ROMANCE VIII
APARICIO GAITÁN
(1)
(1340)
A mi excelente amigo D. Antonio
Roma.
I
Con turbulencias sin cuento / que
daban pavor al ánimo, / esperanzas y temores / juntamente despertando, / aunque
siempre las primeras / encuentren más hondo arraigo; /
(1) El héroe de este Romance, noble
por su linaje y descendiente de los primeros pobladores de Xerez, cuenta por
sus ilustres progenitores a Juan Gaitán y a Dª Eufemia, su mujer, hija del
célebre Garci-Gómez Carrillo. Llevan por armas trece veneras o conchas de oro sobre
campo azul, y sobre ellas la cruz roja de Jerusalem, signo de descendencia de
los Cruzados. En la puerta izquierda de la sala principal de la casa núm. 10,
calle Cabezas, existe un escudo de esta familia con otro de los Torres.
teniendo en jaque á las huestes / del
monarca castellano, / las continuas algaradas / del islamita menguado, / inquieto
se deslizaba / y entre zozobras, el año / de mil trescientos cuarenta, / si
revuelto, afortunado; / pues que en León y Castilla / Alfonso onceno reinando,
/ y siendo a más de los suyos / por la alteza de sus actos / con merecida
justicia / el Justiciero llamado, / abrigan la confianza / unánime sus
vasallos, / lo mismo el magnate ilustre / de castillo blasonado / que el
paciente y ruin pechero / del tosco terruño esclavo, / de que tan grande
monarca, / nieto de Santos y Sabios / ha de ser en sus empresas / por el
triunfo coronado; / un desastre fuera indigno / de su valor y su rango,
que hirviente corre en sus venas / la
sangre de aquel rey Bravo, / que adquirió gloria y renombre / con el infiel batallando.
II
Comenzaba el mes de Octubre / del
ya referido año, / y presentaba Xerez / movimiento desusado / en sus calles y
plazuelas, / de gentes, que sin descanso, / en direcciones distintas / iban
alegres cruzando.
Aquí y allá pelotones / de pecheros
y soldados, / frases ligeras y agudas / unos con otros cambiando, / uniendo a
cada palabra / el preciso manotazo.
En sitio aparte discurren / más
tranquilos los hidalgos, / si bien se escucha entre ellos / tal cual fogoso
diálogo, / en que se afirma o comenta / algún hecho o lance vario; / ya la
marcha de la guerra, / ya el temor de algún asalto, / ya el desastre que en
Redira / sufrieron los africanos, / donde su primer victoria / ha la Mesnada
alcanzado; (1)
(1) Según asegura el analista xerezano
Bartolomé Gutiérrez (torno II página 203) no se hace mención de los mil
caballeros de la Mesnada o guardia Real, que envió de refuerzo a Xerez Alonso
XI, llanta la batalla de Redira, después de la cual entraron victoriosos con su
pendón en Xerez.
ya la pertrechada fuerza / de
peones y caballos / que llegan de varios puntos / con fervoroso estusiasmo / a
castigar las audacias / del musulmán desalmado; / ya del arrogante Alfonso / el
caritativo rasgo (1) / cuando en la puerta del templo / a un pobre dio cien
cornados; /
(1) No es de extrañar este
caritativo rasgo del Monarca, siendo así que regaló a la ciudad su magnifica batería
de cocina, para que se fundase con su producto el Hospital de Nuestra Señora
del Pilar. También regaló Alonso XI, según afirma Granndallana en sus Monumentos
de Xerez, a la parroquia de San Lucas, después de la famosa batalla del Salado,
la imagen de Nuestra Señora de Guadalupe que se venera en el citado templo;
dicha imagen, dice, es la que el Rey llevaba en su oratorio de campaña. Nuestro
analista Bartolomé Gutiérrez, refiere en el año 1264, que «en San Lucas es
tradición inmemorial dejó el rey Sabio la imagen que allí se venera hoy con el
título de Guadalupe, que entonces debió sor de Guadalupia, que suena río
turbio, y era la que dicho Rey traía consigo». El P. Rallón opina en su Hª de
Xerez, t.° II, página 304, que Alonso XI fue quien regaló dicha imagen, fiel
retrato de la que se venera en el Santuario de Guadalupe: esta última opinión
parece la más conforme con la sustentada por autores respetables, y por consiguiente
la sentada per Grandallana, quien parece abrevado en las mismas fuentes
históricas que el Padre Rallón.
