domingo, 27 de junio de 2021

Glorias xerezanas (Manuel Bellido, 1906) (I)

 


GLORIAS XEREZANAS. Romances Históricos

por Manuel Bellido González

Precedidos de un prólogo del distinguido catedrático D. Antonio Roma, y de unos apuntes históricos de Xerez, escritos en 1894 por el malogrado Archivero de esta ciudad D. Agustín Muñoz y Gómez.

Edición de 1000 ejemplares hecha por el Excmo. Ayuntamiento, para servir de premio a los niños de las Escuelas públicas de Xerez.

JEREZ: Tipografía del Excmo. Ayuntamiento, 1906.

Dedicatoria a la M.N. y M.L. ciudad de Xerez de la Frontera

Gloria majorum, posteris lumen (C. Salustio)

A ti, gloriosísima ciudad, entre cuyo polvo reposan las cenizas venerandas de mis padres, y bajo cuyo cielo esplendoroso sentí los primeros halagos de la vida, a ti dedico esta pobrísima ofrenda, nacida de lo más hondo del corazón y repleta de verdadero y filial cariño.

No mueven mi tosca pluma la necia pretensión de aspirar a los elogios del presente, ni mucho menos a los más imparciales y justos de la posteridad, como premio a estos humildes cantos, que me inspiran tus grandezas pasadas; muy otro es mi noble propósito: el que tus hijos conozcan las imponderables excelencias de tu preclara Historia, el esfuerzo abnegado de sus antecesores, y el puesto envidiable que en las pasadas centurias alcanzaste en el concierto de los pueblos que disputaron heroicamente el invadido territorio á los menguados hijos del Profeta.

Así, que al encerrar en el clásico romance castellano algunos de los más heroicos hechos de nuestros progenitores, ha sido mi único deseo vulgarizarlos, hacerlos descender desde el obscuro y empolvado rincón del olvidado archivo, a las amplias y ventiladas llanuras del pueblo, donde se forja la vida con la efervescencia del trabajo, y se cree, se aguarda en las tentadoras promesas del porvenir.

Ningún vehículo más adecuado para llevar esos retazos épicos a la imaginación popular, que el armonioso, el castizo romance, alma de la poesía española y guardador de nuestras más caballerescas y gloriosas hazañas.

Por ello, fiado en la acción divulgadora del popular romance, he pedido todas sus mermadas energías a mi voluntad y todas sus potencias creadoras a mi estéril fantasía, para acometer con fruto la ardua empresa de comenzar, siquiera, con estos Romances históricos, el futuro y glorioso Romancero jerezano, que ha de encerrar como arca bendecida el sagrado depósito de nuestras inmortales glorias; reliquias venerandas que deben llenar de legítimo orgullo el corazón de todo buen xerezano, y servir de poderoso estímulo, tanto a la presente como a las generaciones venideras, para honrar dignamente el bendito suelo de nuestro invicta ciudad.

Ese es mi anhelo más fervoroso al dedicar hoy este pobrísimo homenaje á Xerez, a la ciudad de esclarecida Historia, muchas de cuyas páginas fueron escritas con la propia sangre de sus heroicos hijos; a la ciudad predilecta de aquellos ilustres monarcas que se llamaron el Santo, el Sabio, el Bravo, el Emplazado, el Justiciero, etc., quienes la honraron con tan preferentes distinciones, que cumplidamente justifican el afecto señaladísimo que la profesaban.

Nada prueba de modo más elocuente las afirmaciones sentadas, relativas a la cariñosa predilección que sentían dichos monarcas por su «amada villa de Xerez» como afectuosamente la llamaba Alonso el Sabio (1),

(1) Este ilustre monarca fue quien dio a Xerez su escudo en 1255, confirmándolo en 1264. Consta dicho escudo de cuatro castillos de oro en campo rojo, cuatro leones rojos en campo de plata y olas azules en campo de plata. Su símbolo heráldico es: «Que los xerezanos debían ser fuertes como castillos y bravos como leones; y como las olas de la mar combaten la playa en continuo movimiento, así ellos debían combatir la chusma morisca, sin tregua ni descanso, como siempre lo hicieron».

 

que el hecho significativo de haber asignado este ilustre Rey a Xerez, a raíz de la reconquista en 1264, 300 caballeros para poblarla, y sin embargo, á Cádiz y Sevilla no concedió más que 200 a cada una.

A tal altura habían llegado en esta época los prestigios guerreros de Xerez, que además de enviarle el Sabio Monarca los 40 caballeros del feudo para la custodia de las Puertas de la ciudad, y establecido en ella el Adelantado Mayor de la Frontera, equivalente a nuestros capitanes generales de hoy, remitió los mil caballeros de la Mesnada.

Si a esto se agrega el considerable número de Mercedes, Franquezas y Privilegios concedidos hasta nuestros días, que ascienden a la respetable suma de 423 (1), no cabe dudar de la estima en que tuvieron a esta ciudad sus Monarcas, ya por su importancia militar, ya por su situación topográfica y casi frontera al Estrecho, ya por la inmen-

 

(1) Según el Prontuario, debido á la paciente labor de mi llorado amigo y competente archivero que fue este ayuntamiento. D. Agustín Muñoz y Gómez (q. D. h.). Dicho Prontuario obra inédito en mi poder por falta de patriotismo, al que he recurrido en vano con repetidas y calurosas instancias. De igual triste suerte goza el curiosísimo y muchas veces públicamente elogiado libro, titulado Epigrafía Xerczana.

