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miércoles, 31 de enero de 2024

Reseña histórica de Jerez (1943).-

 (del Facebook del Archivo Municipal de Jerez)

RESEÑA HISTÓRICA DE JEREZ (1943).-


En 23 de enero de 1943 el archivero municipal Adolfo Rodríguez del Rivero (https://www.diariodejerez.es/opinion/articulos/Adolfo-Rodriguez-Rivero-municipal-Jerez_0_514748766.html), en el expe. 22.776 (“Estadística general ordenada por la Dirección General de la Administración Local”) conservado en el Archivo Municipal, presenta una contestación sobre la trayectoria histórica del municipio jerezano a lo largo de los tiempos.

Su concisión, encapsulada en un folio y medio, no le impide referirse a un arco cronológico tan amplio como el que va de la presencia romana, y antes, en Hispania, pasando por la Edad Media y los franceses de principios del XIX en España, hasta el golpe militar de julio del 36 contra la II República (que él llama “Glorioso Movimiento Salvador de España”).

En un folio y medio, a muy grandes trazos, logra exponer esa síntesis histórica y, a la vez, señalar algunos de los episodios militarmente más destacados del pasado jerezano: como la participación en la guerra de Granada mediante flotas que desde Puerto Real vigilaban el Estrecho de Gibraltar, etc. Igualmente, ensalza la muy notable extensión del término municipal y la posesión de privilegios y honores que fueron concedidos a la ciudad a lo largo del tiempo.

En los dos folios aparece el sello (hoy diríamos logo) del Archivo Municipal usado en los años 40.




miércoles, 3 de noviembre de 2021

Glorias xerezanas (Manuel Bellido, 1906) (X)

ROMANCE IX

ALONSO FERNÁNDEZ DE MELGAREJO (1).

(1408)

I

Ganada bizarramente / por el cristiano heroísmo / la inexpugnable Zahara, / que en los elevados picos /

(1) La familia a que pertenecía este xerezano, noble y distinguida en todo el reino, figura notablemente en toda la historia de Xerez hasta muy modernamente. Ya en la época de la conquista aparece Pedro Melgar como enviado de la ciudad a la corte para la instalación de los caballeros del feudo, y Juana Melgar su hermana o hija, casada con Diego de Pavón, alcaide de la puerta del aceituno y progenitor de los Pavones xerezanos. En tiempos de Juan II, se distingue valerosamente ALONSO FERNÁNDEZ DE MELGAREJO. Durante el siglo XV hallábase esta familia muy extendida en la población, figurando mucho Melgarejo entre los principales caballeros de la ciudad. Usan por armas una cruz dorada de Calatrava en campo rojo. (Parada, Hombres ilustres, pág. 288.) Vese dicho escudo unido con el de los Morlas en la severa portada de la casa existente en la calle de San Juan, frente a la plazoleta de Melgarejo, y además en la clave del arco de ingreso de la capilla de Ánimas de San Lucas.

de la accidentada sierra / tiene sus cimientos fijos, / sin miedo a los vendavales / que la azotan de continuo, / ni del temporal medroso / a los salvajes bramidos, / fue enarbolado en sus torres / el regio pendón invicto / con las armas de Castilla / y el redentor crucifijo; (1) / que el Infante D. Fernando / con fervoroso afán quiso, / que en la ciudad conquistada / lucieran a un tiempo mismo, / con la castellana enseña / la santa enseña de Cristo.

(1) «Rindióse el Castillo, y el Infante mandó a Lorenzo Suárez de Figueroa a que lo recibiese en su nombre: el cual puso un pendón con un crucifijo, que el Infante le envió arbolado, en la torre del homenaje, y debajo de él el pendón del Infante con las armas de Castilla.» (P. Rallón, t.° III, pág. 15.)

Liberal y generoso / ordenó que a los vencidos / sin distinción ni reparos, / hombres, mujeres y niños, / se les de escolta y bagaje, / poniéndolos en camino / de la población de Ronda, / en la cual seguro asilo / y protección decidida / han de encontrar sin distingos, / puesto que en poder se encuentra / de los moros fronterizos.

Y en efecto, al sepultarse (1) / del sol los destellos tibios / en el apartado ocaso / entre celajes plomizos, / que melancólico aspecto / daban al fuerte castillo, / en interminable fila, / ellos y ellas confundidos, / mal cuidados y andrajosos, / mustios los rostros cetrinos, / la barba hundida en el pecho, / silenciosos y mohínos, / a descender comenzaron / por el angosto camino / que desde la fortaleza / por entre erizados riscos / y peñascales enormes / y profundos precipicios, / lleva a sendero intrincado, / que de la sierra al abrigo / corre y se pierde a lo lejos / entre jaras y lentiscos.

(1) El día 1° de octubre de 1407 abandonaron los moros a Zahara en número de 458 hombres y cantidades considerables de mujeres y niños.

Y a al pie de la abrupta sierra, / todos con ferviente ahínco / los tristes ojos tornaron / entre llantos y suspiros, / a dar el adiós postrero / al caliente hogar perdido.

II

Fortaleza tan grandiosa / y en tan importante sitio / para abatir la soberbia / del musulmán enemigo, / dueño de la serranía / y sus extensos dominios, / desde Algeciras a Ronda / donde campa a su albedrío, / necesitaba un Alcaide / valeroso y aguerrido / que junto con su nobleza / fuera de su mando digno.

De todos los caballeros / que en la campaña consigo / lleva el castellano Infante, / descuella por lo atrevido / de sus valientes empresas / y por lo noble y altivo, / el bizarro MELGAREJO / cuyo militar prestigio / pregonan tales proezas / y lances tan inauditos, / que por burlas se tomaron / o por relatos ridículos, / a no ser quienes los cuentan / de ellos veraces testigos.

El Infante D. Fernando / de tal verdad poseído, / en él fundó de su empresa / los elevados designios, / y le entregó la alcaidía / satisfecho y convencido, / de que noble de tal fuste / y guerrero de sus bríos, / ni desmaya en el combate / ni se arredra ante el peligro.

Y si con intento honrado / agregamos a lo dicho, / que por el solar paterno / iguala en lo esclarecido / a los más altos linajes / y demás radiante brillo; / realzando todo ello / sin vanidoso optimismo, / una cuantiosa fortuna / y un extenso señorío, / en el término enclavado / de Xerez, donde el castillo, (1) /

(1) Duda D. Diego de Zúñiga en sus Anales de Sevilla, si Alonso Fernández de Melgarejo era 24 de aquella capital, o si de Xerez; a lo cual contesta categóricamente nuestro Bartolomé Gutiérrez, año 1407: «este «apellido de Melgarejo es propio xerezano, y permanece la gran torre y fortaleza llamada de Malgarejo, donde se ganó este apellido, por la conquista de esta gran fortaleza y donde sobre la puerta de la entrada de este castillo están las armas de los Melgarejos, y yo puedo afirmar que lo era el referido propio de Xerez.» En el siguiente año, 1408, confirma su creencia Bartolomé Gutiérrez de ser xerezano el dicho Melgarejo, citando su nombramiento de alcaide de Zahara, que hizo el Infante D. Fernando, por orden de D. Juan II y que aparece en el libro de Cabildo de Xerez en 1410, juntamente con una carta del Condestable de Castilla copiada en dicho libro: en ambos documentos se le reconoce como caballero xerezano.

anuncia la jerarquía / de su glorioso apellido, / tendremos que no hay Alcalde / ni más noble ni más digno / que FERNÁNDEZ MELGAREJO (1) / como guardador solícito / de la ingente fortaleza / de Zahara, que al impío / musulmán le arrebataron / los cristianos aguerridos, / en lucha donde se hicieron / de valor tales prodigios, / como nunca humanos ojos / con sorpresa hubieron visto.

(1) Dice á este propósito el P. Rallón en su Historia de Xerez, tomo III, pág. 15: “Encomendó el Infante D. Fernando la alcaidía de Zahara (3 de octubre de 1407) a Alonso Fernández de Melgarejo, caballero de Xerez, que por ser de la tierra y hombre caudaloso, y con lo que el Infante mandó dar y con lo suyo podía bien tener aquella villa a su servicio y del Rey».

