LOS VIAJANTES DE VINOS DE
JEREZ Y EL MERCADO AMERICANO EN EL ÚLTIMO TERCIO DEL S. XIX.
Afirmar que el Archivo Histórico Municipal de
nuestra ciudad, dentro del conjunto de los de su misma categoría
administrativa, es uno de los más relevantes archivos de España, tanto por el
volumen de la documentación que guarda como por la importancia y variedad de la
misma, resulta desde luego algo innecesario, sobre todo para aquellas personas que
por razones de investigación frecuentan, o han frecuentado, sus fondos. Esta
afirmación inicial, sin embargo, está plenamente justificada en el caso del
gran público, la mayoría de la población jerezana, que no conoce las verdaderas
dimensiones de este rico patrimonio documental municipal. Acorde con esta
importancia de sus fondos recién referida debe resaltarse el hecho de que los
mismos han nutrido y han servido de base, y siguen haciéndolo, a importantes
investigaciones y publicaciones que versan sobre las distintas áreas del
conocimiento histórico, bien sea en el campo de la historia económica, historia
social, historia política o la historia del arte, y cuya enumeración, si quiera
sea resumida, omitimos tanto porque no constituye el objeto de estas líneas
como porque incluso la inevitable prolijidad de dicho resumen excedería el
espacio concedido.
Tampoco descubrimos nada nuevo si reconocemos que Jerez ha sido una ciudad cuyo pulso y desarrollo económico y social, casi desde los primeros siglos de la Edad Moderna y la mayor parte del siglo XIX, han corrido también parejos al ritmo, siempre zigzagueante, y a los vaivenes que le marcaban el estado y la evolución de su negocio vinatero, de sus viñas y sus bodegas. Espigar al azar en cualquiera de las secciones en que se organiza el cuadro descriptivo del valioso Archivo Histórico de nuestra ciudad supone toparnos de bruces con esta innegable realidad histórica y social, una realidad que ha contribuido a fijar, indeleblemente en muchos aspectos, tanto su configuración material y urbana como la cultura de su gente.
Escribimos hoy estas líneas con una exclusiva pretensión divulgativa, a saber, la de dar a conocer desde estas páginas un curioso documento conservado en el Archivo Municipal, cuya entidad, más que por su relevancia documental como tal, viene determinada en todo caso por recogerse en él información valiosa sobre algunos aspectos históricos del negocio vinatero de Jerez tal vez no muy conocidos para ese gran público jerezano al que nos referíamos. El documento en cuestión es un expediente municipal del año 1933 que se halla en el tomo 589-BIS C de la sección de Protocolo Municipal, apartado de Fiestas. Se trata de una documentación originada en la idea nacida en el seno del Ateneo Jerezano, patrocinada por el ayuntamiento de la ciudad y la colaboración de la Academia Hispano-Americana de Cádiz, de celebración del llamado Día de la Raza o Fiesta de la Raza.
En esta ocasión
centraremos nuestro interés por el documento en uno de los puntos del programa
que desarrollaba esta conmemoración. Nos referimos a la idea también surgida
dentro del Ateneo de rendir homenaje y reconocimiento a la figura del viajante
de vinos de Jerez en los mercados de la América española. Se trataba, en
palabras del representante del Ateneo Jerezano[3], Tómas
García Figueras, de rendirles homenaje, por “…el
esfuerzo que en estos últimos cincuenta años han realizado los viajantes de
vinos de Jerez para ganar para nuestra ciudad los mercados de América…”,
dando a conocer el nombre de Jerez “ en
apartadas regiones americanas, que hoy sienten una sincera admiración por
nuestros vinos incomparables” y “ haber
desplazado con su esfuerzo personal marcas extranjeras que dominaban la zona de
su cargo, consiguiendo para Jerez un
mercado de categoría.(…)”
En un principio, la intención de la comisión organizadora era conceder este reconocimiento solo al decano de los viajantes de vinos de Jerez que, además, más se hubiera distinguido a lo largo de su carrera profesional por sus trabajos de promoción de los caldos jerezanos en la América hispana. Finalmente, se decidió otorgarlo a los cuatro viajantes de vinos más antiguos y con más méritos en el desarrollo del anterior cometido. Estos cuatro viajantes resultaron ser: D. José Copano Ponce, viajante de la casa exportadora Gutiérrez Hermanos; D. Mateo Frontera Guardiola, de Marqués del Mérito; D. Agustín García Mier y Fernández de los Ríos, agente-apoderado de la casa Pedro Domecq y Cía. y D. Antonio Maqueda Sot, viajante de A. R.Valdespino y Hermano. Hasta aquí, el relato de los antecedentes y de las circunstancias que motivaron el documento que venimos estudiando. Transcribimos a continuación una de las pates del mencionado documento, la correspondiente a la exposición de los méritos que concurrían en el viajante de vinos más antiguo de esas cuatro casas exportadoras jerezanas en este difícil empeño de abrir esos nuevos mercados más allá del Atlántico, no solo para los vinos sino también para el “coñac” jerezano, el representante de la casa exportadora Marqués del Mérito, D. Mateo Frontera Guardiola.
