miércoles, 3 de noviembre de 2021

Glorias xerezanas (Manuel Bellido, 1906) (X)

ROMANCE IX

ALONSO FERNÁNDEZ DE MELGAREJO (1).

(1408)

I

Ganada bizarramente / por el cristiano heroísmo / la inexpugnable Zahara, / que en los elevados picos /

(1) La familia a que pertenecía este xerezano, noble y distinguida en todo el reino, figura notablemente en toda la historia de Xerez hasta muy modernamente. Ya en la época de la conquista aparece Pedro Melgar como enviado de la ciudad a la corte para la instalación de los caballeros del feudo, y Juana Melgar su hermana o hija, casada con Diego de Pavón, alcaide de la puerta del aceituno y progenitor de los Pavones xerezanos. En tiempos de Juan II, se distingue valerosamente ALONSO FERNÁNDEZ DE MELGAREJO. Durante el siglo XV hallábase esta familia muy extendida en la población, figurando mucho Melgarejo entre los principales caballeros de la ciudad. Usan por armas una cruz dorada de Calatrava en campo rojo. (Parada, Hombres ilustres, pág. 288.) Vese dicho escudo unido con el de los Morlas en la severa portada de la casa existente en la calle de San Juan, frente a la plazoleta de Melgarejo, y además en la clave del arco de ingreso de la capilla de Ánimas de San Lucas.

de la accidentada sierra / tiene sus cimientos fijos, / sin miedo a los vendavales / que la azotan de continuo, / ni del temporal medroso / a los salvajes bramidos, / fue enarbolado en sus torres / el regio pendón invicto / con las armas de Castilla / y el redentor crucifijo; (1) / que el Infante D. Fernando / con fervoroso afán quiso, / que en la ciudad conquistada / lucieran a un tiempo mismo, / con la castellana enseña / la santa enseña de Cristo.

(1) «Rindióse el Castillo, y el Infante mandó a Lorenzo Suárez de Figueroa a que lo recibiese en su nombre: el cual puso un pendón con un crucifijo, que el Infante le envió arbolado, en la torre del homenaje, y debajo de él el pendón del Infante con las armas de Castilla.» (P. Rallón, t.° III, pág. 15.)

Liberal y generoso / ordenó que a los vencidos / sin distinción ni reparos, / hombres, mujeres y niños, / se les de escolta y bagaje, / poniéndolos en camino / de la población de Ronda, / en la cual seguro asilo / y protección decidida / han de encontrar sin distingos, / puesto que en poder se encuentra / de los moros fronterizos.

Y en efecto, al sepultarse (1) / del sol los destellos tibios / en el apartado ocaso / entre celajes plomizos, / que melancólico aspecto / daban al fuerte castillo, / en interminable fila, / ellos y ellas confundidos, / mal cuidados y andrajosos, / mustios los rostros cetrinos, / la barba hundida en el pecho, / silenciosos y mohínos, / a descender comenzaron / por el angosto camino / que desde la fortaleza / por entre erizados riscos / y peñascales enormes / y profundos precipicios, / lleva a sendero intrincado, / que de la sierra al abrigo / corre y se pierde a lo lejos / entre jaras y lentiscos.

(1) El día 1° de octubre de 1407 abandonaron los moros a Zahara en número de 458 hombres y cantidades considerables de mujeres y niños.

Y a al pie de la abrupta sierra, / todos con ferviente ahínco / los tristes ojos tornaron / entre llantos y suspiros, / a dar el adiós postrero / al caliente hogar perdido.

II

Fortaleza tan grandiosa / y en tan importante sitio / para abatir la soberbia / del musulmán enemigo, / dueño de la serranía / y sus extensos dominios, / desde Algeciras a Ronda / donde campa a su albedrío, / necesitaba un Alcaide / valeroso y aguerrido / que junto con su nobleza / fuera de su mando digno.

De todos los caballeros / que en la campaña consigo / lleva el castellano Infante, / descuella por lo atrevido / de sus valientes empresas / y por lo noble y altivo, / el bizarro MELGAREJO / cuyo militar prestigio / pregonan tales proezas / y lances tan inauditos, / que por burlas se tomaron / o por relatos ridículos, / a no ser quienes los cuentan / de ellos veraces testigos.