III

Exaltado el sarraceno / hasta el loco desvarío / con la pérdida de Zahara, / traicionero y vengativo / por herencia y por costumbre, / o acaso por propio instinto, / no cesaba de urdir tramas / en la sombra y con sigilo, / para que los vencedores / no reposasen tranquilos / y pagaran su despojo / estando en jaque continuo.

Mas no descansa el cristiano / en los laureles dormido, / que la guerra es su elemento, / el pelear es su oficio, / y si los dos le faltaran / con sus lances imprevistos, / sus vivas escaramuzas, / sus azares atractivos, / que tonifican los nervios / y llenan de regocijo / al espíritu más triste / y al cuerpo más abatido, / entonces, desesperado / por la fuerza del hastío, / acaso la misma vida / considerara un martirio.

Así, salidas frecuentes / hacen contra el enemigo, / cuyas rapaces algaras / e insaciables apetitos, / ni respetan los sembrados / ni del ganado el aprisco, / ni la vivienda del pobre / ni la casa de los ricos, / que igual invade la choza / que el lujoso caserío; / y si en sufiente número / se reúnen impelidos / por la incitante codicia / o por el odio bravío, / como bandada de buitres / o turba de forajidos / intentan dar el asalto / por los peñascos graníticos, / a la ruda fortaleza, / cuyo murado recinto, / impasible a los ataques / y a los intentos malignos / del asalto por sorpresa, / le opone dique fortísimo, / y de sus tretas se burla / con mudo desdén olímpico 

De todas cuantas salidas / ofrecieron más peligro, / siempre de ellas MELGAREJO fue su esforzado caudillo, / y de valor y bravura / tan altos portentos hizo, (1) / que no sólo del muslime / que corrió despavorido / huyendo de la matanza, / sino de los suyos mismos, / fue la admiración y asombro / en grado superlativo.

(l) ALONSO FERNÁNDEZ DE MELGAREJO, fue famoso guerreador en la misma época de los cuatro Juanes, y desde su Alcaidía de Zahara, fue el terror de los moros fronterizos de la serranía de Ronda, verificando contra ellos muy señaladas proezas. (Parada, Hombres ilustres, pagina 141.)

De ahí que su nombramiento / para Alcaide del castillo / y población de Zahara / fuera tan bien recibido, / no ya por el hondo espanto / que a los fieros berberiscos / produce con los efectos / de su probado heroísmo, / sino por la confianza / que su arrojo decidido / a los guerreros infunde / peleando a su servicio; / pues cuando en trances difíciles / contra los moros se han visto, / con su alentador empuje / y su inacabable brío, / la disputada victoria / por completo han conseguido: / que mucho puede el ejemplo / cuando amenaza el peligro.

IV

Noticioso MELGAREJO / de los torpes latrocinios / que cerca de Grazalema, / cual feroces beduinos / cometen los musulmanes, / sin que puedan resistirlo / ni con súplicas y ruegos / el honrado campesino / ni de los pueblos cercanos / los temerosos vecinos, / ordenó que su teniente / Juan Rodríguez Vallecillo, / a reprimir se aprestase / atropellos tan inicuos, / que están reclamando a voces / pronto y ejemplar castigo.

Además, de la campiña / son los dueños exclusivos, / y en lo que no devastaron / al pasar, duros e impíos, / allí los ganados pacen / sosegados y tranquilos, / que al pastor arrebataron / como turba de bandidos; / y ¡ay! del que osado se atreva / a reclamar, que de fijo, / será por los malhechores / primero muerto que oído.

—Pues bien; todo ese ganado / por la rapiña adquirido, / hay que tomarlo por fuerza, / ¿oís? el Alcaide dijo; / y si para rescatarlo / mi ayuda fuese preciso, / desde ahora cuente con ella / el teniente Vallecillo.—

Levantando éste los ojos / que tenía en el suelo fijos / mientras el Alcaide hablaba, / con un gesto afirmativo / contestó respetuoso / yendo á cumplir lo exigido.

Pasados unos momentos, / en el patio del castillo / y en direcciones diversas / se oyeron claros, distintos, / en algazara confusa, / muchos y varios ruidos, / ya el arrastrar de las lanzas / con estridente chirrido, / ya al remover las monturas / el choque de los estribos, / ya el patear del caballo / y su impaciente relincho, / ya de quien sube o quien baja / los pasos firmes y vivos, / las voces de los que piden / algún objeto preciso, / y por último, el mandato / severo é imperativo / de ¡en marcha! ¡pronto! / con sequedad repetido.

El más profundo silencio / reinó después del bullicio, / y empezaron los jinetes / al mando de Vallecillo, / con seriedad mal fingida / y placer mal contenido, / a marchar uno tras otro / hacia el ferrado rastrillo, / y a descender comenzaron / prudentes y precavidos, / por lo áspero y pedregoso / del empinado camino.

V

Aun bañaba el Occidente / el resplandor vespertino, / que pálido se asomaba / entre girones tupidos, / cuando recibió el Alcaide / un breve y urgente escrito / que apresurado le manda / su teniente Vallecillo.

Qué pueda decir, se ignora; / pero se sabe de fijo / que ha de ser cosa muy grave, / según lo duro y fruncido / que le ha puesto el entrecejo / al Alcaide del castillo; / hay además otro dato / comprobante y fidedigno / de la gravedad que encierra / el pliego que ha recibido, / y es que, alterado y nervioso / a su ballestero ha dicho:

—Los caballos y peones / estén todos pronto listos, / para partir enseguida / do se encuentra Vallecillo.—(1)

(1) Aunque no hemos podido encontrar la fecha exacta de esta expedición, y por consiguiente la de la gloriosa hazaña que reseñamos en este Romance, puede asegurarse sin muy sensible error, que fué en los últimos días de Febrero ó primeros de marzo de 1408.

A la siguiente mañana / y en la mitad del camino, / el galopar escucharon, / lejano pero distinto / de numerosos corceles, / a juzgar por el bullicio; / y torciendo el derrotero / se emboscaron con sigilo / en una espesura agreste / de altos y copudos pinos.

A poco, tropel cercano / y confuso vocerío, / de los que ocultos estaban / claro llegó a los oídos, / y observaron con asombro / a los nuestros perseguidos / y acosados por las tropas / del musulmán enemigo.

Cayendo los emboscados / sobre ellos de improviso, / se trabó tan fiera lucha / y horrible, desde el principio, / que el estridor de las armas, / los desaforados gritos / desesperados, rabiosos, / cual salvajes alaridos; / las blasfemias de los unos / por el tajo recibido, / las injurias de los otros / cegados y enfurecidos; / la general barahúnda, / el infernal laberinto / de golpes, acometidas, / de lamentos y gemidos / que angustiados se escapaban / del que rodaba vencido; / todo este fiero alboroto / sanguinario y terrorífico, / anonadaba, turbando / el ánimo y los sentidos; / y no es fácil se prolongue / ni fácil el resistirlo, / que aunque ha llegado el combate / hasta el brutal paroxismo, / son demasiado los muertos, / bastante más los heridos, / y muchos son los que huyen / por el terror impelidos, / gritando como dementes / presa de febril delirio.

Del heroico MELGAREJO / no han desmayado los bríos, / y la vengadora espada / que esgrime feroz y activo, / ni tiene un punto reposo / ni tajo con desperdicio.

Así, que su fuerte acero / tales miedos ha infundido, / que los muslimes, mermados / con muertos y fugitivos, / de impotente desaliento / dejan entrever los signos, / que en vano velar pretenden / con mal oculto artificio; / y aprovechando los nuestros / tan favorables indicios, / el último esfuerzo hacen, / y de ¡Santiago! al grito / alzado por MELGAREJO, / rabiosos y enfurecidos / se arrojan como leones, / y dan sobre el enemigo / tan tremenda acometida / y golpe tan decisivo, / que al fin quedó el sarraceno / derrotado y sometido.

VI

Está de fiesta Zahara, / todo en ella es regocijo; / pues la locuaz alegría / y el contento sugestivo, / rápidos como el incendio / todo el pueblo han invadido, / desde la choza del pobre / a la vivienda del rico; / y en el pecho zahareño / da el corazón tales brincos, / que en la garganta se ahoga / del loco entusiasmo el grito; / y hay quienes lloran de júbilo, / que también el llanto mismo / es en la explosión del gozo / un refrescante rocío.