A nuestro
juicio, pocas veces podrá verse reflejado en un documento, con el detalle y la
plasticidad que en él se recoge, el enorme esfuerzo que para la exportación
jerezana de vinos de la época supuso la
necesidad imperiosa de búsqueda de esos nuevos mercados a que se vio abocada en
el último tramo del siglo XIX, antes, durante y después de los trastornos
creados por la aparición de la filoxera. Pero, sobre todo, después del importante
descenso que sufriera la cuenta de beneficios de las casas extractoras de vinos
al tradicional mercado británico[4], “el más remunerador de sus mercados”,
como nos recordara el ingeniero agrónomo Gumersindo Fernández de la Rosa en
1916, en su interesantísimo trabajo “Elaboración, crianza y comercio de los
vinos de Jerez”.
En el memorándum que la casa Marqués del Mérito presentó sobre los trabajos realizados por su principal agente en América, y decano de los viajantes de vinos jerezanos, se decía de él siguiente: “(…) Empezó a viajar a principios de 1893. Primero a las Antillas, Cuba, Haití, Santo Domingo, Puerto Rico, Jamaica, Curaçao, pasando luego a Venezuela y Colombia. En el segundo viaje visitó Mexico, Guatemala, Honduras, Nicaragua, San Salvador, costa Rica, Panamá, Ecuador, Perú, Bolivia (en este país fue el primer viajante de vinos de Jerez que lo visitó) Pasó luego a Chile, Estrecho de Magallanes y la Patagonia, cuando se iniciaban las primeras construcciones en Río Gallegos, Comodoro Rivadavia, etc. Otro viaje lo empezó en Martinica, años antes de la erupción del Mont Pelee, Barbados, Trinidad, las Guayanas, hasta el interior del Perú. En los estados del Amazonas, Matto Grosso, Diamantino, etc. no se conocían nuestros vinos. Visitó también el Uruguay, Argentina, Paraguay, hasta Guyaba, del estado Matto Grosso. Todos estos países, lo mismo que los Estados Unidos, Canadá, British Columbia, Vancouver, Islas Bahamas, los recorrió en varias ocasiones, pregonando en todos ellos las excelencias del vino de Jerez. A principios de 1895 trajo de Francia varias muestras de vinos quinados que estaba entonces iniciándose su venta en aquel país. Estas muestras sirvieron para introducir un nuevo elemento de riqueza en la industria jerezana, pues los quinados lograron en poco tiempo gran desarrollo, y aún hoy [en 1933] este vino español tiene un buen mercado en varios países. En varias ocasiones le sorprendieron revoluciones en los países citados, y también grandes epidemias, como la fiebre amarilla y la peste bubónica, muchos terremotos y grandes temporales en mar y en tierra, uno de estos muy serio de nieve atravesando la cordillera de Los Andes, en época que aún no estaba abierto el tránsito oficialmente, y años antes que existieran ferrocarriles. Estuvo también en varios incendios de poblaciones y en 1898 fue a Cuba en el vapor Monserrat, cuando este buque forzó el bloqueo, saliendo a los pocos días por la Isabela en un pequeño barco noruego para San Juan de Terranova. Estos viajes fueron tan interesantes que el Sr. Frontera estableció sus oficinas en Londres y Buenos Aires, para con la colaboración de viajantes y agentes poder atender los negocios en los mercados que durante varios años de viaje había formado (…)”.
