lunes, 28 de junio de 2021

Glorias xerezanas (Manuel Bellido, 1906) (II)

 


ROMANCE PRIMERO

FORTÚN DE TORRES (1)

(1261)

 I

Miradle, joven bizarro / de noble altiva presencia, / vástago de regia estirpe / que ilustres héroes recuerda, / empuña con firme mano / de Castilla la bandera, / que el Sabio rey le entregara (2) / de su lealtad en prueba, / y que él juró conservar / sin mancha ni torpe mengua, / pues el pendón y la honra / de caballero, tan cerca/

(1) Este glorioso héroe xerezano era Alférez Mayor del Alcázar y Caballero de Calatrava; descendía en línea recta de D. Fortún II, rey de Navarra. (2) Fue primer alcaide del Alcázar D. Ñuño de Lara: Alférez Mayor, Fortún de Torre, y su teniente, Garci Gómez Carrillo; al Alférez fue á quien le hizo el Rey entrega del primer pendón enarbolado por los cristianos en esta regia fortaleza.

van de entonces en la vida, / que si aquél en lid perdiera, / sin sucumbir peleando / en su gloriosa defensa, / la vida en él quedaría / reducida á vil afrenta.

Por eso de la alta torre / el duro suelo golpea, / y ruge cuando se asoma / por entre la angosta almena, / al ver al infiel alarbe / que aun del Alcázar soberbia, / los inexpugnables muros / tenaz y obstinado perca.

De traiciones alevosas / y de perfidias secretas, / que del torpe sarraceno / en el corazón fermentan / por muy distintos conductos / pero con viva insistencia, / a su vigilante oído / claras y seguras llegan; / y aunque siempre las celadas / son traidoras y perversas, / la pequeñez denunciando / del cobarde que las crea, / nunca en pecho generoso / que de sereno se precia / y se crece ante el peligro, / ni calor ni arraigo encuentran; / por el contrario, arrogante / y desdeñoso desprecia.

II

Pero Fortún nada teme, / nada al caballero arredra; / antes bien, fía a su acero / la custodia de la enseña / orgullo del castellano, / de honor y fe santa prenda.

Mas siente ya que su pecho / lo devora la impaciencia, / y anhela con vivas ansias / que comience la pelea, / para probar sin demora / a los hijos del Profeta, / que si es de acero la espada / del castellano en la guerra, / también es de acero el brazo / que incansable la maneja.

Esto impaciente y altivo / Fortún en silencio piensa, / oprimiendo contra el pecho / con mano crispada y férrea, / el envoltorio sagrado / de la castellana enseña.

Odio sanguinario siente / hacia raza tan perversa, / por su villana conducta / y su condición rastrera, / ya se trate de la paz / ante la forzosa tregua, / o ya del convenio honroso / en la marcha do la guerra; / que en todo siempre descubre / su ruindad y su vileza, / porque el honor no conoce; / y en su pecho sólo alientan / estímulos y codicias / de tan mezquina bajeza, / que de apreciarlos, el rostro / le abrasara la vergüenza.

En sus ojos encendidos / que vivas ascuas semejan, / y con un rojizo velo / ardiente la sangre inyectan, / provocadora la ira / vibrante relampaguea, / y en saciar sus apetitos / de venganza, sólo sueña: / por ello el supremo instante / aguarda con impaciencia.

III

Mas del patio del Alcázar / a la escueta torre llega / con claridad el barullo / que los espacios atruena, / de algo espantoso y temible / que con rapidez aumenta; / tan furioso os el estruendo / de las voces, que semeja, / de la mar alborotada / las convulsiones violentas.

En el estrecho recinto / de la tosca fortaleza, / Fortún se revuelve airado / cual encarcelada fiera, / y siente que le devoran / de la incertidumbre negra / los acerados mordiscos / y sus visiones siniestras.

Más que tan difícil trance / con afán ciego desea / verse frente al enemigo, / que tan prolongada espera / suele agotar sin provecho / el vigor y la paciencia.

El infernal vocerío / se oye cada vez más cerca; / y en conjunto abigarrado / se confunden y se mezclan / con la humana gritería, / algazara tan diversa / de amontonados ruidos, / de golpes y de carreras / que aunque son indescifrables / por lo vagos, se sospecha, / han de ser las que los mueven / causas graves y funestas.

El animoso Fortún / suspenso un instante queda, / desencajados los ojos, / el sagaz oído alerta / y ante el enorme barullo / se redobla su impaciencia, / una y mil veces cruzando / de una almena a la otra almena / cuando el pendón de repente / contra el corazón estrecha, / mientras la tajante espada / rápido toma en la diestra, / pues se oyen voces y gritos, / juramentos y blafemias, / el choque de los aceros, / el rumor de la refriega / y en tropel gente que sube / del torreón la escalera, / iracunda profiriendo / frases en extraña lengua.