Es causa de este contento / tan profundo cual justísimo, / el que su bizarro Alcaide / al musulmán ha vencido / en fiera sangrienta lucha, / y en triunfo lo han recibido / todos, pequeños y grandes, / con desbordado delirio.

Traen acémilas cargadas / del botín cuantioso y rico (1) / apresado a los infieles; / y los que hicieron cautivos, / como perros en traílla / amarrados han venido, / llenos de lodo y vergüenza / siendo del pueblo ludibrio, / que a su paso por las calles / los insultó enfurecido; / pues en ellos no veían / al humillado y vencido, / que deben mirar los ojos / piadosos y compasivos, / sino cual se mira siempre / al salvaje forajido / que se goza en la matanza / de seres inofensivos, / y en el robo y el pillaje / cifra su placer más íntimo.

Así el pueblo zahareño / obra con tales vencidos, (1) / que no lástima merecen / sino desprecio y desvío, / por su villana conducía / y sus enormes delitos.

(1) Afirma el P. Rallón en su Historia de Xerez, que el botín apresado en esta memorable hazaña de Fernández de Melgarejo, «después que se vendió, montó cuarenta mil maravedís», tomo III, pág. 24. Traducida dicha suma a nuestra moneda actual, y tomando como tipo, no el Alfonsí de oro, maravedí equivalente a 50 reales, sino el pardo o negro que valía 5 rs., da un total de 200.000 rs.

En cambio, con alma y vida, / gozoso y agradecido, / de FERNÁNDEZ MELGAREJO / xerezano nobilísimo / y bravo Alcaide de Zahara, / se celebra el heroísmo / con tan profunda alegría, / con entusiasmo tan vivo, / que si al pueblo le valiera / le alzaría como a un ídolo, / un trono donde alabanzas / le prodigara efusivo: / tanto por el nuevo triunfo / se siente de enardecido, / que al aclamar jubiloso / a MELGAREJO el invicto, / a la garganta le pide / sus más resonantes gritos, / y al corazón generoso / sus más ardientes latidos.

martes, 2 de noviembre de 2021

Glorias xerezanas (Manuel Bellido, 1906) (IX)

ROMANCE VIII

APARICIO GAITÁN (1)

(1340)

A mi excelente amigo D. Antonio Roma.

I

Con turbulencias sin cuento / que daban pavor al ánimo, / esperanzas y temores / juntamente despertando, / aunque siempre las primeras / encuentren más hondo arraigo; /

(1) El héroe de este Romance, noble por su linaje y descendiente de los primeros pobladores de Xerez, cuenta por sus ilustres progenitores a Juan Gaitán y a Dª Eufemia, su mujer, hija del célebre Garci-Gómez Carrillo. Llevan por armas trece veneras o conchas de oro sobre campo azul, y sobre ellas la cruz roja de Jerusalem, signo de descendencia de los Cruzados. En la puerta izquierda de la sala principal de la casa núm. 10, calle Cabezas, existe un escudo de esta familia con otro de los Torres.

teniendo en jaque á las huestes / del monarca castellano, / las continuas algaradas / del islamita menguado, / inquieto se deslizaba / y entre zozobras, el año / de mil trescientos cuarenta, / si revuelto, afortunado; / pues que en León y Castilla / Alfonso onceno reinando, / y siendo a más de los suyos / por la alteza de sus actos / con merecida justicia / el Justiciero llamado, / abrigan la confianza / unánime sus vasallos, / lo mismo el magnate ilustre / de castillo blasonado / que el paciente y ruin pechero / del tosco terruño esclavo, / de que tan grande monarca, / nieto de Santos y Sabios / ha de ser en sus empresas / por el triunfo coronado; / un desastre fuera indigno / de su valor y su rango,

que hirviente corre en sus venas / la sangre de aquel rey Bravo, / que adquirió gloria y renombre / con el infiel batallando.

II

Comenzaba el mes de Octubre / del ya referido año, / y presentaba Xerez / movimiento desusado / en sus calles y plazuelas, / de gentes, que sin descanso, / en direcciones distintas / iban alegres cruzando.

Aquí y allá pelotones / de pecheros y soldados, / frases ligeras y agudas / unos con otros cambiando, / uniendo a cada palabra / el preciso manotazo.

En sitio aparte discurren / más tranquilos los hidalgos, / si bien se escucha entre ellos / tal cual fogoso diálogo, / en que se afirma o comenta / algún hecho o lance vario; / ya la marcha de la guerra, / ya el temor de algún asalto, / ya el desastre que en Redira / sufrieron los africanos, / donde su primer victoria / ha la Mesnada alcanzado; (1)

(1) Según asegura el analista xerezano Bartolomé Gutiérrez (torno II página 203) no se hace mención de los mil caballeros de la Mesnada o guardia Real, que envió de refuerzo a Xerez Alonso XI, llanta la batalla de Redira, después de la cual entraron victoriosos con su pendón en Xerez.

ya la pertrechada fuerza / de peones y caballos / que llegan de varios puntos / con fervoroso estusiasmo / a castigar las audacias / del musulmán desalmado; / ya del arrogante Alfonso / el caritativo rasgo (1) / cuando en la puerta del templo / a un pobre dio cien cornados; /

(1) No es de extrañar este caritativo rasgo del Monarca, siendo así que regaló a la ciudad su magnifica batería de cocina, para que se fundase con su producto el Hospital de Nuestra Señora del Pilar. También regaló Alonso XI, según afirma Granndallana en sus Monumentos de Xerez, a la parroquia de San Lucas, después de la famosa batalla del Salado, la imagen de Nuestra Señora de Guadalupe que se venera en el citado templo; dicha imagen, dice, es la que el Rey llevaba en su oratorio de campaña. Nuestro analista Bartolomé Gutiérrez, refiere en el año 1264, que «en San Lucas es tradición inmemorial dejó el rey Sabio la imagen que allí se venera hoy con el título de Guadalupe, que entonces debió sor de Guadalupia, que suena río turbio, y era la que dicho Rey traía consigo». El P. Rallón opina en su Hª de Xerez, t.° II, página 304, que Alonso XI fue quien regaló dicha imagen, fiel retrato de la que se venera en el Santuario de Guadalupe: esta última opinión parece la más conforme con la sustentada por autores respetables, y por consiguiente la sentada per Grandallana, quien parece abrevado en las mismas fuentes históricas que el Padre Rallón.

lo rendido que a las damas / saludó siempre á su paso / y cual ellas respondían / con semblante alborozado; (1) / y por último, las nuevas / que de Tarifa han llegado, / en que se cuenta y refiere / y se hacen mil comentarios / del trance en que Abul-Hassán (2) / con todos sus coligados, / han puesto en su duro cerco / a los heroicos cristianos; / y aun se asegura y se afirma / con cautela y por lo bajo, / que ayer escribió la Reina (3) / para que en urgente plazo / su padre vaya a Sevilla / con sus mejores hidalgos, / y juntos los dos Monarcas / con los nobles castellanos, / al punto á Tarifa marchen; / pues el lamentable estado /

(1) La Semana Santa del año 1340, la pasó Alonso XI en esta ciudad, en cuya, Iglesia Mayor asistió a los Divinos Oficios. (Véase B. Gutiérrez, t.º II, pág. 203.)

(2) Es el nombre de este Emir de Marruecos, que algunos autores llaman Alboacen.

(3) En efecto, en septiembre de 1340, Dª María de Portugal, esposa de Alonso XI, a instancias de este, escribió de nuevo a su padre, el rey de Portugal, excitándole a que viniera en persona en ayuda de su marido: Alonso IV lo prometió así. (Lafuente, Historia de España.)

en que el muslim ha sumido / a los guerreros cristianos, / exige allí su presencia / y aun más, el pronto reparo / que ha de darle con sus armas / vidas de infieles segando.

Pero la postrer noticia / que insistente ha circulado / desde el tugurio del pobre / hasta el hogar del hidalgo, / lo mismo entre los pecheros / que entre el magnate infulado, / es que el grueso de las tropas / partirán en breve plazo / a la asediada Tarifa; / caballeros xerezanos, / los mejores ballesteros / y los lanceros más bravos, / y escuderos y peones / en su compaña llevando.