 

sidad de su fecundo y bellísimo territorio, o ya por todas estas circunstancias juntas; es lo cierto, que siempre ha merecido ser colocada al lado de las más ilustres y esforzadas ciudades de España.

¿Qué prueba más fehaciente y honrosa de su acendrado patriotismo y meritísima bizarría, que la de haber obtenido un privilegio de Enrique IV en 9 de Julio de 1465, presentado en Cabildo por el ilustre caballero xerezano D. Juan Riquelme, y en el cual privilegio se exime para siempre jamás a los vecinos de Xerez de toda clase de empréstitos pedidos por sus grandes servicios en la guerra contra tos moros: gracia singularísima que hace exclamar a nuestro gran historiador Juan de Spínola: <<que en ningún tiempo ninguna ciudad de España había disfrutado tan excepcional privilegio?»

Tanto fue el renombre por Xerez conquistado en el transcurso de los tiempos, que a muchos pareció exagerado; de ello nos da testimonio la visita que en 4 de Junio de 1491, hizo a nuestra ciudad el célebre historiador Gratia Dei, con el solo objeto de comprobar por sí mismo la verdad por todos reconocida de su riqueza prodigiosa y de su fama.

En todas sus excelencias ponderadas y particularmente en su hidalguía y hazañosas proezas, unánimes convienen cuantos de sus grandiosas tradiciones se han ocupado.

Por no pecar de prolijo, citaré solamente las palabras del insigne panegirista de nuestras glorias D. Manuel de Bertemati, en su inestimable obra Las Historias y los historiadores de Jerez de la Frontera: ”Rico en hazañas y en grandes acciones, el pueblo jerezano desdeñaría ocuparse en su narración si la verdad histórica y la justicia que debe a sus mayores no condenaran su silencio. En esta frontera donde se vivía para pelear y se peleaba para vivir, fue destino de nuestros guerreros el distinguirse en las grandes ocasiones por esfuerzos individuales, que provocaron la emulación de sus coetáneos y son el orgullo de sus descendientes”. (p. 154.)

No quiero dar por terminada esta mal perjeñada Dedicatoria, sin antes copiar por creerlo oportuno, el fragmento de un romance que conservo inédito, y que en obsequio a Xerez escribí en cierta memorable ocasión, como pálido trasunto del hondo afecto que guardo y conservaré mientras viva á este suelo en que deseo dormir el eterno sueño de la muerte:

 

Lo mismo el bajo pechero

que quien blasones ostenta,

el que viste la coguya

y el que se calza la espuela;

todos a una reconocen

que es Xerez de la frontera,

por su famosa campiña

tan fecunda como extensa,

por lo hermoso de su cielo,

por la gracia de sus hembras,

por lo grande de su Historia,

que de esplendores la llenan

tantas gloriosas conquistas

como insólitas proezas;

por su lealtad sin tacha,

por la bravura y nobleza

de sus valerosos hijos

en los lances de la guerra;

amantes de la justicia

por lo imparcial y lo recta,

tan esclavos del honor

como altivos en la afrenta;

estando al igual dispuestos

sin ampulosa soberbia,

á castigar las audacias

y á perdonar las ofensas;

que es Xerez por todo ello

y mucho que no se cuenta,

orgullo de los de casa

y envidia de los de fuera.

 

No es extraño, por consiguiente, que dado mi filial cuanto profundo cariño a esta población, exprima hasta la tortura mi esquilmado cerebro, para convertir su escaso fósforo en ardorosas alabanzas; contribuyendo con la acción eficaz de la publicación de sus grandezas imponderables, a fomentar el verdadero patriotismo, no el externo superficial y aparatoso, sino el que arraigando en el corazón brota con exuberante lozanía, siendo capaz de las más arriesgadas empresas y abnegados sacrificios.

Ese patriotismo sano y hondo, necesita para robustecerse el claro conocimiento de las grandezas innúmeras de nuestro solar ilustre; originando esa íntima satisfacción, ese amor tan profundo hacia esta tierra xerezana, que nos haga exclamar convencidos y orgullosos de nuestra inmortal ejecutoria: ¡xerezanos somos¡ a semejanza de aquellos que al pasear triunfantes por el orbe las águilas romanas, ostentaron como el más alto timbre de dominación y poderío, como la síntesis de todos los prestigios y honores, el nombre de ciudadanos romanos; civis sum romanus, que repetían enorgullecidos de tener por madre a la señora del mundo.

Por ello, debe procurarse que legado tan inestimable y glorioso, lleve sus fecundos gérmenes hasta las últimas capas sociales, y sean de todos conocidas y amadas cual se merecen sus inmortales glorias, que quien bien ama á su pueblo, á esa patria chica, tan encarecida y ensalzada por eminentes escritores, no puede por menos que amar a la patria grande, a esa que uniéndonos con estrechísimos vínculos en una gran familia, nos llama a sus hijos con el bendecido nombro de españoles.