El Infante D. Fernando / de tal verdad poseído, / en él fundó de su empresa / los elevados designios, / y le entregó la alcaidía / satisfecho y convencido, / de que noble de tal fuste / y guerrero de sus bríos, / ni desmaya en el combate / ni se arredra ante el peligro.

Y si con intento honrado / agregamos a lo dicho, / que por el solar paterno / iguala en lo esclarecido / a los más altos linajes / y demás radiante brillo; / realzando todo ello / sin vanidoso optimismo, / una cuantiosa fortuna / y un extenso señorío, / en el término enclavado / de Xerez, donde el castillo, (1) /

(1) Duda D. Diego de Zúñiga en sus Anales de Sevilla, si Alonso Fernández de Melgarejo era 24 de aquella capital, o si de Xerez; a lo cual contesta categóricamente nuestro Bartolomé Gutiérrez, año 1407: «este «apellido de Melgarejo es propio xerezano, y permanece la gran torre y fortaleza llamada de Malgarejo, donde se ganó este apellido, por la conquista de esta gran fortaleza y donde sobre la puerta de la entrada de este castillo están las armas de los Melgarejos, y yo puedo afirmar que lo era el referido propio de Xerez.» En el siguiente año, 1408, confirma su creencia Bartolomé Gutiérrez de ser xerezano el dicho Melgarejo, citando su nombramiento de alcaide de Zahara, que hizo el Infante D. Fernando, por orden de D. Juan II y que aparece en el libro de Cabildo de Xerez en 1410, juntamente con una carta del Condestable de Castilla copiada en dicho libro: en ambos documentos se le reconoce como caballero xerezano.

anuncia la jerarquía / de su glorioso apellido, / tendremos que no hay Alcalde / ni más noble ni más digno / que FERNÁNDEZ MELGAREJO (1) / como guardador solícito / de la ingente fortaleza / de Zahara, que al impío / musulmán le arrebataron / los cristianos aguerridos, / en lucha donde se hicieron / de valor tales prodigios, / como nunca humanos ojos / con sorpresa hubieron visto.

(1) Dice á este propósito el P. Rallón en su Historia de Xerez, tomo III, pág. 15: “Encomendó el Infante D. Fernando la alcaidía de Zahara (3 de octubre de 1407) a Alonso Fernández de Melgarejo, caballero de Xerez, que por ser de la tierra y hombre caudaloso, y con lo que el Infante mandó dar y con lo suyo podía bien tener aquella villa a su servicio y del Rey».

III

Exaltado el sarraceno / hasta el loco desvarío / con la pérdida de Zahara, / traicionero y vengativo / por herencia y por costumbre, / o acaso por propio instinto, / no cesaba de urdir tramas / en la sombra y con sigilo, / para que los vencedores / no reposasen tranquilos / y pagaran su despojo / estando en jaque continuo.

Mas no descansa el cristiano / en los laureles dormido, / que la guerra es su elemento, / el pelear es su oficio, / y si los dos le faltaran / con sus lances imprevistos, / sus vivas escaramuzas, / sus azares atractivos, / que tonifican los nervios / y llenan de regocijo / al espíritu más triste / y al cuerpo más abatido, / entonces, desesperado / por la fuerza del hastío, / acaso la misma vida / considerara un martirio.

Así, salidas frecuentes / hacen contra el enemigo, / cuyas rapaces algaras / e insaciables apetitos, / ni respetan los sembrados / ni del ganado el aprisco, / ni la vivienda del pobre / ni la casa de los ricos, / que igual invade la choza / que el lujoso caserío; / y si en sufiente número / se reúnen impelidos / por la incitante codicia / o por el odio bravío, / como bandada de buitres / o turba de forajidos / intentan dar el asalto / por los peñascos graníticos, / a la ruda fortaleza, / cuyo murado recinto, / impasible a los ataques / y a los intentos malignos / del asalto por sorpresa, / le opone dique fortísimo, / y de sus tretas se burla / con mudo desdén olímpico 

De todas cuantas salidas / ofrecieron más peligro, / siempre de ellas MELGAREJO fue su esforzado caudillo, / y de valor y bravura / tan altos portentos hizo, (1) / que no sólo del muslime / que corrió despavorido / huyendo de la matanza, / sino de los suyos mismos, / fue la admiración y asombro / en grado superlativo.