Por ello charlan gozosos / en corrillos animados / rico y pobre, mozo y viejo, / el instante deseando / de que empiece la partida, / para probarle al malvado / sarraceno, cuánto valen / las armas de los cristianos; / y que los hijos del héroe / que mató al moro Picazo, / sabrán honrar su memoria / cabezas mil cercenando.

III

En Hispalis la Sultana, / que arrebató San Fernando / con el poder de su acero / de las muslímicas manos, / en esa región dichosa, / rica perla del Andalus, / donde soñó el islamita / voluptuoso, que acaso, / debió existir del Profeta / el paraíso encantado; / en esa ciudad se halla / Alfonso onceno esperando / con inquietud manifiesta / y hondamente contrariado, / pues no viene quien aguarda / entre los que van llegando.

Y es lo cierto que han venido / muchos ilustres Prelados, / los maestres de las órdenes / de Alcántara y Santiago, / don Juan Manuel, el infante, / don Diego López de Haro, / don Alfonso de Alburquerque, / el gran Fernández de Castro, / y en fin, toda la nobleza / que en el reino castellano / su honor y fe dio al monarca / y vasallaje probado; / pero el que impaciente aguarda / no viene ó llega tarde.

Tiene la formal promesa / de su suegro Alfonso cuarto / de Portugal, y no obstante, / el monarca castellano / está febril de impaciencia / y de aguardarle cansado.

Es en balde que conforte / con esperanzas el ánimo / de los leales que en Tarifa / están refuerzo esperando; / porque con las esperanzas / no ha de aliviarse el estado / insostenible del cerco, / más duro cuanto más largo.

Y crece la incertidumbre, / y la duda crece tanto, / que toma cuerpo en su espíritu / intranquilo y exaltado, / la vergüenza de un desaire / del monarca lusitano.

Mas pronto se desvanece / ese temor infundado, / al oír con regocijo / que uno de sus cortesanos / alborozado le anuncia / del rey el arribo fausto, / y seguido de un ejército / compuesto de mil caballos / y numeroso peonaje / obedientes al mandato, / de linajudos caudillos / y valientes hijosdalgo.

A la mañana siguiente / cuando sus reflejos pálidos / apenas mostraba el alba / en los confines lejanos, / las mesnadas belicosas / a Sevilla abandonaron, / y a la asediada Tarifa / llevan ansiosos sus pasos, / que allí el deber y el honor / con ecos desesperados, / como a patricios los llaman / y también como a cristianos.

IV

Con la fuerza de una tromba / y la presteza del rayo, / una importante noticia / por Xerez ha circulado, / invadiendo presurosa / los más escondidos ámbitos / de la población que unánime / comenta con entusiasmo.

Sábese de ciencia cierta / que el ejército cristiano / por camino de Sevilla / acércase a largos pasos / y que hacia Tarifa marcha / en socorro de los bravos / que de sus murallas dentro / están como encarcelados.

En voz alta se asegura, / que es tan nutrido y bizarro / el ejército que al rey / escolta le viene dando, / tal el número de nobles / de infantes y de prelados, / de caballeros ilustres, / de Concejos, hijosdalgo, / mesnaderos valerosos / y de leales vasallos, / que no viene a la memoria / el recuerdo, ni aun lejano, / de tan escogido ejército; / mayor en número, acaso; / mas tan ilustre, imposible / que se haya nunca juntado: ¡hasta el rey de Portugal / viene al nuestro acompañando¡.

Esto se afirma y repite, / se divulga y vuela rápido, / proporciones gigantescas / en la carrera tomando, / hasta ponerse del cuento / los mil ribetes fantásticos.

En lo que no cabe duda / ni cupo jamás engaño, / es en afirmar que todos / los valientes xerezanos, / de común y noble acuerdo / las armas requieren ávidos / y a la partida se aprestan, / por sus caudillos llevando, / al sin par Villavicencio / prudente cuanto esforzado; / a Fernández Valdespino / el incansable luchando; / y a Dávila y a Zurita, / cuyo valor han probado / en cien reñidas batallas, / contra el musulmán nefando.

Así de Xerez salieron / los peones y caballos, / las más aguerridas lanzas / y ballesteros más prácticos, / y hasta un pelotón nutrido / de pecheros y villanos, / de bastimentos y armas / provistos y pertrechados, / y en dirección a Tarifa / van con ardiente entusiasmo, / que allí, en la Peña del Ciervo, (1) / el monarca castellano, /

(1) Lugar situado a dos leguas de Tarifa, en el cual acamparon las tropas confederadas. En la distribución que hizo Alonso XI de los ejércitos, dice la Crónica que en la colina llamada Peña del Ciervo, fueron colocados «los labradores y omes de poca valía>>.

para reforzar sus huestes / está impaciente esperando / y a más, que mucho confía, / en el valor denodado / que siempre mostró en la guerra / el heroico xerezano (1).

(1) Tal era la estima en que Alonso XI tenía a los caballeros xerezanos, que les concedió en de Abril de l344, un Privilegio en virtud del cual podían elegir entre ellos, uno cada año, para escribano Mayor del Crimen y Alguacilazgo mayor de la Cárcel, en gratitud a lo mucho que dichos caballeros le habían ayudado en la guerra de Algeciras.

V

A la una y otra margen / del río que llaman Salado, / dos belicosos ejércitos / hace tiempo, que acampados / en las extensas llanuras / están, sin duda aguardando, / que de la sangrienta liza / arribe el momento infausto.

Pronto la noticia corre / de que el choque ha comenzado, / y de Abul-Hassán la tienda / es víctima de un asalto / intrépido y formidable / de los fieros castellanos,

que con salvaje denuedo / é impetuoso arrebato, / ni uno de los cien zenetas / que la están custodia dando / y velan por las esclavas, / la propia vida ha salvado.

Entre la morisma cunde / el desconcierto y el pánico, / y es la matanza tan grande, / el ensañamiento tanto, / que al muslim que el nuestro alcanza / sucumbe de un solo tajo.

En lo más recio y furioso / del combate sanguinario, / cuando de iracundia ciego / el ejército cristiano / como carnívoras fieras / peleaban sin descanso, / cabezas de los infieles / furibundos cercenando, / del pelotón de aguerridos / intrépidos xerezanos, / salió arrogante mancebo / así a los de Lorca hablando:

—Sabed, bravos camaradas, / que es el momento llegado / de ganar fama y renombre, / algún hecho realizando / digno de este día glorioso. / Al Pendón acometamos / que lleva Benamarín / con riquísimos bordados, / y a las nuestras, de seguro, / ha de pasar de sus manos, / no sin que pierda la vida / en el repentino cambio.

Y cual chacales hambrientos / a la empresa se lanzaron, / por las apretadas filas / del agareno cruzando, / hasta llegar victoriosos / donde el Pendón codiciado.

Después de luchas y choques / valerosos y titánicos, / al infiel, con la existencia / el Pendón arrebataron.

Mas APARICIO GAITÁN / el ilustre xerezano / y Juan Guevara el de Lorca, / con arrojo temerario / a un tiempo el rico trofeo / codiciosos apresaron, (1) / cada cual atribuyéndose / el derecho a conservarlo / como legítimo dueño / y en fiera lid conquistado.

(1) Barahona afirma en su Rosal de Nobleza, que el pendón fué derribado por los de Xerez; poro que llegando al mismo tiempo los de Lorca le echaron mano.

Después de viva disputa / relativa a cuál de ambos / debía consigo llevarse / joya de precio tan alto; / se convino en que acabada / la campal lucha, en el acto, / al Rey los dos acudiesen / su justicia demandando, / y jurar acatamiento / a su inapelable fallo.

Así fue, y así lo hicieron / cual honorables hidalgos, / y a buscar fueron al Rey / la campaña atravesando, / donde se hallaban los muertos / en montones hacinados, / cuyo incalculable número / llenaba de horror y espanto / al corazón más entero / y al pecho más esforzado: / hasta las aguas tranquilas / del antes limpio Salado, (1) / en charco inmenso de sangre, / hirviente y roja, trocado, / quedose para escarmiento / del repulsivo africano.

