ROMANCE VI
FERNÁN NÚÑEZ DE ÁVILA (1)
(1308)
(1) Este Ilustre xerezano cuyo
antiguo apellido era Muñoz Godo, con solar en Ávila, de donde se deriva su apellido,
se halló, según afirma Bmé. Gutiérrez en su Hª de Jerez, tomo III, pág. 134,
además de la batalla gloriosa que reseñamos en este Romance, en la del Salado; estuvo
asimismo, en la que fue muerto Abu-Malik por Diego Fernández Herrera; asistió á
la toma de Algeciras, al sitio de Gibraltar y a la guerra que contra Aragón
tuvo el rey Don Pedro el Cruel.
I
A toda prisa cabalgan / sobre
fogosos corceles, / que llamas abrasadoras / por sangre en las venas tienen, / varios
bizarros guerreros, / cuyas lanzas relucientes / y bruñidas armaduras / y
brilladores almetes, / observados á distancia / con atención persistente, / más
que bélicos arreos / de lidiadores, parecen, / cuando con sus rayos rojos / báñalos
el sol poniente, / ascuas de una inmensa hoguera / que el aire voraz enciende.
De una ladera frondosa / por entre
el sembrado verde / á galope atravesaron / los valerosos jinetes, / hasta
alcanzar la espesura / de la inculta sierra agreste, / en cuyo seno escabroso /
el galopar entorpece, / ya el selvático ramaje / o del suelo el accidente; / mas
les precisa cruzarlas / por aquel lugar, á trueque, / de llegar tarde al
Castillo / de Tempul, trinchera fuerte, / sobre la cual hay noticias / fidedignas
y recientes, / que la contraria fortuna / amanazante se cierne.
Como esforzado caudillo / de la
distinguida hueste, / va FERNÁN NÚÑEZ DE AVILA, / que en lo atrevido y valiente
/ habrá algunos que le igualen, / pero no quien le supere.
Van entre los que le siguen / deudos
suyos y parientes / y esforzados compañeros (1) / que tal fe en la empresa
tienen / y tan clara la victoria / á su decisión se ofrece, / que se les va
haciendo tarde: / y el tiempo que pasa sienten / en darle al muslim osado / una
prueba contundente / de la bravura y el odio, / que provocadores hierven / dentro
del pecho cristiano, / que al musulmán aborrece.
(1) Dice en confirmación de ello el
ilustre Bertemati en su Discurso sobre las Historias y los historiadores de
Xerez, p. 140: «Bravo fué hasta la temeridad Fernán Núñez de Ávila, con sus
deudos y nobles compañeros que puestos los centelleantes ojos en el pendón
enemigo, le persigue allende la frontera de Tempul y le arrebata la real
enseña, que aumenta con sus blasones los blasones de su escudo».
II
De la ciudad xerezana / hacia el
apartado Oriente, / existe una cordillera, / cuyas abruptas vertientes / campos
de opuestas regiones / con sus peñascos defiende; / de impedimento y barrera / á
los de Xerez sirviéndole, / contra la torpe amenaza / de los moriscos lebreles,
/ por conquistar nuestra tierra / que invencible se defiende.
De la sierra pedregosa / en lo más
alto y agreste, / hay un soberbio castillo, / cuya contextura fuerte / y
elevación prodigiosa, / á quien lo mira sorprende; / pues las negruzcas almenas
/ que lo coronan, parece, / que entre las errantes nubes / en ocasiones se
pierden.
Dos lustros escasos hace (1) / que
á los cobardes infieles / el Infante de Castilla (2) / con su valerosa gente, /
junta con los xerezanos / aguerridos y valientes, / lo arrebató en lid
sangrienta / de entre las garras aleves, / a los moros de Algeciras, / que
desde esa fecha vienen / con celadas y sorpresas / tendiendo traidoras redes, /
por conquistar de Tempul (3) / la fortaleza eminente.
(1) Aun cuando están discordes los
autores consultados, respecto á la fecha en que ocurrió el hecho famoso que
reseñamos en este Romance, pues mientras unos lo suponen acaecido en el año de
1288 (?), otros aseguran que fue en 1308, nos hemos decidido por la última de
estas fechas por parecemos la más probable.
