sábado, 3 de julio de 2021

Glorias xerezanas (Manuel Bellido, 1906) (III)

 


ROMANCE III

Fernán Alfonso de Mendoza (1)

(1270)

Al erudito escritor xerezano Pbro. Miguel Muñoz

I

A tres leguas de distancia / de Xerez, y en una altura, / desde la cual se descubre / sin dificultad alguna / gran parte de su campiña / tan extensa como exúbera, / hay un fortín almenado, / obra morisca, sin duda, /

(1) Fue D. Fernán Alfonso de Mendoza, de la más rancia nobleza castellana por su parentesco con don Alonso el Sabio y uno de los 40 caballeros xerezanos del feudo; habiendo llegado a ser por su abnegado arrojo, uno de los más valerosos caballeros de su tiempo. Usan por armas cinco panelas o corazones en campo rojo (simbolizando los cinco moros muertos) y orla roja con cuatro aspas de oro y cuatro rosas de plata, en memoria de las flores del campo donde tuvo lugar 1a hazaña que reseñamos en este Romance.

según todas las señales / de su sólida estructura.

Como adherido a la masa / del castillo, se vislumbran / restos de un antiguo adarve / que cubre la yerba inculta; / vestigios de los que fueron / fosos en otras centurias / y hoy de escombros hacinados, / de broza seca y basuras, / donde el reptil cauteloso / tiene su vivienda obscura, / depósito tan compacto, / que se confunde y se junta / de tal modo con el suelo, / que sólo por conjeturas / se sabe, que el ancho foso / bajo el escombro se oculta; / la que antes fue barbacana, / cedió del tiempo á la injurio, / y de sus viejas paredes / no queda serial alguna.

Resumen: que en días lejano / el fortín que nos ocupa, / fue murada fortaleza, / ya desde el tiempo de Muza, / o ya cuando el agareno / dando preferencia suma / del territorio invadido / a la región andaluza, / aquí sentó sus reales, / y para defensa justa / alzó este recio castillo / en la más enhiesta altura, / capaz de hacer resistencia / con su fuerte contextura, / de los altivos cristianos / a la encarnizada lucha, / tan tercos como temibles / por su indómita bravura.

En este viejo castillo / o fortaleza vetusta, / cuyos incontables años / sus paredones denuncian; / aquí, hace tiempo que viven, / o mejor dicho se ocultan, / cual temibles malhechores / que el sosiego y la paz turban / del tranquilo pasajero / que por estas tierras cruza, / cinco moros fementidos, / que con cinismo se burlan / de grandes y de pequeños, / y audaces de todos triunfan; / aunque insensatos no cuentan / con que alguna vez su ayuda / les niegue indignado Aláh, / y entonces, la audacia es nula; / que tiene negras espaldas / si las vuelve la fortuna.

II

En el lejano Occidente / que pardas nubes enlutan, / el sol sus últimos rayos / melancólico sepulta, / y el húmedo vendaval / que ruge y sopla con furia / haciendo crugir las ramas / de los árboles, anuncia, / con infalibles indicios / que está cercana la lluvia.

Por una angosta vereda / que anchos olivares cruza, / van silenciosos marchando / como dos fantasmas mudas, / dos bizarros caballeros / a juzgar por su apostura, / por el porte de sus armas / y lucientes armaduras.

En este mudo silencio / pasaron dos horas justas, / y del olivar dejando / el camino de herradura, / el de atrás le dijo al otro / entre veras y entre burlas: / —Por Belcebú, don Fernán / que no sé de historia alguna / donde igual ó parecido / a la presente aventura, / se relate algún suceso / ó endiablada escaramuza.

—Pues ahora verla podréis / si es que el verla no os asusta, / y supliréis con la lanza / lo que no escribió la pluma.

Repuso Fernán, mohíno, / a razones tan insulsas.

Don Fernán, vuestras palabras / más que convencer insultan; / y sabed que no es cobarde / quien en torneos y en justas, / en los azares guerreros / y en las sanguinarias luchas, / jamás dio paz a su lanza / ni se vio vencida nunca: / pero en verdad, los dos solos / es manifiesta locura / luchar con cinco agarenos, / de cuya notoria astucia / en las artes de la guerra, / tienen dadas pruebas muchas.

A lo cual don FERNÁN dijo, / con desbordada iracundia:

Volver al punto podéis / antes que empiece la lluvia; / que si los dos somos pocos / para la agarena chusma / que estos tranquilos lugares / provocadora conturba, / yo solo me basto y sobro / para meter en cintura / á quienes desatentados / de su valimiento abusan.