(1) Diose la célebre batalla del Salado según afirma el ilustre xerezauo y Arcipreste de León D. Diego Gómez Salido, contemporáneo del hecho, el día 30 de octubre de 1340.

VI

Sometido al recto juicio / del monarca castellano / cuál de los dos caballeros / valerosos y esforzados, / que de manos del moslime / el Pendón arrebataron, / debe llevarlo consigo / y orgulloso conservarlo, / si Juan Guevara el de Lorca / o GAITÁN el xerezano.

Respondió grave y sesudo / el monarca a los hidalgos: / que puesto que en lid sangrienta / los dos el pendón ganaron, / fuere el asta del de Lorca (1) / y el lienzo del xerezano.

Obtuvo Xerez, por modo / tan glorioso cual bizarro, / el histórico Pendón / que nombran Rabo de gallo, (2) /

(1) En Lorca, dice el P. Rallón, se conserva hoy el asta que guarda aquella ciudad, engastada en plata, y la sacan en las fiestas públicas y más solemnes de aquella ciudad. La mía (Xerez) hizo tanto aprecio de esta joya, que tomó este pendón por señal e insignia suya y lo depositó en la iglesia del Sr. Santiago, donde parece, por instrumentos públicos, que estaba el año de 1466.

(2) El actual Pendón que se exhibe en la procesión cívica del día del Sto. Patrono de Xerez es el auténtico Rabo de Gallo, objeto en todos los tiempos de la veneración de los xerezanos, y al cual se le otorgaron tales distinciones y preeminencias, que hasta los mismos Reyes Católicos le concedieron en 1485 la especial merced de salir solamente dicho Rabo de Gallo con la ciudad en pleno, pero no en contrario caso.

y que en mil reñidas luchas / sus nobles hijos lograron / con tan veneranda enseña, / de las victorias el lauro.

sábado, 30 de octubre de 2021

Glorias xerezanas (Manuel Bellido, 1906) (VIII)

ROMANCE VII

DIEGO FERNÁNDEZ DE HERRERA (1)

(1339)

I

Era del brumoso Octubre / uno de los días postreros, / y á su término tocaba / el año de mil trescientos / treinta y nueve, año de luchas / y de zozobras sin cuento.

(1) El apellido de Herrera no fue conquistado, como afirma Bartolomé Gutiérrez en su Historia de Xerez, tomo TI, pág. 199, en el acto heroico que reseñamos en este Romance; puesto que en el Libro del Repartimiento de Casas de 1266, figura en la collación de San Juan, Domingo Gonzalo de Herrera, abuelo del héroe mencionado; el mismo Bartolomé Gutiérrez niega tal parentesco, indicando como abuelo del citado héroe a Diego Ferrans, con casa en la collación de San Marcos. Tienen por armas dos calderas de oro sobre campo rojo con orla de calderas y pendones, signos de rica hombría. Frente a la iglesia de San Mateo, se conserva en el muro de una casa, un escudo en mármol con dos cuarteles, en uno de los cuales se ven las armas de los Fernández de Herrera.

En la ciudad de Xerez, / bizarro y heroico pueblo / que llenó el suelo de España / de esforzados caballeros, / desde temprano se observa / desusado movimiento / de señores linajudos, / que, abstraídos y en silencio, / cruzan las estrechas calles / desde el uno al otro extremo, / baja la altiva cabeza, / fruncido el adusto ceño; / de hidalgos que van y vienen / a buen paso y mal contentos, / según llevan de mohíno / y mal encarado el gesto: / pelotones de soldados / y corrillos de pecheros, / que con avidez atisban / y murmuran con recelo, / del que sube y del que baja, / pobre ó rico, mozo ó viejo.

Es indudable que todos / los moradores del pueblo, / algo temen y algo esperan, / pero terrible y siniestro.

II

Bajo la espaciosa nave / del hermoso y santo templo / de San Juan, al que los fieles / llaman de los Caballeros, (1) / aparecen congregados, / en haz compacto y espeso, / nobles de elevada alcurnia, / hijosdalgos de abolengo, / magistrados y golillas, / los patronos del Concejo, / soldados de edades varias / de marcial y franco aspecto, / aunque los más son vulgares, / y de distinción los menos.

Todos en montón confuso / agítanse con empeño, / y se oprimen, se codean, / se empujan y pisan ciegos, / pues cada cual ambiciona / ser de todos el primero.

Pronto en el aire resuena / un prolongado siseo, / que cual eléctrica chispa / va el concurso recorriendo, / y varias veces se oye / con acentuado imperio, / repetida la palabra / sacramental de ¡silencio!.

(1) Respecto al origen probable del cognomen de Caballeros dado a este templo, véase la nota primera del párrafo V del anterior Romance dedicado a Domingo Mateo de Amaya.

Calla el ruidoso gentío, / y con profundo respeto / todos a escuchar se aprestan / las razones o consejos / que va a darles el ilustre / Prelado de Mondoñedo / don Álvaro de Viedma, / militar y Obispo a un tiempo; / si como clérigo, sabio, / valiente, como guerrero.

III

- Ha seis meses que sufrimos / apretado y duro cerco, / que el rey de las Algeciras / obstinado nos ha puesto; / (dice el ilustre caudillo / con emocionado acento).

Hasta aquí hemos resistido / y luchado como buenos; / pero las fuerzas nos faltan, / mientras crecen las de ellos.

Ellos la salud disfrutan / del que vive en campo abierto; / nosotros las privaciones / y los tristes sufrimientos, / de los que de altas murallas / se ven encerrados dentro.

Y... de ello hablar no quisiera, / porque me desgarra el pecho; / mas lo diré, aunque me cueste / hondísimo sentimiento.

El hambre ya ha desplegado / su fúnebre pendón negro, / y a todo el pueblo cobija; / a los grandes y pequeños.

El duro pan que hasta hoy / nos dio el único sustento / durante un mes, mitigando, / el dolor del cuerpo hambriento, / se acabó con la esperanza / de exterminar al ejército / formidable, de los hijos / del arenoso desierto.

Réstanos sólo un recurso / en tan aciagos momentos; / morir en sangrienta lucha, / antes de entregar el cuello / a la bárbara cuchilla / del cobarde sarraceno; / y si morir, como bravos / peleando, no podemos, / por resistirse a la lidia / la endeblez de nuestro cuerpo, / por el hambre extenuado / y por las fatigas muerto, / de NUMANCIA y de SAGUNTO / la abnegación imitemos.—

Aún de las palabras últimas / escuchábanse los ecos, / cuando del compacto grupo / adelántase un mancebo, / de noble y viril presencia, / y de continente apuesto, / y al insigne Obispo dice / con aire firme y resuelto:

—Señor, xerezano soy, / del honor humilde siervo, / nieto del valiente Herrera, / que dio sangre de su pecho / por rescatar del moslime / este codiciado suelo.

Sabed, señor, que ahora y siempre / a morir estoy dispuesto / por la patria; mas de hambre, / cobarde fuera, teniendo / frente a frente al enemigo, / y al cinto el tajante acero.

Sé las costumbres y el habla / del astuto sarraceno, / aprendidas cuando niño / en obscuro cautiverio; / y soy capaz de internarme / del moro en el campamento, / y darle muerte al odioso / Abu-Malik, que es el dueño, / príncipe, señor y jefe / de los moriscos ejércitos.

Ayudad vos esta empresa / con vuestros bravos guerreros, / y aprovechando el instante / de general desconcierto, / que ocurrirá, cuando miren / al infiel Picazo (1) muerto, / cargad sobre el enemigo / con belicoso denuedo; / que abrigo la confianza, / y aun más, la certeza tengo, / de que en el primer embate / ha de ser el triunfo nuestro.—

(1) El apellido Picazo, que llevaba uno de los cuatro Juanes, y que aun se conserva en Xerez en familias humildes, tiene su origen en. el que daban al moro muerto en esta jornada memorable.

Con tal fe y aplomo tanto / habló el valiente mancebo, / que todos los allí juntos, / atónitos y en silencio / contemplándole quedaron; / hasta que el de Mondoñedo, / le dijo: ¿Por Dios juráis / cumplir lo que habéis propuesto?.

—Por Dios bendito lo juro, / por mi honor de caballero.

