miércoles, 23 de diciembre de 2020

La historia de España sí que puede cambiarse.

Algunos repiten mil, dos mil, tres mil veces, que la historia no puede cambiarse... y que como no puede cambiarse es lógico, razonable y bonito que las estatuas de los dictadores (como la de Varela en San Fernando o la de Primo de Rivera en Jerez) permanezcan en medio de nuestras plazas principales para mayor gloria de la más pura antidemocracia y el peor recuerdo de las dictaduras militares que se han padecido.

En fin, esta actitud nostálgica de algunos no puede durar ya mucho más, ya que no se sostiene desde el punto de vista constitucional, desde el punto de vista democrático. La vía pública no puede ser, eternamente, un escaparate publicitario donde las dictaduras, barnizadas de "hitos históricos" inamovibles, quedan ensalzadas, glorificadas y petrificadas en nuestra memoria.

El caso es que, según parece, la historia no puede cambiarse por quienes pretendemos renovar el aspecto de la vía pública con otros monumentos y recuerdos que no ensalcen a las dictaduras, o a los traficantes de esclavos, o a los ricos y poderosos que, con sus tiranías, trajeron la pobreza y la indignidad de la mayoría. Pero sí pudo y de hecho fue cambiada por quienes trajeron, precisamente, esas estatuas que ahora son defendidas, por una minoría nostálgica, a capa y espada. Como ejemplo: José María Pemán, autor de una Breve Historia de España, descaradamente ideologizada y tergiversada, donde el golpe militar de julio de 1936 y Franco, de la mano de Dios, es según él el destino histórico de España, el recuperado hilo conductor del imperio español... Una cambiada, descoyuntada y surrealista Breve historia de España que se reduce a justificar el golpe militar contra la II República y contra toda lógica democrática y social.

Este panfleto de José María Pemán, este libro suyo publicado en Cádiz en 1950, es un ejemplo de manipulación de la historia sin contemplaciones. No hay más que leer estos párrafos, donde por cierto los campesinos de Jerez quedan retratados como asesinos (sin explicar qué era lo que estos reclamaban en sus protestas), para caer en la cuenta del pensamiento totalitario de José María Pemán y de su apuesta absoluta por Franco y su dictadura:







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