Y apretando los ijares / de su caballo con furia, / Don Fernán partió al galope / y como visión nocturna / que alas pide al raudo viento, / atravesó la llanura / en su fogoso alazano, / y sin prudente consulta / metió al generoso bruto / por la lóbrega angostura / de una hijuela tortuosa, / seguro como quien busca / algo en su estrecho recinto / o salida bien segura.

Corrido su acompañante / con resolución tan súbita, / y temiendo que en la hijuela / realizase la aventura / objeto de aquel viaje, / se decidió á volver grupas, / como la mejor medida / y acaso como la única, / y hacia Xerez satisfecho / volvió su cabalgadura, / en breves horas llegando / sin miedo a la noche obscura / que con su manto de sombras / el cielo y la tierra enluta.

III

Medrosa y encapotada, / y más que medrosa húmeda / por el gotear constante / de la monótona lluvia, / sigue avanzando la noche, / cuyas soledades turba, / ya el estampido del trueno / que ronco en los aires zumba, / ó el fulgor de los relámpagos / que con luz siniestra alumbran.

De don Beltrán de Riquelme / en la morada vetusta, / y en torno á la chimenea / tan descuidada y negruzca / como repleta de lumbre / que calma, templa y endulza / los rigores implacables / de la noche áspera y cruda, / en amigable consorcio / vése animada tertulia / de hidalgos y caballeros / que con interés se ocupan / del lance no realizado, / aunque factible lo juzgan / dado el valor de Mendoza / que a Dios y al Rey servir busca.

Y es el lance una cuestión / tan severa y peliaguda, / que al ánimo más entero / seriamente preocupa: / luchar uno contra cinco / agarenos, gente astuta, / es regalarles la vida / sin más cargos ni resultas.

-Presumo, dice el primero / que sin la divina ayuda / que en estos lances de prueba / es de transcendencia suma, / del valiente Don Fernán / será la muerte segura.

A lo que dice el segundo / mientras que su barba atusa:

-Mucho valen cinco moros / con sólo un cristiano en lucha; / pero mirad cuánto vale / la lanza fuerte y robusta, / si es caballero y cristiano / quien con destreza y bravura / la maneja, y el honor / con sus alientos la impulsa.

-Ni aun así, dice un tercero / que con atención escucha:

-Yo considero y proclamo / el colmo de la locura, / el querer a cinco moros / matar sin protesta alguna, / y más si éstos son valientes; / pues si villana gentuza / le llamamos por ser hijos / del error y la impostura, / son hombres, arrojo tienen, / y valor y fuerza bruta / para repeler la fuerza; / que bien su defensa cuidan.

A don Fernán di palabra / y nos lanzamos en busca / del provocador muslime / con ardimiento y premura.

Quise en vano convencerle / de su pretensión absurda, / y a mis leales razones / daba respuestas tan bruscas, / que llegó hasta despedirme / con palabras harto duras.

Es la causa por que ahora / en vuestra amable tertulia / me encuentro, no peleando / en la insensata aventura / que a don Fernán de Mendoza / todos sus sentidos nubla.

IV

De un suceso extraordinario / la grata nueva circula, / y jubiloso contento / los corazones inunda.

Todos, pequeños y grandes / con entusiasmo aseguran, / que don Fernán de Mendoza / en heroica y fiera lucha, / dio muerte a los cinco moros / que ha tiempo el sosiego turban, / no solo del transeúnte / que aquellos lugares cruza, / sino de los aldeanos (1) / que afanosos el pan buscan / cultivando los terrenos / en que cifran su ventura.

Esta es la más aceptable / de las versiones innúmeras, / que de boca en boca corren; / tan desatinadas muchas, / ya por su enorme tamaño / o circunstancias absurdas, / que si hay quien las oye incrédulo, / otros con pavor escuchan.

Hay quienes cuentan locuaces / y como cierto aseguran, / que cuando vieron los moros / la belicosa apostura / de don Fernán, se quedaron, / como cinco estatuas mudas.

(1) En el lugar que se denomina Mesa de Santiago, por haberse aparecido en él el Santo Apóstol al rey D. Fernando III y más tarde al héroe de ente Romance, había una pequeña población o aldea do agricultores, llamada desde esta fgecha (1270) Aldea de Santiago de Fe.

sin saber si arrodillarse / ante la excelsa figura / de tan singular guerrero, / o si apelar a la fuga.

Como don Fernán lo viera, / haciendo una de las suyas, / mandó de cinco lanzadas / cinco moros a la tumba.