A esa patria chica, por ser los hechos referidos en estos Romances, de su particular pertenencia, dedico esta prueba inequívoca de mi acendrado afecto, siempre temeroso de que sean tan débiles los acentos con que lo exprese que no alcancen a sus maternales oídos, ni enciendan en el corazón de sus amantes hijos el fuego generoso del amor patrio.

 

M. BELLIDO.

Jerez: Mayo de 1906.

 

 

PRÓLOGO

Con delectación inenarrable hemos aportado nuestro concurso modestísimo a la patriótica idea de erigir un hermoso monumento a las jerezanas glorias, más perenne que los bronces y los mármoles, insensible en absoluto a la acción demoledora de los siglos; baste esta consideración para significar con cuánto entusiasmo asociamos nuestro nombre humilde a este libro meritísimo que, enriquecido con futuras creaciones del mismo eximio vate y con las de otros varios poetas ilustres, constituirá un día el Romancero Xerezano.

Nuestro objeto, al trazar las presentes líneas, no es discurrir sobre el incuestionable mérito y bellezas innúmeras de los magníficos cantos que a las inmarcesibles glorias de esta tierra generosa consagra uno de sus hijos más preclaros, ya que en las columnas del ilustrado Guadalete hemos dado público testimonio de la admiración sincera que sentimos hacia tan excelsas producciones; nuestra misión se reduce a exponer sucintamente, sin pretensiones de ningún genero, la finalidad que se persigue, que es la patriótica de popularizar la brillante historia de esta cuidad famosa, la de difundir el conocimiento de sus glorias entre todas las clases sociales, y, muy principalmente, la de sembrar en el tierno corazón de la niñez el afecto y amor acrisolados al venerando suelo nativo, para que tan puros sentimientos se conviertan gradualmente en veneración acendrada a la santa Patria de todos los que nos  enorgullecemos con el nombre de españoles.

Nuestros plácemes más calurosos a la Excma. Corporación Municipal, y particularmente a la dignísima personalidad que la preside, Excmo. Sr. D. Julio González Hontoria, por su levantada decisión de publicar estos Retazos Poéticos, como los llama su autor con suma propiedad, guardadores de hechos legendarios que pregonan la grandeza heroica de esta ciudad, objeto constante de los cantos, de los estudios y de las investigaciones de nuestro amigo queridísimo y compañero distinguido, Sr. D. Manuel Bellido y González.

No hemos de terminar este desabrido prefacio sin rendir las más afectuosas gracias a cuantas personalidades han manifestado sus simpatías por la publicación de este libro, y especialmente al docto Presidente del Ateneo Científico, Literario y Artístico Sr. D. Agustín de Ondovilla Durán, y a nuestros queridos compañeros D. Antonio Lora Chaves y D. Juan Rubio Carretero, por el entusiasmo con que, accediendo a nuestro ruego, han realizado las oportunas gestiones para tan laudable objeto.

Libros como el presente, han de colmar de gozo el corazón de todo buen patriota. Contribuyamos todos a disipar el pesimismo, abramos nuestros corazones a la esperanza, que España resurgirá potente y rica si dirigimos nuestras miras a la educación de la niñez, si encaminamos nuestros esfuerzos a la formación de una juventud más culta, si no olvidamos que la tan suspirada regeneración ha de buscarse en la Escuela.

 

Antonio Roma y Rubíes.

 

 

BREVES APUNTES HISTÓRICOS DE XEREZ DE LA FRONTERA

 

Pertinente y aun metódico nos parece que a modo de noticia indispensable y previa, vayan precedidos los Romances puestos a continuación, siquiera de un brevísimo resumen histórico de nuestra ciudad. Ninguno que intentemos hacer llena más cumplidamente esta importante misión que el escrito en el año de 1894 por nuestro inolvidable amigo el erudito y competente Archivero que fue de este Municipio D. Agustín Muñoz y Gómez (q.D.h.), cuya autoridad en materias históricas locales es por todos reconocida.

 

Es Xerez una de las ciudades más importantes y considerables de España, tanto por lo feraz de su terreno, como por su vasto término de 46,5 leguas, o sea una extensión de 314.000 aranzadas, que equivalen a 140.462 hectáreas. Su término linda con el de los pueblos siguientes: Puerto de Santa María, Puerto Real, Medina Sidonia, Paterna, Alcalá de los Gazules, Cortes, Ubrique, Algar, Arcos, Lebrija, Trebujena del Campo y Sanlúcar de Barrameda, dato este rarísimo, tratándose de un solo pueblo, y muy digno de ser conocido; no obstante su singularidad, no ha sido consignado hasta ahora en ninguna reseña xerezana, pues todas las consultadas se limitan a decir un lindero, de otra población, por cada viento. El territorio, pues, de Xerez comprende casi el de una provincia; la menor de España es Guipúzcoa, con la extensión de 52 leguas, y ésta tiene con la de Xerez la diferencia de 5,5 más, solamente.

Su situación a los 36° 41' y 45" latitud y 2° 25' 20" de longitud, contados por el meridiano de Madrid, y por tanto al N.E. de la capital de la provincia, la hace disfrutar de un clima sanísimo, y muy templado en las estaciones extremas.