(2) Dice á este propósito el P.
Rallón en su Hª de Jerez, tomo II, pág. 204: «Y fue luego (año de 1300) a
cercar un castillo que era de los moros de Algeciras, nombrado Tempul, que es
muy fuerte lugar, e tan alineado estaba el Infante D. Pedro, e tan recio fue a
combatir este castillo, que luego fue tomado, e tomaron los moros por él muy
grau quebranto, por la pérdida que ahí ficieron de este castillo, y después que
fue tomado, tornóse este Infante D. Pedro para Sevilla, de done salió el Rey y
la gente del Reino.
(3) El 3 de Diciembre de 1351, dio
el rey D. Alonso XI por juro de heredad, el castillo y villa de Tempul, á D.
Alonso Pérez de Guzmán, quien había recibido como merced especial de D.
Fermando IV, en 1312, el mencionado castillo y término de Tempul. (P. Rallón, Hª
de Xerez, tomo II, pág. 208.)
Los cristianos vigilantes / la
custodian y guarnecen / con tan solícito empeño / y con fervor tan ardiente, / que
al moro en sus intentonas / audaces como frecuentes, / ni le ha valido la
astucia / que cautelosa los mueve, / ni aun la esperanza del número / de sus
desalmadas huestes.
Mas no por ello desmaya / ni su
ambición desfallece, / que sus miradas rapaces / fijas en Tempul las tiene; / y
en un rapto de soberbia / que su baja sangre enciende, / ha jurado será suyo, /
aunque por ello le cueste / la pena de la derrota / y el suplicio de la muerte.
III
Las continuas correrías / de la
morisma impaciente, / sólo por tener en jaque / y en alarma permanente / á la
milicia cristiana, / que valerosa defiende / el territorio y la hacienda, / no
cesa ni retrocede / en sus audaces propósitos; / y en su obcecación no advierte
/ que los altivos cristianos / no se abaten impotentes, / ni al número ni a la
fuerza / de los menguados infieles, / ni del invadido suelo / un solo palmo les
ceden.
Dueños de las Algeciras, / que con
empeño sostienen / los sectarios del Profeta, / por tener del mar allende / el
territorio africano / que seguro les ofrece / asilo en la retirada / inesperada
y urgente, / como el refuerzo inmediato / de bastimentos y gente / en los
instantes más críticos / y graves, cuanto frecuentes; / señores, al fin, por
fuerza / de puerto tan conveniente, / por los preciosos recursos / que del
África les vienen, / y al interior, las algaras / repetidas é insolentes, / que
al pechero, al hacendado / en espectación mantienen, / por los robos y
atropellos / que sin conciencia cometen; / son las causas poderosas / que en
Algeciras los tienen / sujetos y entre murallas / inexpugnables y fuertes.
Pero el afán de conquista / su
sangre agarena enciende, / y cuando los campos corren / a Tempul se acercan
siempre, / y la ambiciosa mirada / en sus almenas detienen, / como los
hambrientos lobos / ante el corderillo inerme.
En la rapaz correría / que hicieron
últimamente, / con torva intención llegaron / al pie de la sierra agreste / de
Tempul, en cuya cima, / se alza el castillo potente.
Las moriscas azagayas / el aire
veloces hienden, / al ser lanzadas de manos / de los muslimes rebeldes, / y aun
cuando al fuerte no alcazan, / con claridad se comprende / que provocación o
lucha / los tales hechos envuelven.
Además, en campo abierto, / y al
lejos, mirarse puede / numeroso peonaje, / que en grandes masas se extiende / hacia
el confín apartado / de la empinada vertiente; / y por último, más cerca, / con
sus blancos alquiceles / y sus marlotas de púrpura, / se ven sobre los corceles
/ armados de agudas lanzas, / muchos y apuestos jinetes.
Todo anuncia á grandes voces / algún
peligro inminente; / y por los aprestos bélicos / que a las miradas se ofrecen,
/ una sangrienta batalla / el más cándido presiente.
IV
Del centenario Castillo / en el
interior, se advierte / no acostumbrado barullo, / algazara no corriente, / por
ser tranquilas y honradas / las tropas que lo guarnecen.