lo rendido que a las damas / saludó
siempre á su paso / y cual ellas respondían / con semblante alborozado; (1) / y
por último, las nuevas / que de Tarifa han llegado, / en que se cuenta y
refiere / y se hacen mil comentarios / del trance en que Abul-Hassán (2) / con
todos sus coligados, / han puesto en su duro cerco / a los heroicos cristianos;
/ y aun se asegura y se afirma / con cautela y por lo bajo, / que ayer escribió
la Reina (3) / para que en urgente plazo / su padre vaya a Sevilla / con sus
mejores hidalgos, / y juntos los dos Monarcas / con los nobles castellanos, / al
punto á Tarifa marchen; / pues el lamentable estado /
(1) La Semana Santa del año 1340, la
pasó Alonso XI en esta ciudad, en cuya, Iglesia Mayor asistió a los Divinos
Oficios. (Véase B. Gutiérrez, t.º II, pág. 203.)
(2) Es el nombre de este Emir de
Marruecos, que algunos autores llaman Alboacen.
(3) En efecto, en septiembre de
1340, Dª María de Portugal, esposa de Alonso XI, a instancias de este, escribió
de nuevo a su padre, el rey de Portugal, excitándole a que viniera en persona
en ayuda de su marido: Alonso IV lo prometió así. (Lafuente, Historia de
España.)
en que el muslim ha sumido / a los
guerreros cristianos, / exige allí su presencia / y aun más, el pronto reparo /
que ha de darle con sus armas / vidas de infieles segando.
Pero la postrer noticia / que
insistente ha circulado / desde el tugurio del pobre / hasta el hogar del
hidalgo, / lo mismo entre los pecheros / que entre el magnate infulado, / es
que el grueso de las tropas / partirán en breve plazo / a la asediada Tarifa; /
caballeros xerezanos, / los mejores ballesteros / y los lanceros más bravos, / y
escuderos y peones / en su compaña llevando.
Por ello charlan gozosos / en
corrillos animados / rico y pobre, mozo y viejo, / el instante deseando / de
que empiece la partida, / para probarle al malvado / sarraceno, cuánto valen / las
armas de los cristianos; / y que los hijos del héroe / que mató al moro Picazo,
/ sabrán honrar su memoria / cabezas mil cercenando.
III
En Hispalis la Sultana, / que
arrebató San Fernando / con el poder de su acero / de las muslímicas manos, / en
esa región dichosa, / rica perla del Andalus, / donde soñó el islamita / voluptuoso,
que acaso, / debió existir del Profeta / el paraíso encantado; / en esa ciudad
se halla / Alfonso onceno esperando / con inquietud manifiesta / y hondamente
contrariado, / pues no viene quien aguarda / entre los que van llegando.
Y es lo cierto que han venido / muchos
ilustres Prelados, / los maestres de las órdenes / de Alcántara y Santiago, / don
Juan Manuel, el infante, / don Diego López de Haro, / don Alfonso de
Alburquerque, / el gran Fernández de Castro, / y en fin, toda la nobleza / que
en el reino castellano / su honor y fe dio al monarca / y vasallaje probado; / pero
el que impaciente aguarda / no viene ó llega tarde.
Tiene la formal promesa / de su
suegro Alfonso cuarto / de Portugal, y no obstante, / el monarca castellano / está
febril de impaciencia / y de aguardarle cansado.
Es en balde que conforte / con
esperanzas el ánimo / de los leales que en Tarifa / están refuerzo esperando; /
porque con las esperanzas / no ha de aliviarse el estado / insostenible del
cerco, / más duro cuanto más largo.
Y crece la incertidumbre, / y la
duda crece tanto, / que toma cuerpo en su espíritu / intranquilo y exaltado, / la
vergüenza de un desaire / del monarca lusitano.