La fundación de este pueblo se contrae a tan lejana época, que no es posible discernir con certeza sobre ello. Siguiendo al P. Rallón, repútanla muchos como la heredera de Hasta Regia, colonia griega fundada unos XIV siglos antes de J.C.; de que hacen grandes elogios, por su importancia, Estrabón y Plinio, y cuyas ruinas se conservan hoy soterradas en nuestro termino, a 2 leguas de la ciudad y sitio de la Mesa de Hasta. Pero la opinión más probable y fundada, según el parecer de eruditos investigadores y arqueólogos y anticuarios, es que sea la antigua Ceret, población romana que existió en la Bética Turdetana, y de la que se han encontrado muchas monedas en la plaza del Mercado y otros sitios de esta ciudad. Algunos, sin embargo, entre ellos el ilustrado escritor D. Manuel de Bertemati, se inclinan a juzgarla como la sucesora de Xera, ciudad cercana al Estrecho de Hércules, citada por los historiadores Theopompo y Estéfano de Bizancio, pero sus ruinas se asientan donde hoy se halla Torre-Cera, predio rústico de este término, como sostienen otros escritores que tratan de este complejo asunto.

En tiempo de los Godos, llevó dicho nombre de Ceret ó Ceritium en las crónicas de fines del período gótico, aparece citada con dichos nombres al hablarse de la memorable batalla llamada del Guadalete, en que sucumbió el Rey Rodrigo con la dominación goda, el año 711 de nuestra Era (que otros dicen fue el 714). Hoy se discute mucho este caso, siendo muy común la opinión entre serios historiadores, de que la batalla se dio junto a la laguna de la Janda y cerca del río Barbate, término de Vejer de la Frontera. En sellos antiguos del siglo XVI , que se conservan en el Archivo Capitular, se lee el nombre do Xiericii, derivado, como so ve, del Ceritium o Xeritium de los Godos.

Conquistada por los árabes en dicha fecha, fue de ellos muy estimada, citándose en las crónicas arábigas que corresponden a nuestro año de 744, como habitada por las tribus palestinas, que al territorio de Medina destinó el Emir Ebn-Dirar.

Entre los gobernadores árabes de Xerez, se mencionan como personas ilustres a Mohamad, conocido por Ebn Mocasir, profesor de Retórica y Derecho en Valeneia, su patria, el cual murió en Xerez el año 603 de la hegira; á Abul-Camar de la alcurnia de los Aben-Gamias, a Abul-Hamri, prefecto también de Arcos, y a otros alcaides y walíes de notoria fama, tales como Aben Ubeit, su postrer reyezuelo.

Fué conquistada por Fernando III el Santo en 1251, quedando como tributaria suya. Perdida de nuevo, reconquistóla en 1255 su hijo D. Alonso el Sabio, dejándola también como tributaria, con la guarnición de 100 caballos al mando del célebre Garci Gómez Carrillo, progenitor de los Condes de Priego. Pero sublevados los moros en 1261, tuvo lugar en el alcázar xerezano la memorable defensa de dicho Garci Gómez y de su alférez Fortún de Torres. Este sucumbió mutilado horriblemente, mas sosteniendo en sus labios los últimos girones de la bandera que llevaba: aquél, cogido prisionero de los moros, por medio de garfios, curado fué por ellos, llenos de admiración; y devuelto al rey castellano, fue luego premiado con insignes honras, entre ellas la de casar con la Infanta Dña. Urraca, prima de D. Alonso el Sabio, y ser nombrado en 1270 Alealde de los Fijosdalgos de Castilla, según consta de la historia de los Marqueses de Trocifal, sus descendientes. No murió, pues, en 1261, como consignan algunas crónicas locales y ciertas historias generales, que desconocen dicha genealogía.

Volvió a recuperar la ciudad en 1264 (el 9 de octubre), D. Alonso el Sabio, y entonces dejó en ella 300 hidalgos, al mando de Alvar Fáñez, que quedó nombrado Frontero y Alcaide del Alcázar, con el gobierno militar. Para lo civil nombró D. Alonso dos alcaides y seis jurados, con un justicia o alguacil: los jurados correspondían a las seis parroquias, en que se convirtieron las seis mezquitas mayores, elevando la más principal a la categoría de Colegiata, con un Abad para su régimen y dirección.

Concedióle D. Alonso multitud de privilegios y franquicias, que constan de las historias de la ciudad. En 1258 celebró Cortes en Xerez, dándole en ellas voto, que luego le quitó Carlos I.

Agradecidos los xerezanos a tantas mercedes, defendieron siempre heroicamente la ciudad, demostrando eran dignos del simbólico escudo que el Rey les otorgara, consistente en las olas del mar, orladas de castillos y leones, para significarles que fueran bravos como leones, fuertes como castillos, y estuvieran en perpetua guerra contra los infieles, como las ondas del mar la tienen en la playa.

