viernes, 29 de noviembre de 2019

Teoría de la conciliación histórica entre españoles.

La derecha española, ahora organizada en dos sectores escasamente diferenciados, dice que la memoria histórica divide y que lo importante es la “concordia”. Pretenden barrer de la legislación vigente española todo cuanto tenga que ver con la memoria histórica, argumentando que esta genera ruptura de la convivencia y odio… Creen las derechas que sacar a Franco de su gran mausoleo del Valle de los Caídos ha sido un error que puede reducirse a una manipulación política del PSOE.

Las derechas guardan silencio sobre la cantidad de símbolos franquistas que aún permanecen en nuestras calles o sobre las gloriosas sepulturas que algunos generales golpistas aún disfrutan en destacados templos del país. La Iglesia católica, en vez de destacar por las actitudes de humildad, perdón y auténtica conciliación fraterna, no ha dejado ni un minuto de hablar de sus santos mártires asesinados en la guerra civil. Si alguien le recuerda su sistemático apoyo al golpe y al régimen franquista mira hacia otro lado y en paz, su intolerante paz.

José Antonio Primo de Rivera en el Valle de los Caídos no se ha tocado, aunque todo el mundo sabe que su sepultura es un homenaje del régimen franquista a los valores falangistas, fascistas, que José Antonio, hijo del dictador general jerezano Miguel Primo de Rivera, fundó. La familia Franco, por su parte, sigue erre que erre con su pose pendenciera ante la democracia, ante el siglo XXI. Aunque se les ha tratado con desmedida exquisitez (la que su genocida familiar jamás empleó respecto a sus adversarios políticos) andan quejosos y se disfrazan de víctimas.

Las derechas más rancias están crecidas. Yo creo que se debe a que el PSOE ha practicado una memoria, durante decenios, ultralight, descafeinada, tardía, paticorta, cegata, cómplice con aquel pacto de silencio que se llamó Ley de Amnistía de 1977, un pacto del que aún no se ha despegado y que, me parece a mí, está dando lugar a casos profundamente dañinos para la democracia como, por citar uno, el de Billy el Niño. Luego el PSOE se preguntará bobaliconamente cómo es posible que haya crecido Vox de la forma en que lo ha hecho. No ha existido cultura democrática. Solo silencio.

Sin haber recuperado los restos óseos de miles de fusilados por Franco y sus generales, con este clima de empecinamiento de la cúpula de la iglesia católica, con este revival patriótico casposo al que asistimos, a más de 40 años vista de la dulce muerte del dictador en su cama, ¿cómo va a ser posible la reconciliación entre los españoles? Tengo una teoría dividida en cinco sencillas partes.

La primera cuestión es que no habrá reconciliación, o conciliación, si no se recuperan los restos óseos de los fusilados que el régimen franquista dejó en las cunetas como mensaje a los navegantes: el que se oponga al fascismo será borrado de la historia. Recuperar esos restos y darles sepultura con dignidad y reconocimiento público son condición sine qua non para que todos podamos sentirnos parte plena integrante de este país.

El segundo elemento de esta necesaria reconciliación es que regresemos cuanto antes al punto de partida: el jefe de Estado no puede ser electo por el mismo Franco. Los españoles tienen derecho a votar a su jefe de Estado. Esta es una cuestión sencilla, clara, elemental. Nuestro jefe de Estado no puede ser el que Franco eligió. Mientras exista monarquía no habrá reconciliación. Porque no puede darse la reconciliación a punta de pistola, a golpe de decreto post mortem del general golpista con voz de pito.

La tercera cuestión es que no se puede ofender continuamente a las víctimas del franquismo. Esto quiere decir que no pueden tolerarse ni un minuto más la gran cantidad de símbolos franquistas en las calles. O que el rey refrende títulos nobiliarios a los hederos directos de los generales golpistas. Es posible, necesaria y urgente la reconciliación, pero sin adefesios políticos y morales como la inyección de dinero público a la Fundación Francisco Franco.

El cuarto elemento de mi simplona teoría de la “concordia” (creo que este es el muy curioso término que emplea la derecha) es que precisamente el ejemplo de la resistencia ante la dictadura franquista ha de ser el núcleo ético sobre el que se fundamente nuestro estado democrático. La tumba del general Queipo de Llano en la Macarena, por ejemplo, sería garante, garante peligrosamente vigente, de lo contrario. Quitar en Madrid, como está haciendo la alcaldía de derechas, las placas de homenaje a los republicanos masacrados, sería, es, la señal de la profundización en la herida democrática de España.

Por último, para que sea posible una reconciliación completa entre todas las sensibilidades políticas de la ciudadanía en relación con los hechos de la Guerra Civil, habría que cerrar definitivamente el Valle de los Caídos, símbolo del poder del régimen franquista sobre la historia de España.

Sé que algunos del PSOE reclaman ahora unidad de la izquierda para evitar que las derechas asolen el panorama nacional. Pero estos bienintencionados, que en estos momentos se alarman, no quieren que hablemos de lo que ha sucedido durante la Transición, es decir, no quieren que se diga que la socialdemocracia amiga del capitalismo ha dejado a los trabajadores y a las clases medias, en cuatro décadas de aparente bonanza, en la estacada.

Quieren, sin dejar de acusarnos de puristas, que nos juntemos todos, ahora, como si nada, en la casa común… pero no quieren que caigamos en detalles como la prioridad presupuestaria en el pago de la deuda, o en lo sucedido con los ERE de Andalucía, o en el apego a una reforma laboral leonina, o en a la firma del escudo antimisiles de Zapatero y en tantas y tantas otras apuestas derechosas (como el rechazo a un Gobierno de coalición hace unos meses atrás del desnortado Pedro Sánchez) que han tenido como resultado el agresivo ascenso de la derecha.

Y pienso, lo que es el meollo de mi modesta teoría de la conciliación, que ha sido precisamente el abandono de la memoria histórica por parte del PSOE durante todos estos años la guinda de la Transición. Es decir, haber apostado, tan tardía y tan tímidamente, por una ley de memoria histórica y democrática ha sido una causa muy simbólica, muy cargada de significación, de hasta qué punto la cultura democrática ha estado ausente de nuestro panorama político… el problema territorial sin resolver, la ley electoral sin cambiar, la ruptura del bipartidismo que llegó más tarde que en ningún país de Europa, el problema de la Corona, el senado sin reformar, etc. La guinda: nuestros muertos sin hallar y sin sepultura digna; el país anquilosado, esclerótico, también asfixiado por la misma pátina grisácea que con la que el franquismo permitió a Suárez implementar algunos avances democráticos vigilados.

Dicen que el estilo de Rajoy era dejar que los problemas reventasen, no tomar medidas, y en las situaciones complicadas optar por la solución menos mala… Pero no es solamente el garboso estilo del señor Viva el vino, es también lo que se ha hecho siempre durante la Transición, a saber, no tocar los fundamentos de la grisácea herencia de Franco, quizás la causa de lo que nos ha conducido hasta la situación de colapso (para qué hablar de la corrupción) en la que estamos.