Mas pronto se desvanece / ese temor
infundado, / al oír con regocijo / que uno de sus cortesanos / alborozado le
anuncia / del rey el arribo fausto, / y seguido de un ejército / compuesto de
mil caballos / y numeroso peonaje / obedientes al mandato, / de linajudos
caudillos / y valientes hijosdalgo.
A la mañana siguiente / cuando sus
reflejos pálidos / apenas mostraba el alba / en los confines lejanos, / las
mesnadas belicosas / a Sevilla abandonaron, / y a la asediada Tarifa / llevan
ansiosos sus pasos, / que allí el deber y el honor / con ecos desesperados, / como
a patricios los llaman / y también como a cristianos.
IV
Con la fuerza de una tromba / y la
presteza del rayo, / una importante noticia / por Xerez ha circulado, / invadiendo
presurosa / los más escondidos ámbitos / de la población que unánime / comenta
con entusiasmo.
Sábese de ciencia cierta / que el
ejército cristiano / por camino de Sevilla / acércase a largos pasos / y que
hacia Tarifa marcha / en socorro de los bravos / que de sus murallas dentro / están
como encarcelados.
En voz alta se asegura, / que es
tan nutrido y bizarro / el ejército que al rey / escolta le viene dando, / tal
el número de nobles / de infantes y de prelados, / de caballeros ilustres, / de
Concejos, hijosdalgo, / mesnaderos valerosos / y de leales vasallos, / que no
viene a la memoria / el recuerdo, ni aun lejano, / de tan escogido ejército; / mayor
en número, acaso; / mas tan ilustre, imposible / que se haya nunca juntado: ¡hasta
el rey de Portugal / viene al nuestro acompañando¡.
Esto se afirma y repite, / se
divulga y vuela rápido, / proporciones gigantescas / en la carrera tomando, / hasta
ponerse del cuento / los mil ribetes fantásticos.
En lo que no cabe duda / ni cupo
jamás engaño, / es en afirmar que todos / los valientes xerezanos, / de común y
noble acuerdo / las armas requieren ávidos / y a la partida se aprestan, / por
sus caudillos llevando, / al sin par Villavicencio / prudente cuanto esforzado;
/ a Fernández Valdespino / el incansable luchando; / y a Dávila y a Zurita, / cuyo
valor han probado / en cien reñidas batallas, / contra el musulmán nefando.
Así de Xerez salieron / los peones
y caballos, / las más aguerridas lanzas / y ballesteros más prácticos, / y
hasta un pelotón nutrido / de pecheros y villanos, / de bastimentos y armas / provistos
y pertrechados, / y en dirección a Tarifa / van con ardiente entusiasmo, / que
allí, en la Peña del Ciervo, (1) / el monarca castellano, /
(1) Lugar situado a dos leguas de
Tarifa, en el cual acamparon las tropas confederadas. En la distribución que
hizo Alonso XI de los ejércitos, dice la Crónica que en la colina llamada Peña
del Ciervo, fueron colocados «los labradores y omes de poca valía>>.
para reforzar sus huestes / está
impaciente esperando / y a más, que mucho confía, / en el valor denodado / que
siempre mostró en la guerra / el heroico xerezano (1).
(1) Tal era la estima en que Alonso
XI tenía a los caballeros xerezanos, que les concedió en de Abril de l344, un
Privilegio en virtud del cual podían elegir entre ellos, uno cada año, para escribano
Mayor del Crimen y Alguacilazgo mayor de la Cárcel, en gratitud a lo mucho que
dichos caballeros le habían ayudado en la guerra de Algeciras.
V
A la una y otra margen / del río
que llaman Salado, / dos belicosos ejércitos / hace tiempo, que acampados / en
las extensas llanuras / están, sin duda aguardando, / que de la sangrienta liza
/ arribe el momento infausto.
Pronto la noticia corre / de que el
choque ha comenzado, / y de Abul-Hassán la tienda / es víctima de un asalto / intrépido
y formidable / de los fieros castellanos,
que con salvaje denuedo / é
impetuoso arrebato, / ni uno de los cien zenetas / que la están custodia dando
/ y velan por las esclavas, / la propia vida ha salvado.
Entre la morisma cunde / el
desconcierto y el pánico, / y es la matanza tan grande, / el ensañamiento
tanto, / que al muslim que el nuestro alcanza / sucumbe de un solo tajo.