Ocupan tantas páginas los hechos jerezanos, que es imposible relatarlos en estos ligeros apuntes. Entre los más notables guerreros de la Reconquista, se citan a Beltrán Riquelme, Mateo de Ávila, Ferrant de Mendoza, Gonzalo Mateos el de los Buenos Fijuelos, y Fernant Núñez de Ávila, ganador del pendón de Tempul, que luego puso en su escudo.

En 1285 distinguiéronse por su heroicidad Domingo Mateos de Amaya y Gonzalo Núñez de Villavicencio, que se rompieron las venas, para escribir a Sancho el Bravo el estrechísimo cerco de Aben-Jusuf y la horrible y desesperada situación de la ciudad.

En 1291 brilló, como valeroso guerrero, en los campos de Tarifa, Garci Pérez de Burgos, progenitor de los Rendones de Xerez, a quien premió Sancho IV con uno de los privilegios más honrosos de España.

Muy celebrados, también, fueron los hijos de Xerez en las batallas de Majaceite, donde fue hecho prisionero el Rey de Algeciras, año de 1314; la de Matanza y Matanzuela, llamada de los Cueros, que tuvo lugar en 1325, y desde cuya fecha data la hermandad de Xerez y Córdoba; la de  los Llanos de Aína, acaecida en 1339 y que inmortaliza la acción de Diego Fernández de Herrera; y en otros acontecimientos militares de que obtuvieron inolvidables triunfos para el brillo de su nombre y grandes premios de  Alonso XI; especialmente en la batalla del Salado (1340) en que ganó el pendón morisco Aparicio Gaitán, caballero de Xerez, en unión de Juan de Guevara, que lo era de Lorca.

En 1350 murió de peste en el cerco de Gibraltar el insigne monarca D. Alfonso XI, predilecto de los xerezanos, y sus intestinos se enterraron en el Alcázar de Xerez, al pasar su cadáver con dirección a Sevilla, siendo embalsamado en esta ciudad.

El hecho más notable en tiempos de D. Pedro I es el fallecimiento de doña Blanca de Borbón, su esposa, envenenada de su orden por Juan Pérez de Rebolledo, ballestero del Rey, de la guarnición de Xerez. Dícese por unos que murió en el castillo de Sidueña; otros afirman que en el Alcázar de Xerez, y varios aseguran sucumbió en Medina  Sidonia; habiendo inscripciones alusivas al caso primero y último, contradictorias entre sí. Las pruebas se inclinan en favor de Xerez, pues de un privilegio de la Reina  Católica en favor de Alonso Pérez de Vargas (Xerez, 10 Agosto 1483), consta que donó al mismo el enterramiento de dicha infeliz princesa, existente en el convento de San Francisco de Xerez, con todas las menciones y facultades que el convento y frailes dieron a la dicha Reina Doña Blanca que Dios haya. Dicho privilegio, inédito hasta ahora poco, lo traen Bartolomé Gutiérrez y Mesa Xinete, y existe original en el archivo de los Sres. Marqueses de Campo Real, descendientes do los Pérez de Vargas. Es evidente, por tanto, que Dña. Blanca murió estando presa en Xerez, pues no puede suponerse que, estándolo en Medina, mandase contratar con los frailes de Xerez las menciones y facultades para su sepelio.

Durante los reinados de D. Pedro y D. Enrique su hermano, se dieron en término de Xerez las batallas del Sotillo (1367), donde luego se fundo el monasterio de la Cartuja en 1476, y las de Jigonza y Valhermoso; ésta perpetuada en un título nobiliario, que todavía subsiste.

En 12 de junio de 1379 juróse en Xerez al Rey D. Juan I; en su reinado, creciendo la importancia de Xerez, diósele el cognomen de Frontera por Real Cédula, fechada en Sevilla 22 de Abril de 1380, si bien ya se lo dio D. Alonso el Sabio en cartas por él expedidas.

En 1394 vino a Xerez el primer corregidor, llamado D. Martín Fernández de Portocarrero, célebre por sus crueldades. Este cargo lo crea el monarca D. Enrique III, hijo de D. Juan I.

Es también hecho notable en los xericiensos anales, la batalla de Redira, dada junto a la mesa de Benalú en 1389, por el gran botín y dinero de cautivos que lograron los xerezanos.

Igualmente son famosos, de los tiempos de D. Juan I I (que empezó a reinar en 1407), las valerosas proezas del Alcaide de Zahara (1408), el caudillo xerezano Alonso Fernández de Melgarejo y la hazaña de los cuatro Juanes, llamados Juan García  Picazo, Juan Fernández de Herrera, Juan Fernández Catalán y Juan Sánchez de Cuenca; que en el camino de Zahara, vencieron a 27 moros, junto al arroyo de Comares; la batalla del Rancho (1425), en que fueron sinnúmero los cautivos, y la destrucción de la villa de Patria, cercana a Vejer, la toma de Jimena, asaltada heroicamente por los xerezanos en 1438, en la que se portó heroicamente el Alférez mayor Francisco López de Grajales. También ayudaron los xerezanos en este reinado a la conquista de Antequera.

D. Enrique IV distinguió a Xerez con los títulos de Muy Noble y Muy Leal ciudad por cédula de 6 de septiembre de 1465: y por otra de 1469 se creó en Xerez una chancillería o juzgado de apelación, cuyo primer juez fue Agustín de Spínola.