IV

No la invencible pujanza / del alud que al fondo rueda / del profundo abismo abierto / al pie de gigante sierra: / no el selvático coraje / que siente enjaulada fiera, / si agudo punzante hierro / sus carnes aguijonea, / se igualan a la bravura / ni a la viril resistencia / que opone Fortún de Torres / a la morisma que llega.

Sed ardiente de venganza / en su pecho bulle ciega, / y del corazón valiente / suben cual rojas centellas, / las olas de hirviente sangre / que le abrasan la cabeza.

-¡Muerte! ¡Cobardes, traidores! / ¡gentuza de vil ralea, / a mí llegad, miserables, / y os desgarraré las venas, / que quiero bañar mis manos / en la sangre sarracena!

Dijo y blandiendo la espada / con denodada fiereza, / cada tajo es un muslime / que muerto en el suelo rueda, / cada maldición un palmo / que torna a la hispana tierra.

Mas el acero enemigo / terrible golpe le asesta, / sobre los nervudos brazos / que el pendón y espada llevan / y cual desgajados troncos / palpitantes caen en tierra.

Entonces con los muñones / ensangrentados, la enseña, / de la invencible Castilla / contra el bravo pecho aprieta.

Inerme ya y mutilado / los moros en él se ceban / con crueldad inaudita / destrozándole ambas piernas, / pero arrebatar no pueden / de su cuerpo la bandera, / porque en él está clavada / cual si fuese en dura piedra.

Un nuevo golpe en los hombros / descarga una mano artera / y el noble pendón vacila / cual si caer pretendiera, / y Fortún dando un rugido / como imprecación suprema, / levanta al cielo los ojos / reclamando nuevas fuerzas; / mas al ver que de su pecho / se separa la bandera / y que su vida se escapa / por las destrozadas venas, / hace un poderoso esfuerzo, / y arrojándose a la enseña, / entre sus hambrientos dientes / quedó fuertemente presa (1)

(1) En un rapto de admiración suprema; exclama el P. Rallón al recordar el heroísmo do Fortún de Torres y de Garci Gómez Carrillo: << Quisiera yo grabar sus nombres en durísimo bronce, para gloria de mi patria y eterna memoria de sus virtudes>>.

V

Es fama que cuando fueron / a la vieja fortaleza / los bárbaros invasores / a posesionarse de ella, / aun los restos de Fortún / encontraron con sorpresa / amontonados al pie / de una derribada almena.

Entre la angosta abertura / descansaba la cabeza, / y aun conservaba en la boca / girones de la bandera, / que el rey Sabio le entregó / de su lealtad en prenda.

El viento los agitaba / melancólico, y apenas / aquel fúnebre trofeo / besaba la frente yerta / del valeroso Fortún / que en titánica refriega / vertió su española sangre / en su gloriosa defensa.

ROMANCE II.

GÁRCI-GÓMEZ CARRILLO (1)

(1261)

I

Sobre fogoso alazano / que al viento robó sus alas / y su ardor á los desiertos / arenosos de la Arabia, / no corre, vuela un moslime / de luenga cerdosa barba, / ceño adusto, ojos de fuego / y la color atezada.

Su blanco alquicel el aire / tras sí con empuje arrastra, / y en los anchurosos pliegues / rompe crujiente sus ráfagas; / y al agitarse violento / en ondas desordenadas / el lienzo blanco y flexible, / semeja gigantes alas.

(1) La familia de este ilustre héroe, tenía sus solares en Cuenca; fué casado con Dª  Urraca hija del Infante de Molina, y es el progenitor de los condes de Priego, cuya villa le fue donada por el rey Sabio.

En su carrera, tan sólo / lleva por toda compaña, / la osbcuridad misteriosa / de la noche solitaria, / en el arzón corvo alfanje / y al cinto luciente daga.

Poco ha cruzó los confines / de la tierra xerezana / y rápido se encamina / a la ciudad de Granada, / que lleva importantes nuevas / para el Señor de la Alhambra.