La labor
desarrollada por estos viajantes de vinos, desde la década de los años 80 del S. XIX, en la América española y,
como vemos, en otros países de habla no hispana del continente causa admiración
desde luego. No solo por los obstáculos de toda naturaleza a los que se
debieron enfrentar, sino por los resultados comerciales obtenidos: algunos de
estos viajantes homenajeados en 1933 fueron los primeros agentes jerezanos que
introdujeron nuestros vinos en algunas de las naciones americanas; otros fueron
capaces de desplazar en algunos mercados, como el cubano, a marcas extranjeras
de vinos, francesas sobre todo, que dominaban las zonas antes de que ellos
arribaran a los mismos. Esto último fue lo que sucedió con el representante de
la casa exportadora Pedro Domecq y Cía,
quien en su primer viaje a Cuba sobre 1908 logró dar a conocer en esa plaza los
vinos y el “coñac” de Jerez, productos que por esa época eran casi desconocidos
en la isla. Al cabo de unos tres años de
iniciada su labor en esta zona del Caribe, dicho agente había conseguido, según
el periódico habanero Diario Español
de 12 de mayo de 1920[5], que
no quedara ya “restaurant, café, bodega,
bar, cantina, kiosko, ni aun tienda de ingenio donde no se exhibiera en
abundancia el Fino La Ina, el Viña 25, el moscatel Viña Vieja (…) y las tres
marcas de “coñac” de mundial fama, Monopolio, Tres Cepas y Fundador”.
Independientemente
del tono, tal vez, algo exagerado de la anterior afirmación, en lo que sí hemos
de mostrarnos de acuerdo con el autor del artículo inserto en dicho periódico es
en la aseveración de que uno de los mayores logros alcanzados por estos
viajantes de vinos en estos mercados fue no solo haber conseguido la apertura
de los mismos para las ventas de los productos de sus respectivas casas
exportadoras sino, sobre todo, que el consumidor de vinos de estas lejanas
tierras “gustara y distinguiera los vinos
de Jerez, pero el verdadero, el legítimo Jerez, que no admite término de
comparación con los de otras regiones y que son inimitables”.
La
contextualización histórica del tema subyacente en el documento que venimos
comentando, que en definitiva no es otro que, como se apuntó ya, el de la
urgente necesidad de nuevos mercados que experimentó la exportación jerezana de
vinos en el último tercio del S. XIX, remite por tanto, por un lado, a algunos
de los principales problemas que
aquejaban a la vinatería local desde dicha fecha y, por otro, a algunas de las
respuestas ejecutadas por uno de los grupos de la misma, el de los extractores
o exportadores. Las características de esta colaboración nuestra de hoy solo
nos permite una relación sumaria de esos problemas que agobiaban al negocio de
los vinos de Jerez en el periodo señalado, pero para esos años resultaba ya
innegable que la vinatería de la ciudad se hallaba sumida en una crisis incontestable
que dibujaba la cara opuesta de aquella otra situación de euforia económica que
para el negocio de vinos describiera Parada y Barreto para los años 1862-64.[6] Viñas
abandonadas y entregadas en aparcería a jornaleros, depreciación del precio de
los mostos y de los vinos ya criados en el mercado local, caída de la demanda,
descenso de la exportación y de los precios de la misma… Todos estos elementos,
junto al grave problema de la masiva entrada de vinos forasteros y su inevitable corolario del fraude en origen de
los vinos de Jerez y del deterioro de la calidad los mismos, constituyen
algunos de los principales factores que explican esa crisis.[7]
El recurso al empleo
masivo del llamado alcohol industrial
(de mucho menor precio que el alcohol de vino) por parte de muchos extractores
para encabezar esos vinos forasteros
de baja calidad con los que competir en el tradicional mercado británico y
adaptarse a los nuevos cambios de gusto de este consumidor, que ahora se
decantaba por unos vinos de menor graduación, puede ayudar también a describir
el triste cuadro que ofrecía nuestra vinatería en esos años, sobre todo para
los cosecheros. Obviamente, las respuestas puestas sobre la mesa ante la crisis
por cada uno de los sectores históricos del negocio vinatero de la ciudad[8],
cosecheros, almacenistas y exportadores, fueron tan distintas como encontrados
y diferentes eran sus propios intereses
como grupo. Y es, precisamente, en este contexto de las respuestas ofrecidas
ante esta crisis por parte de los extractores en el que ha de situarse nuestro
documento de hoy, así como el papel que en ellas jugaron estos viajantes de
vinos de Jerez.
