó la Virgen nos socorra!
(1) Abundaban de tal manera los granos de toda especie, que era una bendición de Dios, y faltó poco para que el trigo, la cebada, las frutas y las pieles, no se vendiesen ni comprasen, sino que se daban al primero que las pedía; los guerreros en tal abundancia y prosperidad vivían, que la almafalla parecía mas bien una populosa y concurrida metrópoli con todo género de contratación y oficios, que no un campamento (Parada, Hombres ilustres de Xerez, pág. XXXIX).
Y firmó; los caballeros, / desenvainando las hojas / de sus agudos puñales, / cada cual con sangre propia / al pie colocó su nombre / en visibles letras rojas.
De entre la apiñada gente / de esfuerzos grandes á costa, / abrióse paso un mancebo (1) / que ser hidalgo pregonan / su gallardo continente / y el esmero de su ropa; / diciendo que se disfraza / de villano, y en persona, / él mismo y en propia mano / al Rey dará tan honrosa / cuanto singular misiva; / y como á todos importa / esté en manos del Monarca, / pronto por lo perentoria, / con general beneplácito / se aceptó la bondadosa / oferta del noble joven; / quien pasada media hora / disfrazado de villano / llegó, juró, recogióla / y partió para Sevilla / con misiva tan honrosa; / que en ella de la ciudad / van las esperanzas todas (1).
(1) Es verdaderamente sensible no se consigne en Historia alguna el nombre de este hidalgo, que de tan abnegada manera se ofreció á llevar la carta al rey D. Sancho.
(1) Pocos días después volvió de
Sevilla dicho valeroso hidalgo con la contestación de Sancho IV, en la cual decía,
como una expresa demostración del concepto que tenía de los xerezanos: «que el
rey D. Alonso, su padre, la había ganado y poblado de 300 caballeros, fijos de
algo, que escogió en todo su ejército; que pues eran leones de Castilla, se
defendieran como tales, mientras juntaba gente para socorrerlos. (Rallón, Hª de
Xerez. t° II, pág. 173).
VI
Sabedor Aben-Yussuf / por conducto que se ignora, / que desde Sevilla vienen / con el rey Sancho en persona, / numerosos caballeros / y considerables tropas, / alzó el sitio de Xerez / con celeridad pasmosa; / marchando á las Algeciras / con cara mohína y fosca, / aun cuando dicen y afirman / muy respetables personas, / que se retiró por miedo / á una inminente derrota, / ó por cálculo y prudencia / según atestiguan otras.
Sea de ello lo que quiera, / miedo ó prudencia engañosa, / lo cierto es que nuestros campos / se vieron en pocas horas / libres de pertrechos bélicos / y de la morisma odiosa.
Tan sólo un mudo testigo / de dura insensible roca, / la Torre que Aben-Yussuf (1) / levantó pesada y tosca, / que despreciando del tiempo / las caricias injuriosas, / se eleva en medio del campo / impasible, escueta y sola / como un fantasma medroso / que á las edades remotas / debe con mucha elocuencia / la génesis de su historia / referir; nunca ovidando / la bizarra acción heroica / del inimitable AMAYA / cuya sangre generosa / por el honor de su pueblo / dio de manera tan pródiga,
(1) Fue llamada en un principio Torre de Aben-Yussuf debido al nombre de su fundador, quien la edificó en 1285, con objeto de observar desde ella las maniobras militares que efectuaban ambos ejércitos, durante el terrible cerco de seis meses, con que agobió á Xerez. Destinada más tarde á la industria de tintorería, cambió su primitivo nombre por el de Torrecilla del Tinte, con el cual ha llegado casi a nuestros dñs, en que fue demolida para dar lugar a nuevas construcciones. Estuvo situada dicha Torre en terrenos próximos a la Estación de Mercancías.
que no sólo en la pelea / empeñada y fragorosa / vertió impávido á raudales, / sino en sus ardientes gotas / mojó con afán la pluma, / como si al pedir la pronta / solución al rey D. Sancho, / le mandase el alma toda / envuelta en los caracteres / que hizo con su sangre propia.