También este Rey hizo la merced a Xerez, de que sus regidores se titulasen Veinticuatros, como los de Sevilla, por R. Cédula de 15 de Julio de 1465.

Los Reyes Católicos vinieron a Xerez en dos ocasiones: la primera en octubre de 1477; entonces fue cuando el noble caballero D. García Dávila, en la puerta de la Iglesia de Santiago salió a pedirles el juramento de guardar y respetar los fueros y franquicias de Xerez, lo cual otorgaron los Reyes; la segunda en 1483, por el mes de agosto, cuando hizo la Reina Dña. Isabel la donación de la capilla y entierro de Doña Blanca de Borbón a su Continuo D. Alonso Pérez de Vargas, caballero xerezano.

En 1477 se mandó fundar la villa de Puerto Peal en término de Xerez, para surgidero de las naves del Rey, según Bartolomé Gutiérrez. En 17 de agosto de 1483 el licenciado de la Fuente en nombre del Rey, hizo la formalidad de su fundación, demarcando la plaza, en que quedó levantada una horca en señal de jurisdicción. Por privilegio de 1488 se le concedió a Xerez la jurisdicción y señorío de dicha villa, confirmando el privilegio por D. Felipe V en 25 de octubre de 1701.

En 1490 dichos Reyes revisaron las leyes municipales y ordenanzas de la ciudad, mandando observar las establecidas por el Bachiller Rodríguez Lillo y licenciado de la Fuente, pesquisidores que fueron en la población.

En este glorioso reinado se realizaron la conquista de Melilla y la adquisición de la Gran Canaria, por los valerosos capitanes jerezanos Pedro de Estupiñán y Pedro de Vera, muy favorecidos de los Reyes Católicos y del Duque de Medina Sidonia.

En la reconquista del Reino de Granada brillaron también por su heroísmo las armas xerezanas, acompañando al Marqués de Cádiz en las tomas de Alhama y de Zahara, Cardela, Garciago y Montefrío.

Xerez, para la toma de la capital de dicho reino y para la fundación de Santa Fe, facilitó 1200 hombres en esta forma: 200 caballos, 500 lanzas, 270 ballesteros y 100  espingarderos; 60 cavadores, 19 tapiadores, 10 carpinteros, 21 paleros, 10 albañiles y 10 picapedreros.

En premio de este contingente y tantos otros, suministrados por Xerez, sin negar jamás sus recursos de gentes y dinero a la Corona, los Reyes escribieron a la ciudad  honrosísima carta, llamando a toda su nobleza, para que, como partícipes del trabajo, fuesen también a gozar los honores del triunfo; acrecentándole sus términos en la extensión que hoy disfruta, tanto por este heroico comportamiento, como por su eficaz ayuda para la conquista de Ronda en 1485 y la de Málaga en 1487.

Tantas glorias y singulares servicios nada valieron a Xerez en el reinado de los monarcas austríacos. Xerez, que se distinguió por su lealtad, y concurrió con su gente al cerco de Toledo, al frente de su valeroso Corregidor D. Pedro Manrique de Lara, para sofocar la rebelión de los Comuneros de Castilla, vio mermados sus privilegios, perdiendo entre ellos el de tener voto en cortes, que sin consideración a sus méritos suprimió D. Carlos I.

En estos tiempos edificóse por los xerezanos el castillo de Matagorda para defensa de la costa de Cádiz (lo destruyeron los franceses en la guerra de la Independencia, el emperador D. Carlos I dio gracias a Xerez por ello, en carta de 1° de noviembre de 1534.

Asistió también Xerez con sus refuerzos a la gloriosísima batalla de Lepanto, citándose,

como héroes dignos de inmortal memoria, por su valor en ella, los hermanos D. Juan y D. Bartolomé de Villavicencio, según consta de carta del mismo D. Juan de Austria, jefe de la expedición, a un hermano de los dichos capitanes, fecha en Mesina a 30 de noviembre de 1571 (publicada en Xerez en 1886).

Antes de tener lugar la batalla de Lepanto, en 1569, vino a Xerez D. Juan de Austria, por lo cual hubo en la ciudad muchos festejos de toros, manejos, cañas, etc., quedando D. Juan muy complacido de la nobleza de Xerez.

Distinguióse también nuestra ciudad en 1596, con motivo del cerco y saqueo de Cádiz por los ingleses al frente de numerosa armada; Xerez llevó para su defensa cinco compañías de infantería y 300 hombres de caballería. Señaláronse por su valor el corregidor de Xerez D. Leonardo de Cos y los caballeros xerezanos D. Diego de Villavicencio y D. Esteban de Finojosa; éstos murieron en la refriega; aquél se escapó disfrazado. Sucumbieron también, víctimas de su celo por la Religión y la Patria, los ilustres xerezanos D. Pedro y D. Juan García de Cuenca, en cuyo honor se hizo información testifical en 1653, mandada pedir a esta ciudad, como pueblo de su naturaleza, por el rey D. Felipe IV.

La primera casa de comedias edificóse en Xerez en 1621, siendo Corregidor D. Fernando de Quesada; según noticias estuvo en la calle de la Cárcel (hoy Princesa),  esquina a de Limones: en esta se conserva un resto del pórtico de dicho edificio.