Falta sólo que mañana / con los instrumentos bélicos, / de atabales y clarines, / hagáis con fragoso estruendo / una señal convenida.

—Hora.

-La del alba.

-Presto / marchad, y Dios nos ayude; / que á vos, heroico mancebo, / os dará valor y amparo / la Virgen de los Remedios (1)

(1) Era especial la devoción que en este tiempo tenían los caballeros xerezanos a Nuestra Señora de los Remedios, cuya sagrada imagen fue hallada en un vano de la muralla de la Puerta del Real.

IV

Desde el lejano Occidente / lanza sus rayos postreros / el sol, entre parda bruma / y entre celajes envuelto.

Sobre blanca, hermosa yegua, / voladora como el viento, / a todo escape cabalga / un moslim, joven y apuesto, / lanza en cuja, gumia al cinto, / y al lujoso arzón sujeto / va pendiente el corvo alfanje, / que es de damasquino acero.

Ancho turbante le sirve / de marco al rostro trigueño, / donde, cual ardientes ascuas, / centellan dos ojos negros.

Lleva, como distintivo / de su elevado perjenio, / en vez de alquicel, chilaba / con adornos de alto precio: / oro, sedas, apostura; / todo, nos da como cierto / que el africano jinete / es un señor opulento, / un walid de regia estirpe, / o algún jeque de Marruecos.

Quienquier que sea, impaciente, / va por sendas y linderos, / atravesando a galope / sin marcado derrotero, / los sembrados que el alarbe / taló, de venganza ciego.

Y así rápido camina / y va por los campos yermos, / que próximos a Sidonia / se extienden como desiertos, / forzando a la noble yegua, / que atrás deja el raudo viento.

V

En el horizonte, apenas / dibuja su albor primero / vaporosa la mañana, / disipando el manto negro / que a la tenebrosa noche / guarda entre sombra y misterio.

Bien cerca del turbio Lete, / en unos llanos inmensos, / acampa de la morisma / el beligerante ejército, / y donde quiera hay señales / de militar vivaqueo.

Al lado, sobre la cumbre / de un alto empinado cerro, (1) / álzase la blanca tienda / del temido Infante Tuerto: / todo en la quietud reposa, / todo duerme en el silencio / que de vez en cuando turba / el alerta soñoliento / del vigilante atalaya.

(1) Dicho cerro está situado cerca del puente de la Cartuja y es conocido, hasta del vulgo, coa el nombre de Cerro o Cabeza del Real; nombre que a través de los tiempos ha llegado a nuestros dias, aun cuando no esté tan vulgarizado como debiera, el hecho gloriosísimo que le dio origen.

De súbito, interrumpiendo / la tranquilidad del campo / y el apacible sosiego / que reina en las dulces horas / del amanecer risueño, / atabales y clarines / tocaron con tal estruendo, / tal confusa algarabía / de lejano clamoreo, / tal tropel de gente armada / y agudos gritos se oyeron, / que las tropas agarenas / pusiéronse en movimiento, / y las repetidas voces / de alarma, pronto invadieron / hasta los rincones últimos / del morisco campamento.

Sonaron los añafiles / con atronadores ecos; / voces de mando, imperiosas, / en todas partes se oyeron; / unos montan á caballo, / otros los disponen presto, / los de aquí buscan sus armas, / y las requieren aquéllos, / los más azorados corren / con grande desasosiego: / hay espanto en muchas caras, / serenidad en las menos.

Todos impacientes miran / hacia el empinado Cerro / en donde el Real se asienta, / aguardando den comienzo / las primeras maniobras / y los anuncios primeros, / de apercibirse a la lucha / contra el enemigo fiero, / pues por instantes avanzan / los cristianos hacia ellos.

Mas enfrente de la tienda / de Abu-Malik, todos vieron / un pelotón de los suyos / los alfanjes esgrimiendo, / y oyéronse bien distintos, / maldiciones, juramentos, / alaridos angustiados / y el chocar de los aceros.

Del pelotón, vióse a poco / cual una flecha ligero, / partir sobre blanca yegua / al incógnito guerrero / que atravesó por la noche / el morisco campamento, / cual subdito del Infante / y de Aláh rendido siervo.

VI

Los aguerridos cristianos / como chacales hambrientos, / han penetrado veloces / en el enemigo cerco, / dando con feroz empuje / a la matanza comienzo.

La morisma alborotada / sin más recursos ni medios / de defensa, que la huida, / en tan impensado encuentro, / ávida a sus jefes busca, / como salvador remedio / contra el infernal desorden / y el reinante desconcierto / que es nuncio de la derrota / buscada por tanto tiempo, / y esta vez puesta al alcance / de los cristianos guerreros.

Repléganse del Real / hacia el empinado Cerro, / y allí, frente de su tienda, / con terror pánico vieron / al caudillo Abu-Malik / tendido en el duro suelo, / con ancha y profunda herida / que le ha desgarrado el pecho.

Sus leales le contemplan / consternados y en silencio, / y hay espanto en unos rostros, / en otros dolor sincero, / en algunos honda rabia, / y en todos el desaliento.

Pero los cristianos llegan / con belicoso denuedo, / y al desconcertado alarbe / acometen, de ira ciegos, / y rueda un infiel por tierra / a cada tajo certero.

Crece con furor la lucha, / la refriega va en aumento, / y sólo se escucha en torno / el fragor de los aceros / que se cruzan y golpean / con salvaje ensañamiento; / bramidos del que provoca, / de quien lucha el rugir fiero, / amenazas, del que hiere / y del herido lamentos.

Un pelotón de cristianos / que llega como refuerzo, / hace que el terror aumente / en el enemigo ejército, / y hay muchos que acometidos / por los espasmos del miedo, / quedan fuera de combate; / otros se alejan huyendo / en cobarde retirada, / y pocos son los que tercos / insisten en la victoria, / peleando con empeño.

Al mirar los xerezanos / cual merman los sarracenos, / y que las filas se aclaran / con los idos y los muertos, / todos juntos se disponen / á hacer el postrer esfuerzo, / y al mando del valeroso / Obispo de Mondoñedo, / tan atroz acometida / a los enemigos dieron, / que al primer choque quedaron / los pelotones deshechos, / y en dispersión vergonzosa / a la desbandada huyeron, / no sin que el suelo dejaran / de cadáveres cubierto.

VII

En la Puerta del Real / llamada del Marimolejo, / bulle, charla, se impacienta / y se estruja sin respeto / a la vejez ni al estado, / á la distinción ni al sexo, / una multitud ansiosa / de ver el herido cuerpo / del gran FERNÁNDEZ DE HERRERA / que al moro Picazo ha muerto.

Ha un instante, que vestido / con el traje sarraceno, / sobre voladora yegua / del campo enemigo ha vuelto, / por los moros acosados / y mal herido por ellos.

De mortales cuchilladas / tiene acribillado el cuerpo, / desgarrados los vestidos, / de sangre el rostro cubierto; / ni un suspiro, ni una queja, / ni aun apenas el aliento, / salen en señal de vida / de sus labios entreabiertos.

Sobre los robustos hombros / de alguaciles y escuderos, / a las órdenes sumisos / de Regidores y médicos, / DIEGO FERNÁNDEZ DE HERRERA / fue llevado al santo templo / de San Dionís, donde hizo / la ciencia el último esfuerzo / por restituir el héroe / a su patria y a sus deudos.