Otros, mejor enterados, / según ellos mismos juran, / dicen que los cinco infieles / al acometer con furia / sin ejemplo entre los hombres, / a don Fernán, vieron una / claridad tan misteriosa, / que si no ciega deslumbra, / y en su centro a Santiago; / quien con su potente ayuda / dio a don Fernán la victoria / sobre la agarena chusma.

Y hay quienes en varios tonos, / las chanzonetas inclusas, / buscan el lado ridículo / con fácil desenvoltura / á tan insólita hazaña / digna de alabanza suma, / y no del torpe mordisco / de escarnecedora burla; / mas allí donde está el pueblo / los maldicientes abundan.

Pero en cambio, otras personas / más entusiastas y justas, / que agasajan y celebran / al que venturoso triunfa, / con vivas aclamaciones / y con vítores saludan / al invicto caballero, / cuyo valor y fortuna / aplauden enardecidos / con general barahúnda, / y delirantes arrojan / al aire las caperuzas.

V

Frente a la grandiosa Puerta / cuya morisca estructura / hasta a los más ignorantes / con claridad se denuncia, / sólo con fijar la vista / en sus arcos de herradura; / frente a esta morisca Puerta, / decimos por vez segunda, / y que llaman de Sevilla, / hay una estéril llanura, / que aun cuando no muy extensa / un buen perímetro ocupa.

A este lugar apartado / llegan ha rato y se agrupan, / numerosos individuos / conformes en lo que buscan, / desde el siervo de la gleba / hasta el señor de alta alcurnia; / y en pelotones compactos / con regocijo se juntan; / y unos hacia arriba corren / de novedades en busca, / otros van de grupo en grupo / asediando con preguntas, / mientras al que encuentra al paso / molesta, pisa y empuja: / y se mezclan y se funden / en algazara confusa, / el justificado elogio / con la imprudente censura; / el aplauso del que siente / admiración noble y justa, / al gruñir del envidioso / que solapado murmura.

La esperada voz de ¡ahí viene! / por la multitud circula / y vuela como del rayo / la luz fugaz y sulfúrea, / y los grupos anhelantes / como sediciosa turba, / de ¡ahí viene! la voz repite / y al que llega ansiosos buscan. 

Maltrecho pero animoso, / viene en su cabalgadura / el heroico D. Fernán / al que unánime saludan / todos, pequeños y grandes, / con ardorosa ternura: / pues mientras los caballeros contra / su pecho le estrujan, / la gente del pueblo bajo / y la soldadesca inculta / con lágrimas abundantes / que el curtido rostro inundan, / le bendicen y le besan / ensalzando su bravura.

Con un brazo en cabestrillo / cubierto de ligaduras; / vendajes en la cabeza / que al erguido cuello anudan; / la pierna izquierda envarada / que el andar le dificulta; / golpes varios, contusiones / y leves desgarraduras.

Lleva el casco sin visera / y sin el airón de plumas; / destrozado el fuerte yelmo, / rota la férrea armadura / y más que rota, incompleta, / pues una pierna desnuda / tiene de greba y quijote, / que lo encarnizado acusan / de la bárbara refriega / con la mahometana chusma.

-¡Basta; ¡Basta! -repitieron / diversas voces a una.

-Debe llevarse del Rey / ante la presencia augusta / por exigirlo así el rango / de su estirpe linajuda / -con intención, dijo alguno / que entre el tumulto se oculta.

-Reparad que viene herido, / otro dijo en son de súplica; / y al enfermo, el alboroto, / más desagrada que gusta.

Con gran trabajo cedieron / las molestas apreturas, / las vivas aclamaciones / y el vocerío de las turbas, / y ¡á cal de Francos! (1) dijeron: / pues no estará en parte alguna / más cómodo que en su casa, / do pronto le harán la cura / de contusiones y heridas, / que aunque leves, importunan.

VI

A la mañana siguiente, / y pasadas ya las bruscas / sacudidas y emociones / que el espíritu conturban, /

(1) La casa señalada con el núm. 53 en dicha calle de Francos, cuyo nombre lleva desde la reconquista (1264), fue la casa soiariega de la ilustre familia de los Mendozas.

después de lances y escenas / de tan varias catadras, / pues mientras con sus azañas / temores infunden unas, / otras al pecho le llenan / de jubilosa ventura, / don Fernán, más sosegado, / a solas piensa y calcula / el efecto que al Monarca / ha de causar la aventura, / terminada con tal éxito / y tan completa fortuna, / que pocas así alcanzaron / tan eminentes alturas.

En ello don Fernán piensa, / cuando de repente empujan / la puerta del aposento, / y el escudero le anuncia / que el Rey le aguarda, y espera / a que vaya con premura.