En lo más recio y furioso / del
combate sanguinario, / cuando de iracundia ciego / el ejército cristiano / como
carnívoras fieras / peleaban sin descanso, / cabezas de los infieles / furibundos
cercenando, / del pelotón de aguerridos / intrépidos xerezanos, / salió
arrogante mancebo / así a los de Lorca hablando:
—Sabed, bravos camaradas, / que es
el momento llegado / de ganar fama y renombre, / algún hecho realizando / digno
de este día glorioso. / Al Pendón acometamos / que lleva Benamarín / con
riquísimos bordados, / y a las nuestras, de seguro, / ha de pasar de sus manos,
/ no sin que pierda la vida / en el repentino cambio.
Y cual chacales hambrientos / a la
empresa se lanzaron, / por las apretadas filas / del agareno cruzando, / hasta
llegar victoriosos / donde el Pendón codiciado.
Después de luchas y choques / valerosos
y titánicos, / al infiel, con la existencia / el Pendón arrebataron.
Mas APARICIO GAITÁN / el ilustre
xerezano / y Juan Guevara el de Lorca, / con arrojo temerario / a un tiempo el
rico trofeo / codiciosos apresaron, (1) / cada cual atribuyéndose / el derecho a
conservarlo / como legítimo dueño / y en fiera lid conquistado.
(1) Barahona afirma en su Rosal de
Nobleza, que el pendón fué derribado por los de Xerez; poro que llegando al
mismo tiempo los de Lorca le echaron mano.
Después de viva disputa / relativa a
cuál de ambos / debía consigo llevarse / joya de precio tan alto; / se convino
en que acabada / la campal lucha, en el acto, / al Rey los dos acudiesen / su
justicia demandando, / y jurar acatamiento / a su inapelable fallo.
Así fue, y así lo hicieron / cual
honorables hidalgos, / y a buscar fueron al Rey / la campaña atravesando, / donde
se hallaban los muertos / en montones hacinados, / cuyo incalculable número / llenaba
de horror y espanto / al corazón más entero / y al pecho más esforzado: / hasta
las aguas tranquilas / del antes limpio Salado, (1) / en charco inmenso de
sangre, / hirviente y roja, trocado, / quedose para escarmiento / del repulsivo
africano.
(1) Diose la célebre batalla del
Salado según afirma el ilustre xerezauo y Arcipreste de León D. Diego Gómez
Salido, contemporáneo del hecho, el día 30 de octubre de 1340.
VI
Sometido al recto juicio / del
monarca castellano / cuál de los dos caballeros / valerosos y esforzados, / que
de manos del moslime / el Pendón arrebataron, / debe llevarlo consigo / y
orgulloso conservarlo, / si Juan Guevara el de Lorca / o GAITÁN el xerezano.
Respondió grave y sesudo / el
monarca a los hidalgos: / que puesto que en lid sangrienta / los dos el pendón
ganaron, / fuere el asta del de Lorca (1) / y el lienzo del xerezano.
Obtuvo Xerez, por modo / tan
glorioso cual bizarro, / el histórico Pendón / que nombran Rabo de gallo, (2) /
(1) En Lorca, dice el P. Rallón, se
conserva hoy el asta que guarda aquella ciudad, engastada en plata, y la sacan
en las fiestas públicas y más solemnes de aquella ciudad. La mía (Xerez) hizo
tanto aprecio de esta joya, que tomó este pendón por señal e insignia suya y lo depositó en la iglesia del
Sr. Santiago, donde parece, por instrumentos públicos, que estaba el año de
1466.
(2) El actual Pendón que se exhibe en
la procesión cívica del día del Sto. Patrono de Xerez es el auténtico Rabo de
Gallo, objeto en todos los tiempos de la veneración de los xerezanos, y al cual
se le otorgaron tales distinciones y preeminencias, que hasta los mismos Reyes Católicos
le concedieron en 1485 la especial merced de salir solamente dicho Rabo de
Gallo con la ciudad en pleno, pero no en contrario caso.
y que en mil reñidas luchas / sus
nobles hijos lograron / con tan veneranda enseña, / de las victorias el lauro.