Mas resultaron fallidos, / inútiles los intentos / de los sabios, que la vida / devolverle pretendieron; / y quince días pasados / de pruebas y de tormentos, / a Dios entregó su espíritu / el bizarro caballero, (1) /

(1) Los gloriosos restos de Diego Fernández de Herrera, fueron sepultados con gran pompa en la cripta de San Marcos, donde fue hallada en 1755 una lápida con la inscripción siguiente: «Aquí yace el magnífico y muy noble y esforzado caballero, gran libertador de su patria Xerez, Diego Fernández de Herrera, que mató al Infante Tuerto, y a costa de su vida la libró de su gran poder, año de 1339.» El P. Rallón asegura en su Hª de Xerez (tomo II , cap. XIX, p. 274), haber leído un acuerdo del Cabildo, «que ordena y manda que esta batalla y suceso se pinte en la plaza del Arenal, en las casas del Corregidor, de cuerpos grandes, y que se renueve siempre que la necesidad lo pida para que no se pierda la memoria de ella.» Bmé. Gutiérrez dice en su Año Xericiense, que estuvieron visibles hasta el año 1670; ignorándose por qué no se renovó su pintura, habiéndose acordado por la Ciudad que así se hiciera.

que dio su preciosa sangre / por redimir a su pueblo, / del odioso y torpe yugo / del invasor sarraceno.

jueves, 16 de septiembre de 2021

Glorias xerezanas (Manuel Bellido, 1906) (VII)

ROMANCE VI

FERNÁN NÚÑEZ DE ÁVILA (1)

(1308)

(1) Este Ilustre xerezano cuyo antiguo apellido era Muñoz Godo, con solar en Ávila, de donde se deriva su apellido, se halló, según afirma Bmé. Gutiérrez en su Hª de Jerez, tomo III, pág. 134, además de la batalla gloriosa que reseñamos en este Romance, en la del Salado; estuvo asimismo, en la que fue muerto Abu-Malik por Diego Fernández Herrera; asistió á la toma de Algeciras, al sitio de Gibraltar y a la guerra que contra Aragón tuvo el rey Don Pedro el Cruel.

I

A toda prisa cabalgan / sobre fogosos corceles, / que llamas abrasadoras / por sangre en las venas tienen, / varios bizarros guerreros, / cuyas lanzas relucientes / y bruñidas armaduras / y brilladores almetes, / observados á distancia / con atención persistente, / más que bélicos arreos / de lidiadores, parecen, / cuando con sus rayos rojos / báñalos el sol poniente, / ascuas de una inmensa hoguera / que el aire voraz enciende.

De una ladera frondosa / por entre el sembrado verde / á galope atravesaron / los valerosos jinetes, / hasta alcanzar la espesura / de la inculta sierra agreste, / en cuyo seno escabroso / el galopar entorpece, / ya el selvático ramaje / o del suelo el accidente; / mas les precisa cruzarlas / por aquel lugar, á trueque, / de llegar tarde al Castillo / de Tempul, trinchera fuerte, / sobre la cual hay noticias / fidedignas y recientes, / que la contraria fortuna / amanazante se cierne.

Como esforzado caudillo / de la distinguida hueste, / va FERNÁN NÚÑEZ DE AVILA, / que en lo atrevido y valiente / habrá algunos que le igualen, / pero no quien le supere.

Van entre los que le siguen / deudos suyos y parientes / y esforzados compañeros (1) / que tal fe en la empresa tienen / y tan clara la victoria / á su decisión se ofrece, / que se les va haciendo tarde: / y el tiempo que pasa sienten / en darle al muslim osado / una prueba contundente / de la bravura y el odio, / que provocadores hierven / dentro del pecho cristiano, / que al musulmán aborrece.

(1) Dice en confirmación de ello el ilustre Bertemati en su Discurso sobre las Historias y los historiadores de Xerez, p. 140: «Bravo fué hasta la temeridad Fernán Núñez de Ávila, con sus deudos y nobles compañeros que puestos los centelleantes ojos en el pendón enemigo, le persigue allende la frontera de Tempul y le arrebata la real enseña, que aumenta con sus blasones los blasones de su escudo».

II

De la ciudad xerezana / hacia el apartado Oriente, / existe una cordillera, / cuyas abruptas vertientes / campos de opuestas regiones / con sus peñascos defiende; / de impedimento y barrera / á los de Xerez sirviéndole, / contra la torpe amenaza / de los moriscos lebreles, / por conquistar nuestra tierra / que invencible se defiende.

De la sierra pedregosa / en lo más alto y agreste, / hay un soberbio castillo, / cuya contextura fuerte / y elevación prodigiosa, / á quien lo mira sorprende; / pues las negruzcas almenas / que lo coronan, parece, / que entre las errantes nubes / en ocasiones se pierden.

Dos lustros escasos hace (1) / que á los cobardes infieles / el Infante de Castilla (2) / con su valerosa gente, / junta con los xerezanos / aguerridos y valientes, / lo arrebató en lid sangrienta / de entre las garras aleves, / a los moros de Algeciras, / que desde esa fecha vienen / con celadas y sorpresas / tendiendo traidoras redes, / por conquistar de Tempul (3) / la fortaleza eminente.

(1) Aun cuando están discordes los autores consultados, respecto á la fecha en que ocurrió el hecho famoso que reseñamos en este Romance, pues mientras unos lo suponen acaecido en el año de 1288 (?), otros aseguran que fue en 1308, nos hemos decidido por la última de estas fechas por parecemos la más probable.

(2) Dice á este propósito el P. Rallón en su Hª de Jerez, tomo II, pág. 204: «Y fue luego (año de 1300) a cercar un castillo que era de los moros de Algeciras, nombrado Tempul, que es muy fuerte lugar, e tan alineado estaba el Infante D. Pedro, e tan recio fue a combatir este castillo, que luego fue tomado, e tomaron los moros por él muy grau quebranto, por la pérdida que ahí ficieron de este castillo, y después que fue tomado, tornóse este Infante D. Pedro para Sevilla, de done salió el Rey y la gente del Reino.

(3) El 3 de Diciembre de 1351, dio el rey D. Alonso XI por juro de heredad, el castillo y villa de Tempul, á D. Alonso Pérez de Guzmán, quien había recibido como merced especial de D. Fermando IV, en 1312, el mencionado castillo y término de Tempul. (P. Rallón, Hª de Xerez, tomo II, pág. 208.)

Los cristianos vigilantes / la custodian y guarnecen / con tan solícito empeño / y con fervor tan ardiente, / que al moro en sus intentonas / audaces como frecuentes, / ni le ha valido la astucia / que cautelosa los mueve, / ni aun la esperanza del número / de sus desalmadas huestes.

Mas no por ello desmaya / ni su ambición desfallece, / que sus miradas rapaces / fijas en Tempul las tiene; / y en un rapto de soberbia / que su baja sangre enciende, / ha jurado será suyo, / aunque por ello le cueste / la pena de la derrota / y el suplicio de la muerte.

III

Las continuas correrías / de la morisma impaciente, / sólo por tener en jaque / y en alarma permanente / á la milicia cristiana, / que valerosa defiende / el territorio y la hacienda, / no cesa ni retrocede / en sus audaces propósitos; / y en su obcecación no advierte / que los altivos cristianos / no se abaten impotentes, / ni al número ni a la fuerza / de los menguados infieles, / ni del invadido suelo / un solo palmo les ceden.

Dueños de las Algeciras, / que con empeño sostienen / los sectarios del Profeta, / por tener del mar allende / el territorio africano / que seguro les ofrece / asilo en la retirada / inesperada y urgente, / como el refuerzo inmediato / de bastimentos y gente / en los instantes más críticos / y graves, cuanto frecuentes; / señores, al fin, por fuerza / de puerto tan conveniente, / por los preciosos recursos / que del África les vienen, / y al interior, las algaras / repetidas é insolentes, / que al pechero, al hacendado / en espectación mantienen, / por los robos y atropellos / que sin conciencia cometen; / son las causas poderosas / que en Algeciras los tienen / sujetos y entre murallas / inexpugnables y fuertes.

Pero el afán de conquista / su sangre agarena enciende, / y cuando los campos corren / a Tempul se acercan siempre, / y la ambiciosa mirada / en sus almenas detienen, / como los hambrientos lobos / ante el corderillo inerme.

En la rapaz correría / que hicieron últimamente, / con torva intención llegaron / al pie de la sierra agreste / de Tempul, en cuya cima, / se alza el castillo potente.

Las moriscas azagayas / el aire veloces hienden, / al ser lanzadas de manos / de los muslimes rebeldes, / y aun cuando al fuerte no alcazan, / con claridad se comprende / que provocación o lucha / los tales hechos envuelven.

Además, en campo abierto, / y al lejos, mirarse puede / numeroso peonaje, / que en grandes masas se extiende / hacia el confín apartado / de la empinada vertiente; / y por último, más cerca, / con sus blancos alquiceles / y sus marlotas de púrpura, / se ven sobre los corceles / armados de agudas lanzas, / muchos y apuestos jinetes.

