Cada día que pasa la indignidad aumenta porque los símbolos franquistas no son eliminados de la vía pública. Cada día que pasa la democracia se debilita y los repuntes reaccionarios, franquistas, se consolidan. El problema no es Cataluña, el problema es que la Transición nos trajo una democracia falsa que, a fuerza de momificarla, de inutilizarla en favor de los que se han enriquecido fríamente durante estos años, nos ha colocado ahora, efectivamente, ante problemas graves de corrupción a manta, territorialidad explosiva, pobreza de la mayoría social, identidad diluida, instituciones inútiles y costosas, Justicia que no es tan justa, racismos y xenofobias varias, etc. De ‘modélica Transición’, por tanto, nada de nada lo que se dice nada. Una Constitución rígida, pétrea, de hormigón antipopular, que con el paso del tiempo, a fuer de inamovible, ha hecho estallar al país, a su gente varada en el desempleo. Bonito callejón sin salida que ahora el PP quiere coronar con estados de excepción.
El Ayuntamiento de Jerez regaló al comandante Arizón, allá sobre 1938 aproximadamente, un chalet, que sigue en pie, hoy con un cartel de “se vende”, en la c/ Taxdirt, nº 28, frente al antiguo cuartel, ahora demolido, de Tempul. Ya en el padrón de habitantes de 1940 aparece empadronado allí. Le hizo ese regalo porque Salvador Arizón Mejía, junto a la Guardia Civil, más el apoyo de toda la derecha local y la aquiescencia de la Iglesia, secundó en Jerez el golpe militar de 18 de julio de 1936 y segó la vida de cientos de jerezanos inocentes cuyo delito no había sido más que apoyar la legalidad democrática surgida en abril de 1931.
Arizón, en Jerez y comarca, actuó sin piedad ninguna a las órdenes directas del general golpista Queipo de Llano. Recordemos sus amenazadoras palabras en un bando de 19 de julio de 1936: “Espero de todo el elemento de orden de Jerez, sin distinción de clases, la cooperación para el mantenimiento del orden, advirtiendo que en caso de alterarse este no empleen la táctica aconsejada por los directores del movimiento, de llevar al frente las mujeres y niños, pues se hará fuego sin reparar el que viene en primera línea”. En otro bando de 14 de agosto de aquel año añadió, más amenazante si cabe, que ya le había quitado la vida al practicante Salvador Rasero López y al empedrador de calles Rafael Fernández Romero por atreverse a oponerse públicamente al golpe; dos personas a las que habría que dedicar, con un monumento, un reconocimiento público en un sitio céntrico de la ciudad, pero que de momento no han sido considerados como merecedores más que del olvido.
Arizón actuó en carnicerías como el bombardeo y toma de La Sauceda. Según los historiadores: “Los rebeldes planearon la toma de La Sauceda como una operación de envergadura, con la actuación combinada de cuatro columnas de del ejército de tierra procedentes de cuatro puntos distintos. Una llegó desde Jerez, al mando del comandante Salvador Arizón Mejías, marqués de Casa Arizón, comandante militar de Jerez; una segunda desde Ubrique, al mando del alférez José Robles Ales, comandante militar de esta plaza; la tercera venía desde Jimena, al mando del comandante de infantería Fermín Hidalgo Ambrosy; y una cuarta desde Alcalá de los Gazules, al mando del capitán Antonio Fernández Salas”.
Salvador Arizón fue el máximo responsable militar del llamado Depósito de Recría y Doma de Jerez, una instalación de caballería de la que dependían directamente el cortijo de Vicos y el cortijo de Garrapilos, emplazamiento, el de Vicos, como ahora sabemos, de un importante campo de concentración, bajo la tutela de un “capitán de campo”, a las órdenes de Arizón. La conexión del campo de concentración, en estas instalaciones de caballería, con Salvador Arizón se comprueban en su misma hoja de servicios, conservada en el Archivo Militar de Segovia. Un campo de concentración que funcionó desde agosto de 1936 hasta, al menos, el año 1941.
La metálica mano de Arizón se dejó sentir en otras poblaciones de la comarca: “En Trebujena los sublevados se afanaban en descubrir quiénes fueron los trabajadores que intervinieron el 20 de julio en el tiroteo de la carretera de Sanlúcar. Esa fue una de las misiones que se encomendó al sargento Juan Gutiérrez Rojas cuando se hizo cargo del mando del puesto de la Guardia Civil. En el atestado que remitió el 9 de agosto a Salvador Arizón Mejías, comandante militar de Jerez de la Frontera y responsable de la represión que causó más de trescientas víctimas mortales en la ciudad, consta que al menos trece trebujeneros habían sido ya detenidos” (José García Cabrera y Fernando Romero Romero).
El Ayuntamiento de Jerez, que Arizón tuteló durante mucho tiempo, le rindió honores innumerables por su “heroica gesta” de “limpiar de hordas rojas” las calles de Jerez. Recordemos también las tétricas palabras del funesto comandante en un homenaje que le preparó el alcalde Tomás García Figueras, concediéndole la medalla de oro de la ciudad, en 1961: “…decidido a que las fieras marxistas no ya levanten cabeza, pero ni siquiera muevan la zarpa. Y que, si fuera preciso, mis manos se conviertan en manos de hierro que exterminen sean cuantos sean y quienes sean, a todos los enemigos de España”.
A Arizón, aunque ya afortunadamente el Ayuntamiento de Jerez le derogó la distinción de la medalla de oro de la ciudad, le queda aún el homenaje público, que inexplicablemente sigue recibiendo, en el cementerio municipal de Jerez con una lápida conmemorativa de su actuación militar golpista en todo el sector norte, con epicentro en Jerez, de la provincia de Cádiz. Una lápida que dice exactamente: “El Excmo. Sr. D. Salvador de Arizón Mejía, Marqués de Casa Arizón, Coronel de Caballería, Comandante Militar de Jerez de la Frontera en el Alzamiento Nacional; Hijo Adoptivo y Predilecto de Jerez de la Frontera, Sanlúcar de Barrameda y Grazalema; Medalla Militar Individual y Medalla de Jerez. Falleció el 27 de marzo de 1963 a los 75 años…”.
El comandante Salvador Arizón Mejía (la Habana, 1888-Jerez, 1963), hijo del teniente general y director de la Guardia Civil en 1917 Salvador Arizón Sánchez-Fano, no se mereció nunca aquel “pazo de Meirás” que en la calle Taxdirt nº 28 le regaló el Ayuntamiento de Jerez, obligado por las circunstancias y en medio de un baño de sangre, con el dinero de todos los jerezanos. Un comandante que tampoco se merece el homenaje que aún figura en su lápida del cementerio municipal de Jerez. Un “pazo de Meirás” que debería ser reintegrado al erario municipal inmediatamente.
Ese chalet es el símbolo franquista más lacerante que sigue en pie en Jerez, aparte de otros como la placa homenaje a la actuación del régimen en una de las casitas de la barriada España que antes fue cooperativa de vivendas de la UGT, o partes de un escudo franquista que aún pueden verse en el acceso al edificio principal de Correos en Jerez, etc. Ese chalet, desde el punto de vista legal, no puede pertenecer hoy más que al Ayuntamiento de Jerez o la democracia ‘modélica’ que nos han vendido no sería más que un penoso trampantojo.