lunes, 30 de mayo de 2016

El cura loco que pensó descubrir Tartessos al pie del cerro de la Bola (Jerez, 1923).


Había una vez un indescriptible hombre llamado Ventura Fernández López, presbítero. Había nacido en 1866 en un pueblo remoto de Santander, llamado Bárcena de pie de Concha, al sur de Torrelavega. Recientemente, inspirándose en la curiosa vida de este sacerdote, el joven escritor Mancus Polvoranca ha escrito la no menos curiosa novela de misterio “La gran pirámide invertida de Toledo. Una aproximación razonada y heterodoxa al mito, según las aportaciones y estudios de don Ventura F. López Enigmas, misteriosos e inexplicables”. El autor de esta novela la promociona así: “Toledo, año 1924. Un extraño hallazgo pone al padre Ventura tras la pista de un misterio que se cierne sobre la ciudad, quién sabe si desde el principio de los tiempos. Un secreto que podría hacer cambiar la historia del mundo y la de este excéntrico sacerdote, aficionado a la arqueología y a todo lo que tenga que ver con lo insólito… Misterio, emoción e intriga en un Toledo mágico, enigmático y apasionante, de la mano del inolvidable padre Ventura”:

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Efectivamente, el personaje real Ventura Fernández López vivió en Toledo mucho tiempo y firmó algunos trabajos con el extraño pseudónimo Venzel Prouta. Y estando en la capital de los visigodos excavó algunas cosas como, por ejemplo, los restos del circo romano en 1915. En Toledo se le conocía popularmente como ‘el cura loco’. Desarrolló su actividad literaria en varios géneros, como el ensayo, la novela, el teatro o la poesía. En una web de escritores cántabros se nos informa del conjunto de sus obras: “las novelas “El filibustero” (1893) y “Los niñongos” (Toledo, 1898). Los sonetos “Teologales” (Madrid, 1895), el poema “Un sueño” (1897), el canto épico “La Rota” (Toledo, 1901), el ascético “Práctica de la vida espiritual” (1902), el drama “Don Quijote y su escuela” (1905), el estudio “Homenaje a Toledo con motivo de la transición de los restos de Garcilaso de la Vega” (Toledo, 1900), y otras obras como “Apuntes de arqueología y bellas artes”, etc.

Jesús Cobo, en su documentado artículo “Elogio de la locura y menosprecio de la necedad (Necedad y locura en don Ventura F. López)”, revista Archivo Secreto, nº 6 (2015), pp. 198-227, nos ofrece del padre Ventura una rigurosa biografía, accesible on line, donde también nos explica que en Toledo nuestro personaje era conocido como “el cura loco” por su apasionado y singular carácter, además de por su dedicación a la resolución de misterios arqueológicos, visitas a cuevas, búsqueda de tesoros y antigüedades, etc. Algo así como un Indiana Jones español de principios del siglo XX. Dice de él: “En todos los niveles sociales tuvo amigos y enemigos; todos se burlaron de él y a todos consiguió irritar. Como la anguila: nadie —salvo su propia enfermedad— fue capaz de agarrarlo. Una libertad indómita e irreprimibles anhelos de notoriedad: mala mezcla”.

Jesús Cobo nos informa de algunos hilos que relacionan al padre Ventura con Jerez y Cádiz: “Es posible que la relación con los ‘guzmanes’ de Jerez de la Frontera, que ignoro dónde y cómo se había establecido, le animase a solicitar el reingreso en el profesorado de enseñanza media, pretendiendo la plaza del instituto de Cádiz, que le fue concedida por Real orden del 23 de mayo de 1923. Ya en Cádiz, fue nombrado igualmente profesor de las escuelas normales del magisterio. Tengo muy pocos datos de este periodo de su vida. En su breve opúsculo El templo de Melkart en Toledo, alude a excavaciones suyas en la bahía de Cádiz, en busca de restos fenicios y tartésicos en la desembocadura del río Guadalete. Dice haber encontrado “entre Jerez y Puerto de Santa María uno de los ex votos” que se ofrecían a Melkart, “un aerolito en forma de cabeza de carnero”, que regaló al museo Vaticano. Sus peculiaridades le hicieron enfrentarse al obispo de Cádiz, don Marcial López Criado, y dieron lugar a la instrucción de un expediente disciplinario que se resolvió con su separación definitiva del profesorado en julio de 1926. Don Ventura achacaba la pérdida de su cátedra a la incomprensión que había suscitado su regalo del aerolito”. ‘El cura loco’ escribió una novelita sobre don Quijote, en 1922, dedicada precisamente a Pedro Nolasco González de Soto, Marqués de Torre Soto, “mentor de altas empresas en Jerez de la Frontera” (según la dedicatoria).