Todo anuncia á grandes voces / algún peligro inminente; / y por los aprestos bélicos / que a las miradas se ofrecen, / una sangrienta batalla / el más cándido presiente.

IV

Del centenario Castillo / en el interior, se advierte / no acostumbrado barullo, / algazara no corriente, / por ser tranquilas y honradas / las tropas que lo guarnecen.

Pero algo anormal ocurre, / algo temible acontece / que en el ánimo de todos / nefasta influencia ejerce, / cuando presurosos corren / y acelerados se mueven; / unos buscando sus armas, / otros van echando pestes / por la escalerilla angosta / cual si despeñados fuesen; / aquél pregunta aturdido, / mientras le contesta éste / atolondrado y confuso / con frases incoherentes; / suenan golpes en el suelo, / chirridos en las paredes / de algo que rueda y se cae / ó que choca fuertemente; / todo ello, acompañado / de palabrotas soeces, / a grito herido lanzadas / o ya dichas entre dientes.

En el patio del Castillo, / el patear impaciente / óyese de los caballos, / y de acá para allá, vense, / escuderos con monturas / y con ferrados arneses, / que aun sin mirarlos coloca / a cada cual diligentes, / éstos a los caballeros, / y aquéllas a los corceles.

Todo anuncia sin ambajes / ni disimulos prudentes, / que el instante se aproxima / inesperado y solemne / de partir a la pelea / contra el muslim insolente, / que há tres días acampado / está del Castillo enfrente, / y provocador aguarda / que la batalla comience.

V

En medio de tal barullo / que la cabeza enloquece / y a los excitados nervios / en continua tensión tiene, / se ve mudo, preocupado, / y aunque callado, impaciente, / al Alcaide del Castillo / de uno a otro lado moviéndose, / en ocasiones pausado, / precipitado otras veces, / cabizbajo, cejijunto, / y de mal talante siempre: / es seguro que en su pecho / hay tempestades latentes, / y que si del pecho abortan / furibundas e imponentes, / arrollarán destrozando / lo que ante su paso encuentren.

Hacia el cerrado rastrillo / con terca ansiedad se vuelve, / cada vez que en sus paseos / pasa del rastrillo enfrente, / y contrariado murmura / frases que apenas se entienden, / pues es su iracundia tanta, / que la palabra rebelde, / tiembla al salir de los labios / y en ellos trémula muere.

Así el tiempo se pasaba; / así los instantes breves / que en los momentos de angustia / duración eterna tienen, / sin que la ansiedad se calme, / ni sus ardores se templen; / cuando en su intranquila marcha / detúvose de repente, / y como quien olfatea / la presa que se apetece / y que se busca afanoso / con insistencia vehemente, / quedó parado á pie firme / cual si clavado estuviese / en el pedregoso suelo; / y alzando la adusta frente, / antes ceñuda y sombría, / ahora tersa y casi alegre, / ávido y atento escucha / ecos lejanos y leves / de un rumor que sus oídos / con emoción viva hiere; / y...—¡Pronto al rastrillo! grita; / ¡paso libre á los que vienen!.

En efecto, jadeante, / en el rastrillo aparece / con FERNÁN NÚÑEZ DE ÁVILA / su hidalga y lucida hueste.

VI

Aun poblaban el espacio / las tupidas lobregueces, / que la sosegada noche / con grave silencio tiende, / cuando a bajar comenzaron / por la escabrosa pendiente / de la sierra enmarañada / por el ramaje silvestre, / el belicoso peonaje / y los bizarros jinetes, / que FERNÁN NÚÑEZ DE ÁVILA / acaudilla; que obedientes / todos, pequeños y grandes / a su mando se someten, / pues saben que bien probado / el valor heroico tiene, / y que el odio a la morisma / su sangre cristiana enciende / con fuerza tan poderosa / y con llamas tan ardientes, / que al decidirse indignado / a luchar con los infieles, / no hay poder que le detenga / ni peligro que le arredre.

Así, que la confianza / los ánimos enardece / en proporciones tan grandes, / que hasta el más débil se cree, / capaz de vencer él solo / toda la enemiga gente.

Cuando empezó la mañana / vaporosa cuanto alegre, / a esparcir sus claridades / desde el apartado Oriente, / llegó a la extensa llanura / FERNÁN NÚÑEZ con su hueste, / y tomando posiciones / de los muslimes enfrente, / a una señal convenida / los dos bandos se acometen / con furor tan enconado / y rabia tan imponente, / que la carnicera lucha / tal horrible aspecto adquiere, / que más que lucha de hombres / de hambrientos lobos parece.

Los rallones y azagayas / son tantos y tan frecuentes, / que instantes hay, que del cielo / la clara lumbre obscurecen, / y asoladora ruina / siembran y espantosa muerte.

Los cristianos mucho atacan; / mucho con su arrojo pueden, / y prodigios de bravura / tan inusitados vense, / que cada empuje es un rasgo / de abnegación sorprendente.

Pero mucho se resisten / los castigados infieles, / que antes la ardorosa lucha / al vencimiento prefieren, / por lo que desesperados / como fieras se defienden, / y no hay medios que no pongan / ni recurso a que no apelen.

En uno de esos empujes / furiosos y efervescentes / con arrojo temerario / que su vida compromete, / el invicto NÚÑEZ DE ÁVILA / se lanza como un rehilete, / al lugar donde el muslime / su Real enseña tiene, / y con valor tan heroico / al que le lleva acomete, / que el pendón apetecido / triunfante del moro obtiene, / después de sangrienta lucha / y de heridas tan crueles, / que a no encontrarse en las manos / de tan esforzado héroe, / el pendón, lo recobraran; / pues la roja sangre hirviente / que se escapa a borbotones, / tras sí lleva el vigor fuerte, / y no hay brazo que no rinda / ni cuerpo que no doblegue.

El desconcierto y el pánico / en tales términos crece, / juntos con el vocerío / y alaridos estridentes, / que de acorraladas fieras / y no de humanos parecen; / y al ver su pendón, trofeo, / del cristiano, se revuelven / rabiosos y enfurecidos / como turba de dementes.

Mas al contemplar los últimos / rotas sus filas, sin jefes, / y a todos que atropellados, / hasta los mismos jinetes, / huyen a la desbandada / por caminos diferentes, / antes de ser prisioneros / pasar por cobardes quieren, / y en precipitada fuga / del llano desaparecen; / mas dejándolo cubierto / de cadáveres inertes, / que el alto triunfo pregonan / de nuestras heroicas huestes.

VII

Así FERNÁN NÚÑEZ DE ÁVILA / ganó los trece róeles, (1) / que no cual moriscas lunas, / sino cual soles lucientes / habían de bañar profusos / con resplandores perennes, / lo glorioso de su hazaña / de su escudo los cuarteles, (2)

(1) Afirma Parada en sus «Hombres ilustres de Xerez» que los trece roeles que aparecen en el escudo de Fernán Núñez de Ávila, están en memoria de las trece lunas bordadas que tenía el Real pendón ganado a los moros por dicho caballero en la batalla de Tempul. El P. Rallón, agrega a los roeles: «Dos águilas a los lados de un pino, en campo de oro».

(2) El escudo del noble linaje de los Dávilas o de Ávila, lleva en campo de oro dos águilas negras coronadas de oro y lenguas rojas, y en medio de ellas un pino, bajo cuyas raíces se descubre un roel, y los otros doce, todos do color azul, seis van debajo de cada águila y a cada lado del pino. Véase la casa núm. 11 de la plaza del Arenal, el escudo situado al pie del modillón primero de la izquierda, y la casa magnífica de los Dávilas, plaza de Benavente. En una casa de la calle del Canto que hace esquina frente a las Siete Revueltas (Melgarejo), hay un escudo de esta noble familia sobre la portada; lleva una orla de nueve aspas. Algunos de este linaje, como son los Rendones, usan los trece reeles por orla.

que nobles hechos pregonan, / y con signos indelebles / a través del tiempo digan / a las venideras gentes, / cuánto puede el heroísmo, / la abnegación cuánto puede / si es la defensa legítima / de la patria quien los mueve, / o del honor ultrajado / la indignación vehemente, / que ni tiembla ante el peligro / ni cobarde retrocede.