Va a decir a Mohamed, / (a quien dé Alah vida larga,) / que pues que el rey castellano / que el Sabio los suyos llaman, / solo de Xerez, la hermosa, / conserva el morisco Alcázar, / y en él noventa hijosdalgo (1) / que lo custodian y guardan; / aprovechando la ausencia / del poderoso monarca, / que con sus guerreras huestes / a remotas tierras marcha, /

(1) Dice Bertemati en su Discurso sobre las Historias y los historiadores de Xerez, p. 126: “Por las Historias locales sabemos que los rebeldes supieron abrirse sigilosamente un camino subterráneo por donde entraron en el Alcázar al despuntar el alba, sorprendiendo á los noventa hijosdalgo que lo custodiaban y que murieron peleando en el interior del edificio”.

debe con presteza luego / tomar la justa revancha, / y entre otras muchas ciudades / que a su reino arrebatara, / volver avaro la vista / sin temores ni tardanza / a la perla del Andalus, / a Xárixon (1) la cristiana.

Por eso fuerza el moslime / el corcel en que cabalga, / y cruza los anchos campos / cual un medroso fantasma, / con su alquicel suelto al aire / como dos gigantes alas.

II

Desde el Oriente lejano / entre nubes de oro y nácar / lanza sus primeras luces / vaporosa la mañana, / y aun los nobles caballeros / que custodian el Alcázar, / ni al hambre ni á la fatiga / con sus privaciones largas, / rinden sus robustos cuerpos / ni sus ánimos desmayan; / que ambos fueron de heroísmo / mil veces puestos a raya.

(1) Nombre que daban los árabes a Xerez.

Ni temen al duro cerco / que el rey moro de Granada / unido con el de Murcia / ha puesto al cristiano Alcázar, / porque todos morir saben / en defensa de su patria / frente a frente al enemigo, / que tienen gran confianza / de su brazo en el empuje / y en el temple de su espada.

Mas hay quien traición sospecha, / quien presiente una celada / entre las sombras urdida / y del santo honor a espaldas.

Hay también quien asegura / haber oído, aunque vagas, / voces en distintos puntos / remotas y subterráneas, / y esos lugares diversos / todos dentro de murallas.

Esta noticia postrera / circula como más válida, / y en los ánimos de todos / ha despertado la alarma; / y no hay rincón escondido / ni patio oculto, ni estancia, / ni desvanes, ni bodegas, / ni escondrijo del Alcázar, / a donde no haya llevado / su rigor la vigilancia, / pues se asegura y se sabe / y se repite en voz alta, / que es astuta minadora (1) / la morisma desalmada.

III

¡Traición! ¡Traición! de repente, / con voces desesperadas / se oye decir á un soldado, / a un extremo del Alcázar; / ¡traición! repiten los otros / apercibiendo las armas; / ¡traición! con voz iracunda, / los caballeros exclaman, / y todos alborotados / en confuso tropel andan; / unos salen, otros entran, / éste sube, aquéllos bajan, / quién a las almenas mira, / quién corre a las barbacanas, / quién se precipita ciego / por escaleras y estancias, / con roncas voces gritando: / ¡traición! ¡traición! ¡á las armas!

(1) «Viendo que no podían rendirlo por asalto, hicieron minas, é impensadamente se introdujeron en el Alcázar, tanta multitud de moros, que no pudiendo resistirlas, aunque mataron muchos los Xpstianos, iban todos feneciendo al rigor de las Mahometanas cuchillas», Bartolomé Gutiérrez, Historia de Xsrez, tomo II, página 24.

Y crece la barahúnda, / la confusión se agiganta, / aumentase el vocerío, / el estruendo, Ja algazara, / y se repiten las voces / de ¡traición! con fuerza tanta, / que invaden todos los ámbitos / del antes tranquilo Alcázar.

Pero ya se precipita / cual colosal avalancha / en el espacioso patio, / de alarbes enorme masa; / y son muchos los alfanjes, / y muy pocas las espadas / que brillan en el espacio / con mortales amenazas.

Óyense los fragorosos / rumores de la batalla, / el choque de los aceros, / las iracundas palabras, / los juramentos, blasfemias, / imprecaciones satánicas, / y se miran por el suelo / cabezas ensangrentadas, / muchas con blancos turbantes / y con férreo casco, escasas.

Y los cuerpos se desploman / lo mismo que inertes masas; / el furor se multiplica; / crece, crece la matanza, / la sangre a torrentes corre / y abundante el suelo baña, / de agarenos y cristianos / en rojos charcos mezclada; / aunque por cada cabeza / de nuestras huestes bizarras, / ciento y más costole en cambio / a la chusma musulmana.

IV

No hay puertas que den al patio, / ni postigos, ni ventanas, / que a millares no vomiten / confundidas y apiñadas, / en revueltos pelotones / a las huestes africanas, / que al lanzarse al ancho patio / confusas y atropelladas, / solo cadáveres yertos / huellan con medrosa planta.

El terror ha sucedido / a la lucha encarnizada, / y los que llegan, de espanto, / mudos están cual estatuas, / desencajados los ojos, / verdes las cetrinas caras.