(l) ALONSO FERNÁNDEZ DE MELGAREJO, fue famoso guerreador en la misma época de los cuatro Juanes, y desde su Alcaidía de Zahara, fue el terror de los moros fronterizos de la serranía de Ronda, verificando contra ellos muy señaladas proezas. (Parada, Hombres ilustres, pagina 141.)

De ahí que su nombramiento / para Alcaide del castillo / y población de Zahara / fuera tan bien recibido, / no ya por el hondo espanto / que a los fieros berberiscos / produce con los efectos / de su probado heroísmo, / sino por la confianza / que su arrojo decidido / a los guerreros infunde / peleando a su servicio; / pues cuando en trances difíciles / contra los moros se han visto, / con su alentador empuje / y su inacabable brío, / la disputada victoria / por completo han conseguido: / que mucho puede el ejemplo / cuando amenaza el peligro.

IV

Noticioso MELGAREJO / de los torpes latrocinios / que cerca de Grazalema, / cual feroces beduinos / cometen los musulmanes, / sin que puedan resistirlo / ni con súplicas y ruegos / el honrado campesino / ni de los pueblos cercanos / los temerosos vecinos, / ordenó que su teniente / Juan Rodríguez Vallecillo, / a reprimir se aprestase / atropellos tan inicuos, / que están reclamando a voces / pronto y ejemplar castigo.

Además, de la campiña / son los dueños exclusivos, / y en lo que no devastaron / al pasar, duros e impíos, / allí los ganados pacen / sosegados y tranquilos, / que al pastor arrebataron / como turba de bandidos; / y ¡ay! del que osado se atreva / a reclamar, que de fijo, / será por los malhechores / primero muerto que oído.

—Pues bien; todo ese ganado / por la rapiña adquirido, / hay que tomarlo por fuerza, / ¿oís? el Alcaide dijo; / y si para rescatarlo / mi ayuda fuese preciso, / desde ahora cuente con ella / el teniente Vallecillo.—

Levantando éste los ojos / que tenía en el suelo fijos / mientras el Alcaide hablaba, / con un gesto afirmativo / contestó respetuoso / yendo á cumplir lo exigido.

Pasados unos momentos, / en el patio del castillo / y en direcciones diversas / se oyeron claros, distintos, / en algazara confusa, / muchos y varios ruidos, / ya el arrastrar de las lanzas / con estridente chirrido, / ya al remover las monturas / el choque de los estribos, / ya el patear del caballo / y su impaciente relincho, / ya de quien sube o quien baja / los pasos firmes y vivos, / las voces de los que piden / algún objeto preciso, / y por último, el mandato / severo é imperativo / de ¡en marcha! ¡pronto! / con sequedad repetido.

El más profundo silencio / reinó después del bullicio, / y empezaron los jinetes / al mando de Vallecillo, / con seriedad mal fingida / y placer mal contenido, / a marchar uno tras otro / hacia el ferrado rastrillo, / y a descender comenzaron / prudentes y precavidos, / por lo áspero y pedregoso / del empinado camino.

V

Aun bañaba el Occidente / el resplandor vespertino, / que pálido se asomaba / entre girones tupidos, / cuando recibió el Alcaide / un breve y urgente escrito / que apresurado le manda / su teniente Vallecillo.

Qué pueda decir, se ignora; / pero se sabe de fijo / que ha de ser cosa muy grave, / según lo duro y fruncido / que le ha puesto el entrecejo / al Alcaide del castillo; / hay además otro dato / comprobante y fidedigno / de la gravedad que encierra / el pliego que ha recibido, / y es que, alterado y nervioso / a su ballestero ha dicho:

—Los caballos y peones / estén todos pronto listos, / para partir enseguida / do se encuentra Vallecillo.—(1)

(1) Aunque no hemos podido encontrar la fecha exacta de esta expedición, y por consiguiente la de la gloriosa hazaña que reseñamos en este Romance, puede asegurarse sin muy sensible error, que fué en los últimos días de Febrero ó primeros de marzo de 1408.

A la siguiente mañana / y en la mitad del camino, / el galopar escucharon, / lejano pero distinto / de numerosos corceles, / a juzgar por el bullicio; / y torciendo el derrotero / se emboscaron con sigilo / en una espesura agreste / de altos y copudos pinos.

