Hacía más de 20 años que la guerra civil había terminado [y en Jerez la sangrienta masacre "de retaguardia"], pero el rey taifa de Jerez, el comandante golpista Salvador Arizón, "el salvador de Jerez" -como se le llamaba-, seguía y seguía con espumarajos en la boca y los ojos encendidos de pura mala conciencia. A la poderosa sombra de Queipo de Llano, alguien que ha mandado matar tanto ni vive ni puede dejar vivir a nadie por, lógicamente, miedo a la muerte. Alguien que ha organizado una gran carnicería humana como la que ocurrió en Jerez entre 1936 y 1939 sabe que la muerte le va a vigilar el sueño, la sombra y el hálito en todo momento, hasta su último día. Alguien así sabía que no podía dejar de recordarle a todos, a todas horas, lo que hizo. Y no solo eso. Sabía también, siguiendo el modelo del propio Franco, que había que conmemorar aquellos cientos de asesinatos envolviéndolos de épica gloriosa por la paz y por España, buscando a la fuerza ser acreedor de grandes méritos y exponiendo su vil pecho, de forma continua, a la ferralla típica de la que tan amigo son los genocidas.
Si alguien hace el ejercicio de ponerse por unos momentos en la gélida piel del Marqués de Casa Arizón enseguida encontrará que este hombre no podía sino exactamente escribir el discurso que, en 1961, escribió para justificar su inenarrable ignominia antihumana. Si alguien hace ese ejercicio sentirá con certeza, rápidamente, que alguien como Arizón solo podía optar por una estrategia para sobrevivir: o ser vehementemente agasajado y obedecido por siempre o ser mortalmente abatido por alguien o alguienes que le tuviesen mucho odio. Porque esa es la ley de la guerra, la ley de todas las guerras. Alguien así no podía tener descanso ni podía permitir, paradójicamente, que se olvidara su horrible gesta.
Si alguien hace el ejercicio de ponerse por unos momentos en la gélida piel del Marqués de Casa Arizón enseguida encontrará que este hombre no podía sino exactamente escribir el discurso que, en 1961, escribió para justificar su inenarrable ignominia antihumana. Si alguien hace ese ejercicio sentirá con certeza, rápidamente, que alguien como Arizón solo podía optar por una estrategia para sobrevivir: o ser vehementemente agasajado y obedecido por siempre o ser mortalmente abatido por alguien o alguienes que le tuviesen mucho odio. Porque esa es la ley de la guerra, la ley de todas las guerras. Alguien así no podía tener descanso ni podía permitir, paradójicamente, que se olvidara su horrible gesta.
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En 7 de marzo de 1961 el alcalde Tomás García Figueras concede a Salvador Arizón Mejías, el verdugo de Jerez, la medalla de oro de la ciudad, siendo instructor de ese expediente Ramón García-Pelayo y de Trevilla. En el sobrecogedor discurso de agradecimiento por parte del militar golpista destacan estas duras palabras: “..las difíciles horas de los primeros días y efectivamente así lo fueron, porque había que actuar con la mayor rapidez y proceder con la máxima energía, para evitar que los contrarios pudieran levantar cabeza. Lo que ya se proponían hacer, con alborotadas alegrías por las buenas noticias y órdenes revolucionarias de entrega de armas y huelgas, que para ellos con su habitual maldad, comunicaba a toda España el ministro Casares Quiroga”, y se citaba a sí mismo repitiendo el final de su famoso bando donde hablaba de: “…decidido a que las fieras marxistas no ya levanten cabeza, pero ni siquiera muevan la zarpa. Y que, si fuera preciso, mis manos se conviertan en manos de hierro que exterminen sean cuantos sean y quienes sean, a todos los enemigos de España”. En ese discurso ferozmente anticomunista, escrito en el contexto ya de la Guerra Fría, y donde lo más destacable es el hecho de la colaboración de los “elementos de orden” en Jerez para apoyar la iniciativa militar desde el primer momento, Arizón llamó “turba”, “Mano Negra”, borrachos, asesinos, “miles de afiliados a extrema izquierda mezclados con la chusma”, “marinería roja, ya convertida en idiotas criminales satélites de Moscú”, etc., etc., a la resistencia política al golpe militar. En Jerez, llamar Mano Negra a quienes querían defender la IIª República era algo que tenía muy hondos ecos históricos y políticos, ecos que conectaban directamente con la secular y feroz represión a que se vieron sometidos los trabajadores de estas tierras por los mismos de siempre a quienes Arizón o Miguel Primo de Ribera y Orbaneja representaban.
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Ofrecí unas pinceladas acerca de Salvador Arizón Mejias en:
http://memoriahistoricadejerez.blogspot.com.es/2016/10/el-comandante-golpista-salvador-arizon.html