 
Y en la Gaceta de Madrid de 27 de julio de 1923 encontramos la autorización legal de las excavaciones que Ventura Fernández quería hacer en “La Bola” de conformidad con la Junta Superior de Excavaciones y Antigüedades “y lugar que en el croquis que a la instancia acompaña se designa”, siendo el dueño de los terrenos donde se excavó D. José Ramón Aparicio, probablemente el mismo que levantara en 1936 una barriada obrera en Picadueña. La autorización tiene el visto bueno de Joaquín Salvatella, ministro de Instrucción Pública y Bellas Artes en ese momento. Hemos comprobado que, lógicamente, también el permiso mencionado, por Real Orden de 18 de julio de 1923, queda mencionado en una Memoria de la Secretaría de la Junta Superior de Excavaciones y Antigüedades. También aparece la autorización dada a Jorge Bonsor -que por aquella época andaba con Schulten en Doñana- para excavar en Jerez, en “Cerro de la Fantasía o Peñón de Benajú” (Real Orden de 2 de junio de 1922).
 
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Pues bien, en 2/12/1923 publica nuestro Ventura F. López en la primera página de El Guadalete un articulito titulado “Vuelta al Tartesos”, en 5/12/1923 otro titulado “El alma del Tarteso” y en 7/12/1923 uno más bajo el nombre “En pleno Tarteso” (este último citado por Diego Ruiz Mata en “El poblado orientalizante del Castillo de Doña Blanca…”, Rev. Hª del Puerto Sª María, nº 1, 1998, pp. 9-24). En el primero señala que él no ha olvidado su búsqueda de la ciudad de Tartessos y que estaba esperando a que Schulten se pronunciara sobre sus prospecciones en Doñana (“ha tenido la honradez de confesar que no ha descubierto nada”). Añade que vino un catedrático de prehistoria –no cita el nombre– a comprobar su enfoque sobre la cuestión de Tartessos en el cerro de la Bola, corroborándolo. Señala que fueron los griegos quienes reconstruyeron la ciudad de Tartessos en Doña Blanca. En el segundo, muy literariamente, se refiere el padre Ventura a unas extrañas voces fantasmales que una pastorcilla de los alrededores del Castillo de Doña Banca oía procedentes de “la voz mágica del Tarteso”… y dice que él quiere descubrir los misterios de la mítica ciudad y atraer “al encanto de ellos esa nube de turistas que otean por el mundo impresiones nuevas, siempre henchidos de ilusiones, siempre anhelantes…”. Y en el tercer artículo el peculiar padre Ventura repite que la ciudad de Tartessos está bajo los restos griegos que están bajo los restos romanos, rematando sus escuetas referencias con esto: “Nuestro guía por fin, que lleva toda la vida cultivando aquellos terrenos, nos habla de jáquimas de caballos y ajorcas de oro en ellos encontradas que tiempo ha que vendió a anticuarios y chamarileros”.

 
Ventura F. López, que mencionó al jerezano general Primo de Rivera en uno de esos artículos de El Guadalete que hemos comentado (“si la instancia que hacemos al ilustre Presidente del Directorio Militar, tan enamorado de su pueblo, merece que se consigne alguna cantidad en el próximo presupuesto…”) no lograría que el mundo científico centrara su atención en el enclave de Doña Blanca. Luego vendrían otras muchas cosas relacionadas con Tartessos; una de ellas de la mano del general Franco, como fue el muy llamativo Decreto 3383/1973, de 21 de diciembre, por el que se declaraban de utilidad pública, a efectos de expropiación forzosa, diversos yacimientos arqueológicos de excepcional importancia para el conocimiento del reino de Tartessos, en el bajo Guadalquivir (BOE de 16/01/1974), y por el cual poco conocido decreto el yacimiento de Asta Regia debió quedar expropiado -según se señala en él- a favor del estado español conforme al artº 10 de la Ley de Expropiación Forzosa de 16/12/1954.