A poco, tropel cercano / y confuso vocerío, / de los que ocultos estaban / claro llegó a los oídos, / y observaron con asombro / a los nuestros perseguidos / y acosados por las tropas / del musulmán enemigo.

Cayendo los emboscados / sobre ellos de improviso, / se trabó tan fiera lucha / y horrible, desde el principio, / que el estridor de las armas, / los desaforados gritos / desesperados, rabiosos, / cual salvajes alaridos; / las blasfemias de los unos / por el tajo recibido, / las injurias de los otros / cegados y enfurecidos; / la general barahúnda, / el infernal laberinto / de golpes, acometidas, / de lamentos y gemidos / que angustiados se escapaban / del que rodaba vencido; / todo este fiero alboroto / sanguinario y terrorífico, / anonadaba, turbando / el ánimo y los sentidos; / y no es fácil se prolongue / ni fácil el resistirlo, / que aunque ha llegado el combate / hasta el brutal paroxismo, / son demasiado los muertos, / bastante más los heridos, / y muchos son los que huyen / por el terror impelidos, / gritando como dementes / presa de febril delirio.

Del heroico MELGAREJO / no han desmayado los bríos, / y la vengadora espada / que esgrime feroz y activo, / ni tiene un punto reposo / ni tajo con desperdicio.

Así, que su fuerte acero / tales miedos ha infundido, / que los muslimes, mermados / con muertos y fugitivos, / de impotente desaliento / dejan entrever los signos, / que en vano velar pretenden / con mal oculto artificio; / y aprovechando los nuestros / tan favorables indicios, / el último esfuerzo hacen, / y de ¡Santiago! al grito / alzado por MELGAREJO, / rabiosos y enfurecidos / se arrojan como leones, / y dan sobre el enemigo / tan tremenda acometida / y golpe tan decisivo, / que al fin quedó el sarraceno / derrotado y sometido.

VI

Está de fiesta Zahara, / todo en ella es regocijo; / pues la locuaz alegría / y el contento sugestivo, / rápidos como el incendio / todo el pueblo han invadido, / desde la choza del pobre / a la vivienda del rico; / y en el pecho zahareño / da el corazón tales brincos, / que en la garganta se ahoga / del loco entusiasmo el grito; / y hay quienes lloran de júbilo, / que también el llanto mismo / es en la explosión del gozo / un refrescante rocío.

Es causa de este contento / tan profundo cual justísimo, / el que su bizarro Alcaide / al musulmán ha vencido / en fiera sangrienta lucha, / y en triunfo lo han recibido / todos, pequeños y grandes, / con desbordado delirio.

Traen acémilas cargadas / del botín cuantioso y rico (1) / apresado a los infieles; / y los que hicieron cautivos, / como perros en traílla / amarrados han venido, / llenos de lodo y vergüenza / siendo del pueblo ludibrio, / que a su paso por las calles / los insultó enfurecido; / pues en ellos no veían / al humillado y vencido, / que deben mirar los ojos / piadosos y compasivos, / sino cual se mira siempre / al salvaje forajido / que se goza en la matanza / de seres inofensivos, / y en el robo y el pillaje / cifra su placer más íntimo.

Así el pueblo zahareño / obra con tales vencidos, (1) / que no lástima merecen / sino desprecio y desvío, / por su villana conducía / y sus enormes delitos.

(1) Afirma el P. Rallón en su Historia de Xerez, que el botín apresado en esta memorable hazaña de Fernández de Melgarejo, «después que se vendió, montó cuarenta mil maravedís», tomo III, pág. 24. Traducida dicha suma a nuestra moneda actual, y tomando como tipo, no el Alfonsí de oro, maravedí equivalente a 50 reales, sino el pardo o negro que valía 5 rs., da un total de 200.000 rs.

En cambio, con alma y vida, / gozoso y agradecido, / de FERNÁNDEZ MELGAREJO / xerezano nobilísimo / y bravo Alcaide de Zahara, / se celebra el heroísmo / con tan profunda alegría, / con entusiasmo tan vivo, / que si al pueblo le valiera / le alzaría como a un ídolo, / un trono donde alabanzas / le prodigara efusivo: / tanto por el nuevo triunfo / se siente de enardecido, / que al aclamar jubiloso / a MELGAREJO el invicto, / a la garganta le pide / sus más resonantes gritos, / y al corazón generoso / sus más ardientes latidos.