Fue don Fernán al Alcázar; / y la Crónica asegura, / que del Monarca y su Corte / fueron tantas las preguntas, / que agotaron los detalles / hasta sus leves minucias.

Refirió, que una celada / le tendieron tan astuta, / que se encontró de repente / en peligrosa angostura / y enfrente cinco agarenos / bien armados, lanza en cuja, / y sobre arrogantes potros / de pura raza andaluza.

Mirarlos y acometerles / con ardor, todo fue una; / comenzando la refriega / tan desesperada y ruda, / siendo el crujir de las armas / tanto, y la sañosa furia, / y tales los juramentos / y las sangrientas injurias, / que á la verdad parecía, / fragor de falange innúmera.

Cómo fue, decir no sabe; / sólo que en la ardiente lucha / vio a tres espirando en tierra, / y a los otros dos en fuga.

Persíguelos y en el centro / de extensa cañada inculta, / provocador los detiene / y la refriega reanudan; / hay amenazas y choques, / acometidas mayúsculas, / certeros botes de lanza, / vacilaciones y dudas / de quien en tan grave encuentro / cede o victorioso / triunfa.

Ya un muslim el suelo muerde / de la muerte en las angustias; / el otro, terco resiste; / y don Fernán, como última / invocación mira al cielo / cual si pidiera su ayuda, / y a su corcel aguijando, / de su lanza hundió la punta / del musulmán en el pecho, / dándole muerte segura.

Dicen que cayó abatido / después de tan larga lucha, / de rodillas, y alzó al cielo, / su voz con ferviente súplica, / sintiendo que allí no diera / alguien fe de esa ventura.

Se le apareció un guerrero / con armas no vistas nunca / y una cruz roja en la mano, / diciéndole con dulzura: / que él daría de la batalla (1) / fe; y como visión cerúlea / se perdió en las claridades / de las celestes alturas.

Los cinco potros soberbios; / los alfanjes y las gumias /

(1) Esta aparición del Santo Apóstol, dio motivo a la erección de una ermita que mandó labrar el mismo Rey, y que subsistió con culto hasta el último tercio del siglo XVIII, en que fue abandonada por ruinosa, sin que nadie haya intentado, siquiera, conservar tan preciosa reliquia.

con los blancos alquiceles / y las marlotas purpúreas, / trajo al Rey cual testimonios / de su gloriosa aventura.

Los testigos presenciales / afirman todos a una, / que del Monarca en el rostro / era tan viva y profunda / la emoción, ante una hazaña / que no recuerda otra alguna, / que tendiéndole los brazos / con efusiva ternura, / contra el conmovido pecho / le oprimió con ansias muchas, / y dijo: que recompensa (1) / merecida como justa / por su nobleza notoria / y por su heroica conducta, / ha de otorgarle en tal guisa / de Dios con la santa ayuda, / que esas gracias y mercedes / es su voluntad augusta; / sean desde su otorgamiento / sin restricciones ni dudas, /

(1) Es ciertamente notable el privilegio rodado que otorgó D. Alonso el Sabio en Sevilla el 22 de Noviembre de 1275, a favor de D. Fernán Alfonso de Mendoza, su pariente, como recompensa a la singular hazaña que reseñamos en este Romance. Véase en la Historia de Xerez de Bartolomé Gutiérrez, t.° II, pág. 122 y siguientes, la copia íntegra del citado privilegio.

para él y su descendencia / presente como futura.

VII

Corrido y avergonzado, /  llena el alma de tristura / y turbada la conciencia / que el remordimiento abruma / con el infausto recuerdo / de la cobarde conducta / con don Fernán observada / en su gloriosa aventura, / el menguado acompañante (1) / que volvió asustado grupas / temeroso de ser víctima / de una sanguinaria lucha, / al contemplar sana y salva / la jigantesca figura / de don Fernán de Mendoza / cuya cabeza circunda / la aureola inmarcesible / que a la inmortal gloria encumbra, /

(1) En ninguna de las Historias ni papeles xerezanos que hemos leído, se consigna el nombre de este ma1aventurado caballero. El eximio cuanto malogrado poeta xerezano don Juan Piñero, cita en su bellísima leyenda Amor y Fe, al referido caballero con el nombre de Mendo Illescas, sin que nos haya sido posible, en este caso, comprobar su filiación histórica, aun cuando sabemos que el apellido Illescas es de ilustre abolengo xerezano.

con general menosprecio / se fue a endulzar la amargura / que minaba su existencia / cual grave dolencia oculta / a pelear con los moros, / buscando muerte segura, / porque su villana afrenta / piadosa la tierra cubra.