Para el grupo de
los extractores la respuesta pasó, entre otras, por la búsqueda de esos nuevos mercados
alternativos en América, la promoción en los mismos del comercio de los
tradicionales y genuinos vinos naturales de la zona, por el afianzamiento del “coñac”
jerezano en estos territorios, así como por la introducción de la novedad del desarrollo del embotellado para
estos mercados exteriores, una forma de transporte y de envasado limitado
tiempos atrás solo para el tráfico interior.
[1] Profesor de Educación Permanente
en el C.E.PER. “Aljibe” (Jerez) y Licenciado en Antropología Social y Cultural.
[3] El número 66 (páginas 123-140)
de la Revista del Ateneo del año 1933 recogió también en sus páginas información y
referencias sobre este homenaje a los viajantes de vinos jerezanos en los
mercados americanos.
[4] Mientras que en los años 60 del
S. XIX el valor de la bota de vino exportado al mercado británico era de unas
40 libras, en la década de los años 80
el precio de esta misma bota oscilaba entre 10 y 15 libras y mientras que las exportaciones supusieron casi 77 millones de pesetas en el
quinquenio 1870- 1874, estas se redujeron a unos 5 millones para el quinquenio
1900-1904: Antonio Cabral Chamorro: La
Cámara de Comercio en la crisis y reconversión de la economía jerezana.
1886-1900, Jerez, Cámara Oficial de
Comercio e Industria de Jerez de la Frontera, 1986, p. 19.
[5]El contenido de dicho artículo se
recoge también en el número 66 (páginas
137, 139 y 149) de la Revista del Ateneo
del año 1933.
[6] Parada y Barreto, Diego: Noticias sobre la historia y el estado
actual de la vid y el comercio vinatero, Jerez, Imprenta del Guadalete, 1868, p.51.
[7] Una visión anticipatoria de algunos
de estos problemas por parte de algunos contemporáneos, ya en los años
1820-1830, puede verse en el imprescindible trabajo : Maldonado Rosso, Javier: La
formación del capitalismo en el marco de Jerez. De la vitivinicultura
tradicional a la agroindustria vinatera moderna (siglos XVIII y XIX), Madrid, Huerga y Fierro Editores, 1999, pp.345-347.
[8] Sobre las características y
funciones de cada uno de estos sectores tradicionales existentes en el seno de
la vinatería jerezana remitimos al
pionero trabajo de nuestro querido e inolvidable amigo: Cabral Chamorro,
Antonio: “Observaciones sobre la regulación y ordenación del mercado del vino
de Jerez de la Frontera, 1850-1935. Los antecedentes del Consejo regulador de
la Denominación de Origen <<Jerez-Xérès-Sherry>>”, en Agricultura y Sociedad, número 44,
julio-septiembre, Madrid, Ministerio de
Agricultura, Pesca y Alimentación, 1987,
pp. 171-197.
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**Las fotografías han sido obtenidas de: Revista del Ateneo (Jerez de la Frontera). 10-1933, no. 66
http://hemerotecadigital.bne.es/issue.vm?id=0004944755&search=&lang=es
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versión resumida publicada en Diario de Jerez (28-10-2014) en :