En 1636, al crearse la Milicia de a caballo, Xerez organizó también su compañía, nombrando por su capitán a D. Agustín de Mexía y Villavicencio, que se había hecho famoso por sus proezas en Flandes y en Italia.

En 1648 solicitó la ciudad del rey D. Felipe IV la restitución del voto en cortes y de otros privilegios, pero ningún resultado dieron sus gestiones; antes bien hubo propósito en años posteriores de quitarle los títulos Muy Noble y Muy Leal, porque venidos de tránsito a esta ciudad, en 1664, procedentes del Puerto de Santa María, 2100 soldados alemanes, al mando del conde de Porcia, hubo una seria colisión entre ellos y los vecinos, muriendo 400 soldados tudescos, y con ellos su jefe, que fue enterrado en San Agustín. El rey mandó un delegado para averiguación de los hechos y severo castigo de los culpables.

Con motivo de la guerra de sucesión y para ayudar en ella al rey D. Felipe V, que fue jurado en Xerez en 7 de Diciembre de 1700,1a ciudad dio tantos tributos, empréstitos y donativos, que quedó completamente empobrecida; por ello solicitó de S.M. que le aliviase en el pago de contribuciones, y el monarca, en vista de los señalados servicios de la ciudad y de lo justísimo de su petición, así lo concedió, confirmando todos sus privilegios y mercedes en 1701.

El 3 de octubre de 1759 celebráronse en Xerez solemnes honras fúnebres por el alma de D. Fernando VI, fallecido en dicho año el 14 de agosto, llamando la atención dicha función religiosa por su gran pompa y riqueza, y numerosa asistencia de fieles, lo cual prueba el aprecio y veneración para con tan excelente monarca.

En 1767 tuvo lugar en esta ciudad la expulsión de los Jesuitas, según lo ordenado por Carlos III. Xerez fue designado como depósito general para albergar los procedentes de esta provincia y los de la de Sevilla.

En. 1787 tomó posesión del cargo de corregidor D. José de Eguiluz, célebre por sus reformas en la policía urbana de la ciudad; a él se debe la obra de la Alameda Vieja, hoy Fortún de Torres.

En 1796 visitaron a Xerez Carlos IV y su corte, permaneciendo aquí algunos días en el Alcázar.

En 1800 causó la fiebre amarilla tantos estragos en Xerez, que según datos de un diario de la época, llegaron las víctimas a la horrorosa cifra de 20000 almas, habiendo días de morir unas 300 personas. Dicha epidemia repitióse en 1804, aunque con menos rigor.

José Bonaparie, rey intruso de España, vino a Jerez, en 10 de Febrero de 1810, y se hospedó en la calle de Francos, casa hoy número 30, del Sr. Marqués de los Álamos. Los franceses entraron en Jerez el 4 de dicho mes, y se fueron el 26 de agosto de 1812, dejando la ciudad tan exhausta y saqueada que admira el número de contribuciones y suministros que exigieron a la ciudad los ejércitos imperiales.

Fernando VII visitó también esta ciudad en octubre de 1820.

El año de 1842 es glorioso para Xerez, por haberse elevado a Instituto local su Colegio de San Juan Bautista, fundado en 1838 por D. Juan Sánchez. Desde 1857 goza las prerrogativas de Instituto Provincial.

En 1852 se comenzó la línea férrea de Jerez al Trocadero; una de las primeras de España (la tercera), abriéndose a la explotación en junio de 1854, con gran regocijo de la población y ciudades comarcanas, como consta de La Gaceta de Madrid.

Esta línea, cuya concesión fué hecha al Sr. D. Luis Díez, se construyó merced al patriotismo de la Junta Directiva de la Empresa que se constituyó, presidida por el insigne patricio D. Rafael Rivero y por los dignos señores D. Pedro López Ruiz, don Julián Pemartín, D. Simón de la Sierra, don Manuel Domecq, D. Juan de Dios Lasanta, D. Pedro Pascual Vela, D. Luis A. Coma, don José de Abarzuza, D. Julián López y don Luis Díez.

En 1860 se expidió en favor de Xerez un honroso decreto, concediendo a su Ilma. Corporación Municipal el tratamiento de Excelencia. El de Señoría lo gozaba desdo tiempos de Felipe III.

En 1862 vino a Xerez Dña. Isabel II; en el propio año se inauguró el establecimiento benéfico de la Caja de Ahorros y Monte de Piedad, cuyos estatutos están aprobados por el Gobierno.

En 1868 se inauguró la feria de Caulina, siendo corregidor el Sr. D. Manuel Vivanco.

También es memorable el año de 1869, por la inauguración de las aguas de Tempul,  obra de Hidráulica, de alto mérito, que realizó el afamado y probo Ingeniero D.  Ángel Mayo, muerto prematuramente a causa de un descarrilamiento en la provincia de León. Los festejos y regocijos populares habidos con motivo de esta bendición y acto oficial, consta en un precioso álbum de artículos y poesías, debidos a escritores jerezanos en su mayor parte.