Pero algo anormal ocurre, / algo
temible acontece / que en el ánimo de todos / nefasta influencia ejerce, / cuando
presurosos corren / y acelerados se mueven; / unos buscando sus armas, / otros
van echando pestes / por la escalerilla angosta / cual si despeñados fuesen; / aquél
pregunta aturdido, / mientras le contesta éste / atolondrado y confuso / con
frases incoherentes; / suenan golpes en el suelo, / chirridos en las paredes / de
algo que rueda y se cae / ó que choca fuertemente; / todo ello, acompañado / de
palabrotas soeces, / a grito herido lanzadas / o ya dichas entre dientes.
En el patio del Castillo, / el
patear impaciente / óyese de los caballos, / y de acá para allá, vense, / escuderos
con monturas / y con ferrados arneses, / que aun sin mirarlos coloca / a cada
cual diligentes, / éstos a los caballeros, / y aquéllas a los corceles.
Todo anuncia sin ambajes / ni disimulos
prudentes, / que el instante se aproxima / inesperado y solemne / de partir a
la pelea / contra el muslim insolente, / que há tres días acampado / está del
Castillo enfrente, / y provocador aguarda / que la batalla comience.
V
En medio de tal barullo / que la cabeza
enloquece / y a los excitados nervios / en continua tensión tiene, / se ve
mudo, preocupado, / y aunque callado, impaciente, / al Alcaide del Castillo / de
uno a otro lado moviéndose, / en ocasiones pausado, / precipitado otras veces,
/ cabizbajo, cejijunto, / y de mal talante siempre: / es seguro que en su pecho
/ hay tempestades latentes, / y que si del pecho abortan / furibundas e
imponentes, / arrollarán destrozando / lo que ante su paso encuentren.
Hacia el cerrado rastrillo / con
terca ansiedad se vuelve, / cada vez que en sus paseos / pasa del rastrillo
enfrente, / y contrariado murmura / frases que apenas se entienden, / pues es
su iracundia tanta, / que la palabra rebelde, / tiembla al salir de los labios
/ y en ellos trémula muere.
Así el tiempo se pasaba; / así los
instantes breves / que en los momentos de angustia / duración eterna tienen, / sin
que la ansiedad se calme, / ni sus ardores se templen; / cuando en su
intranquila marcha / detúvose de repente, / y como quien olfatea / la presa que
se apetece / y que se busca afanoso / con insistencia vehemente, / quedó parado
á pie firme / cual si clavado estuviese / en el pedregoso suelo; / y alzando la
adusta frente, / antes ceñuda y sombría, / ahora tersa y casi alegre, / ávido y
atento escucha / ecos lejanos y leves / de un rumor que sus oídos / con emoción
viva hiere; / y...—¡Pronto al rastrillo! grita; / ¡paso libre á los que vienen!.
En efecto, jadeante, / en el
rastrillo aparece / con FERNÁN NÚÑEZ DE ÁVILA / su hidalga y lucida hueste.
VI
Aun poblaban el espacio / las
tupidas lobregueces, / que la sosegada noche / con grave silencio tiende, / cuando
a bajar comenzaron / por la escabrosa pendiente / de la sierra enmarañada / por
el ramaje silvestre, / el belicoso peonaje / y los bizarros jinetes, / que
FERNÁN NÚÑEZ DE ÁVILA / acaudilla; que obedientes / todos, pequeños y grandes /
a su mando se someten, / pues saben que bien probado / el valor heroico tiene,
/ y que el odio a la morisma / su sangre cristiana enciende / con fuerza tan
poderosa / y con llamas tan ardientes, / que al decidirse indignado / a luchar
con los infieles, / no hay poder que le detenga / ni peligro que le arredre.
Así, que la confianza / los ánimos
enardece / en proporciones tan grandes, / que hasta el más débil se cree, / capaz
de vencer él solo / toda la enemiga gente.