Pero aun se escuchan rumores / y el golpear de las armas, / hacia el torreón soberbio / que del Homenaje llaman.

Allí un valiente, un león, / en las escaleras anchas, / mueve el mortífero acero / con tal fe y destreza tanta, / que cada certero tajo / es cabeza cercenada.

Es Garci-Gómez Carrillo, / a quien D. Ñuño de Lara / como prenda de alta estima / dio las llaves del Alcázar, / y que él juró defenderlas, / y perder por conservarlas, / antes la hacienda y la vida, / que el santo honor de la patria.

Por eso de furor ciego / mueve la tajante espada, / y á cada golpe repite:

Antes os daré ¡canallas! / cien vidas si cien tuviera / que las llaves del Alcázar; / el cobarde de vosotros / que pretenda rescatarlas / de este pecho castellano, / que aborrece vuestra raza / y nunca tembló cobarde, / que presto venga a arrancarlas.

Cuantos infieles se acercan / impulsados por la rabia, / otros tantos caen al golpe / de la vengadora espada, / y ruedan ensangrentados / por las escaleras anchas.

Los de abajo están atónitos / ante tan atroz matanza, / y nadie subir pretende; / todos que se rinda aguardan.

Hasta que al ver lo invencible / de su tenaz pertinacia, / y que su indómito acero / ni se rompe ni se cansa, / de hierro punzantes garfios (1) / sobre Garci-Gómez lanzan, / que hacen en su cuerpo presa; / pero cual fiera enjaulada, / ruge, patea, se revuelve, / maldice con lengua airada / a la cobarde gentuza / que recurre a tales mañas, / porque el honor no conoce / y porque el valor la falta.

Forcejea enfurecido, / febril de coraje brama, / muerde el inflexible hierro / que su hercúleo cuerpo amarra;

(1) Nada tan expresivo en la pintura de la feroz artimaña empleada para vencer al bravo Gómez Carrillo, como el siguiente pasaje de la Crónica del rey don Alfonso el Sabio: “Trajeron garfios de fierro para que lo prendiesen y trabábanle con ellos en algunos logares de la carne; e dejábase rasgar por se non dar a prisión: pero tanto hicieron los moros que lo hubieron de tomar; e lo tomaron con aquellos garfios preso o vida”.

empuja, estira, resiste, / contrae sus manos crispadas / con violencia se sacude / y del férreo lazo escapa, / no sin que el héroe sintiera / que sus carnes le desgarra; / pero no suelta las llaves / ni suelta la invicta espada, / que el honor a una y a otras / con gigantes lazos ata.

Nueva infame tentativa / de la cobarde canalla, / hace que caiga el valiente / del hierro en las duras garras; / mas esta vez no resiste / con su fuerza acostumbrada, / que acribillado de heridas / todo su cuerpo se halla, / y de ellas la sangre hirviente / a borbotones se escapa.

El fiero león se rinde, / no a la insultante amenaza, / ni a las fuerzas enemigas / que hondo desprecio le causan / desesperado sucumbe / porque la vida le falta, / y al morir, muere abrazado / a las llaves y a la espada, / maldiciendo a sus verdugos / y del santo honor en aras.

Desde abajo los infieles / tiran de la astuta trampa, / y rueda el cuerpo glorioso / por las escaleras anchas.

V

Apenas cayó en el suelo, / todos a mirar se avanzan / el cadáver del cristiano / de bravura más probada, / que vieron humanos ojos / y que leyendas relatan.

Mas como observase uno / que aun el héroe respiraba, / tomaron su noble cuerpo / cual reliquia veneranda, / y hubo varias opiniones, / hubo discusiones varias / sobre cuál de los dos reyes / a Garci-Gómez llevaba, / para curar sus heridas / y devolverlo a su patria; / que tan valiente caudillo / debe gozar vida larga.

Quién optó por el de Murcia, / quien dijo que el de Granada / por ser grande sabidor / en ciencias que heridas sanan, / por incurables que sean / y de sabios desahuciadas.

En vista de tales hechos / y de razones tan claras, / se acordó que Mohamed / al herido se llevara, / y en su salud aplicase / de su ciencia la eficacia.

Aseguran las Historias / que él las heridas curaba, / y que volvió sano el héroe / al castellano Monarca, / quien ofreció a Garci-Gómez / en pago a su acción bizarra, / a más de tierras en feudo / y su regia confianza, / entregarle en matrimonio / a su prima Dª Urraca.

Así pagó el de Castilla / la más portentosa hazaña / que humanos labios refieren / ni Historia alguna relata.