La junta de Gobierno de la Empresa de las Aguas se compuso de los Sres. D. Rafael Rivero, D. Pedro López Puiz, Sr. Marqués del Castillo, D. José A. de Agreda, D. Antonio Sánchez Pomate, P. Justo de Goñi y Plou, D. Manuel de Bertemati y D. Julián Pemartín.

En 23 de abril de 1873, se puso la primera piedra del Mercado Central de Abastos que hoy existe, terminando en abril de 1885, bajo la acertada dirección del arquitecto D. José Esteve y López, titular de esta ciudad: y en 19 de marzo de 1890 se colocó también la primera piedra del cuartel de Caballería, en el pago de Miraflores o Picadueñas, siendo Alcalde D. Eduardo Freyre y Góngora, que falleció en el año de 1893, el día 6 de septiembre, y cuyo celo e iniciativa dejaron perdurable memoria.

Por los datos arriba expuestos, y otros que en obsequio de la brevedad omitimos, especialmente los hechos ocurridos de pocos años a esta parte, pues están en memoria de todos, veso que siempre Xerez ha ocupado un lugar muy distinguido en la provincia y en la nación, por su riqueza e importancia, por el fecundo impulso que constantemente ha dado a toda empresa útil, patriótica y noble; por el valor y virtud de sus habitantes, y por la pléyade de ilustres hombres en ella nacidos, que honran las Armas y las Letras, y las Ciencias profanas, y eclesiásticas.

En el concepto estadístico, es de notar que ocupa el lugar segundo entre los pueblos de la provincia, siendo el número de sus habitantes por la población de hecho, 61708  almas, y por la de derecho 58.421, de que son varones 29.504 y hembras 28.917, según el último censo de la población formado en 31 de Diciembre de 1887.

Bajo el aspecto arquitectónico, es de las ciudades más dignas de ser visitada por los que rinden culto á las Bellas Arles. Entre sus edificios eclesiásticos son de citar su elegante y magnífica iglesia de San Miguel, de la época de transición del estilo ojival terciario al del Renacimiento, restaurada por el dicho arquitecto Sr. Esteve y abierta de nuevo al culto en 1878: la de Santiago, notable por la gallardía de su construcción y severidad de su conjunto, obra también de fines del siglo XV, y en cuyo templo se conserva la delicada joya del Coro de la Cartuja, obra prodigiosa de talla, que es la admiración de propios y extraños: San Mateo, de atrevidísima nave gótica, con preciosa portada del Renacimiento en la capilla del Señor de las Penas: San Dionisio, notable por sus ajimeces (hoy tapiados) y puerta del Evangelio, de estilo mudejar, junto a la cual se halla la torre de la Atalaya, propia de la ciudad, de estilo mudéjar también, y construida en el segundo tercio del siglo XV; San Marcos, que se distingue por la graciosa combinación de las nervosidades de sus bóvedas, y otras bellezas: San Juan de Jos Caballeros, con ábside mudejar, recientemente restaurado por el propio Sr. Arquitecto, y que es una de las construcciones más raras de la ciudad, por su especial configuración y adornos que la enriquecen, siendo también dignas de mención en este templo, la histórica capilla de los Amayas y Villavicencios, que en 1285 escribieron en ella una carta a Sancho IV, con la sangre de sus venas; la capilla de San José que se  acaba de restaurar primorosamente, a par de la contigua del Sagrario, y la escalera principal de su torre, objeto de elogios continuos por parte de los inteligentes, por la atrevida y segura disposición de sus piedras, colocadas a rosca y vuelta.

Debemos también incluir en esta nota la iglesia parroquial de San Lucas, bastardamente desfigurada, como San Dionisio, en el pasado siglo, perdiendo así las singulares bellezas de su primitiva construcción, de que aun quedan apreciables restos y detalles; y el bellísimo templo de monjas de Espíritu Santo, tesoro arquitectónico que honra a Xerez, y que escondido en la calle de su nombre, pasa desapercibido a los ojos de propios y extraños, siendo uno de los monumentos más notables de Xerez, por su portada del Renacimiento, tan clásica en sus detalles, como majestuosa en su conjunto.

Respeto a edificios profanos, figura en primer lugar el Consistorio Viejo, obra delicadísima de 1575, de los artistas jerezanos Andrés de Ribera, Martín de Oliva y Bartolomé Sánchez, en cuyo elogio los señores Madrazo y Parcerisa en sus Recuerdos y bellezas de España, aseguran ser una de las flores más delicadas de la arquitectura del Renacimiento.

Fuera de la ciudad son muy notables el Monasterio de la Cartuja y su portada, ésta debida también al dicho arquitecto Andrés de Ribera, que la hizo en 1571.

De ellos hace también grandes alabanzas el Sr. D. Pedro de Madrazo, en su Diario de Viaje, editado en 1853. De entonces a la fecha se ha deteriorado tanto dicha construcción, por el punible y censurable abandono en que yace, que el día menos pensado lamentaremos su completa ruina. Desdoro y vergüenza para esta nación, tan indiferente a sus glorias, que así abandona monumentos muy preciados, creaciones un tiempo, de altos ideales, y hoy testigos venerandos de sus pasadas grandezas.