Cuando empezó la mañana / vaporosa
cuanto alegre, / a esparcir sus claridades / desde el apartado Oriente, / llegó
a la extensa llanura / FERNÁN NÚÑEZ con su hueste, / y tomando posiciones / de
los muslimes enfrente, / a una señal convenida / los dos bandos se acometen / con
furor tan enconado / y rabia tan imponente, / que la carnicera lucha / tal
horrible aspecto adquiere, / que más que lucha de hombres / de hambrientos
lobos parece.
Los rallones y azagayas / son
tantos y tan frecuentes, / que instantes hay, que del cielo / la clara lumbre
obscurecen, / y asoladora ruina / siembran y espantosa muerte.
Los cristianos mucho atacan; / mucho
con su arrojo pueden, / y prodigios de bravura / tan inusitados vense, / que
cada empuje es un rasgo / de abnegación sorprendente.
Pero mucho se resisten / los
castigados infieles, / que antes la ardorosa lucha / al vencimiento prefieren,
/ por lo que desesperados / como fieras se defienden, / y no hay medios que no
pongan / ni recurso a que no apelen.
En uno de esos empujes / furiosos y
efervescentes / con arrojo temerario / que su vida compromete, / el invicto
NÚÑEZ DE ÁVILA / se lanza como un rehilete, / al lugar donde el muslime / su
Real enseña tiene, / y con valor tan heroico / al que le lleva acomete, / que
el pendón apetecido / triunfante del moro obtiene, / después de sangrienta
lucha / y de heridas tan crueles, / que a no encontrarse en las manos / de tan
esforzado héroe, / el pendón, lo recobraran; / pues la roja sangre hirviente / que
se escapa a borbotones, / tras sí lleva el vigor fuerte, / y no hay brazo que
no rinda / ni cuerpo que no doblegue.
El desconcierto y el pánico / en
tales términos crece, / juntos con el vocerío / y alaridos estridentes, / que
de acorraladas fieras / y no de humanos parecen; / y al ver su pendón, trofeo,
/ del cristiano, se revuelven / rabiosos y enfurecidos / como turba de
dementes.
Mas al contemplar los últimos / rotas
sus filas, sin jefes, / y a todos que atropellados, / hasta los mismos jinetes,
/ huyen a la desbandada / por caminos diferentes, / antes de ser prisioneros / pasar
por cobardes quieren, / y en precipitada fuga / del llano desaparecen; / mas
dejándolo cubierto / de cadáveres inertes, / que el alto triunfo pregonan / de
nuestras heroicas huestes.
VII
Así FERNÁN NÚÑEZ DE ÁVILA / ganó
los trece róeles, (1) / que no cual moriscas lunas, / sino cual soles lucientes
/ habían de bañar profusos / con resplandores perennes, / lo glorioso de su
hazaña / de su escudo los cuarteles, (2)
(1) Afirma Parada en sus «Hombres ilustres
de Xerez» que los trece roeles que aparecen en el escudo de Fernán Núñez de Ávila,
están en memoria de las trece lunas bordadas que tenía el Real pendón ganado a
los moros por dicho caballero en la batalla de Tempul. El P. Rallón, agrega a
los roeles: «Dos águilas a los lados de un pino, en campo de oro».
(2) El escudo del noble linaje de
los Dávilas o de Ávila, lleva en campo de oro dos águilas negras coronadas de
oro y lenguas rojas, y en medio de ellas un pino, bajo cuyas raíces se descubre
un roel, y los otros doce, todos do color azul, seis van debajo de cada águila
y a cada lado del pino. Véase la casa núm. 11 de la plaza del Arenal, el escudo
situado al pie del modillón primero de la izquierda, y la casa magnífica de los
Dávilas, plaza de Benavente. En una casa de la calle del Canto que hace esquina
frente a las Siete Revueltas (Melgarejo), hay un escudo de esta noble familia
sobre la portada; lleva una orla de nueve aspas. Algunos de este linaje, como
son los Rendones, usan los trece reeles por orla.
que nobles hechos pregonan, / y con
signos indelebles / a través del tiempo digan / a las venideras gentes, / cuánto
puede el heroísmo, / la abnegación cuánto puede / si es la defensa legítima / de
la patria quien los mueve, / o del honor ultrajado / la indignación vehemente,
/ que ni tiembla ante el peligro / ni cobarde retrocede.