Cultura no es que
alguien sepa tocar muy bien el violín barroco de marfil del Museo de Yaquisiera
o que alguien escriba un soneto gongorino que solo podría degustar un marqués
del s. XVII viviendo en el palacio de Noteolvido, o que alguien escriba, como
en este caso, una diatriba más o menos abstrusa sobre la importancia de. Cultura
es, como dice el frontispicio de la vieja revista del Ateneo de Jerez de los
años 20, “…aquel es culto, que cultiva de
suerte su poema que no dexa cosa áspera ni escura, como un labrador un campo;
que eso es cultura…” (Lope de Vega, La Dorotea, acto IV).
Así que la clave de la Cultura, que Lope de Vega compara con un poema (belleza, delicadeza, espiritualidad, humanismo, transformación de la sensibilidad, etc.), estaría en la habilidad de labrar primorosamente, como por ejemplo hacen los campesinos de Trebujena con sus viñas, el producto que ha de formar parte de lo que, con letras mayúsculas, llamamos Cultura (una obra de teatro, una escultura, un libro, una fotografía, un monasterio… el conjunto de todas estas cosas). Cultura es primor, delicadeza, inteligencia.
Yo creo que la Cultura
es, sobre todo, un bien público que procede en buena medida de la capacidad
creativa de las personas y de los grupos sociales para la evolución del
espíritu humano. Es decir: a) es, sobre todo, un bien público, b) es un fruto
de la capacidad de creación de los seres humanos (en lo que coincide con la
Ciencia o con la Política), c) la hacen las personas y los grupos humanos (no
me refiero a los políticos desde sus egóticas y ridículas poltronas), y d)
tiene como objetivo la interpretación, expresión y disfrute de las realidades
de las que formamos parte o no. Aunque la Cultura no es pura diletancia, sí cae
en el ámbito de lo recreativo, pienso yo. ¿La Filosofía o la Historia como
productos recreativos?. Sí, eso pienso, ya que la ciencia de todas las
ciencias, la Agricultura, es la que se encarga de todo lo que no sea
recreación, sino holgada subsistencia.
Seguro, seguro que alguien me dice: eh, Cristóbal, qué tiene que ver José Manuel Naredo, la economía y la ideología con la Cultura de la que nos hablas en este artículo (ni me entretengo en contestar):
Seguro, seguro que alguien me dice: eh, Cristóbal, qué tiene que ver José Manuel Naredo, la economía y la ideología con la Cultura de la que nos hablas en este artículo (ni me entretengo en contestar):
Todas estas insoportables
disquisiciones vienen a que en un mundo como el de hoy no podemos seguir
consumiendo la Cultura como si fuera una camiseta de moda, o un nuevo coche, o
un perfume de Dios (o Dior). ¿Un pésimo chiste?. Sí, lo es, pero peor todavía es
el chiste en que se ha convertido la Cultura en manos de los poderosos
comerciantes… es decir, un producto fruto no de la creatividad, sino del
negocio (algunos listos han convertido la Cultura en absolutamente mera recreatividad). La Cultura entendida
como una tarde en el teatro, para ligar, para hacer negocios, para exhibirse,
para buscar pactos de poder, para amenazar con una mirada, para cuchichear,
para fardar luego de que vi la obra… eso no es Cultura. La Cultura patatera,
oficialista, ni fu ni fa, mema, mediocre, políticamente correcta, neutra,
bananera, gris y discreta de los ministerios de Cultura y de las Consejerías de
la galaxia reinante… aburren y matan el espíritu del más pintao. Eso no es
Cultura, sino adoctrinamiento rutinario al modo en que los pórticos de las
iglesias medievales (ahora tan bellos) barnizaban teológicamente las mentes de
la gleba.
Hombre, de verdad,
seamos sinceros, seamos seres realmente vivos y no de cartónpiedra
bienpensante, vayamos al grano por una vez en nuestras vidas públicas: la
Cultura es necesaria hoy más que nunca para poder transformar esta sociedad
biocida en otra que preserve la vida y la dignidad humana…. Ya sé yo que habrá
algún lumbreras que me diga que la mera descripción, novelística por ejemplo,
de la ecobasurización general en que vivimos también tendría derecho a ser un
gran producto cultural si la obra está bien pergeñada. Y yo respondo: claro¡¡,
pero para que podamos salir del holocausto general hacia el que vamos. En ese
último “para” está la clave.
Me explico mejor. Igual
que al término de la SGM el tema único (Dios había muerto hacía al menos 50
años atrás) eran el holocausto judío y las armas de destrucción masiva, hoy lo
es la degradación progresiva y rápida del medio ambiente hasta el punto de la
destrucción general del planeta. Ese es el tema, el único tema, el gran tema,
el teleológico tema, el posible temible fin de la historia de la vida conocida.
En consecuencia, la Cultura tiene que ser no solamente una herramienta que
sirva para frenar el biocidio general al que nos abocan las dementes autoridades
políticas y los estúpidos poderes financieros, sino que tiene que ser el marco,
el objetivo contextual, la matriz, donde ocurra el cambio urgente que
necesitamos.
Ahora la Cultura
Occidental, patriarcalista, destructiva y antidemocrática, está imponiendo una
visión absurda, muy peligrosa y muy oscura de nuestro futuro. Entonces, se
trata de hacer girar 360º esa Cultura asesina hacia otra que tenga en la Madre
Tierra su centro. Es más, están marcados ya los cuatro ejes de esa nueva
Cultura: ecología, feminismo, pacifismo y dignidad laboral. Es decir, en
simples palabras más que conocidas: respeto de los derechos humanos de todos y
todas, frente al devoracionismo y la contaminación que nos impone el
Capitalismo.
Personas como Ayuso,
Casado o la marquesa, dicen que la izquierda somos unos totalitarios por querer
detentar el copyright de toda Cultura, el quid ético de todos los tiempos, etc.
Y tienen razón, sí, porque ellos son los que no advierten que vamos a pique con
su Cultura de toros, cacerías de elefantes y fábrica Disney hasta para el gato.
No quieren, incluso por la vía de la negación de los hechos, como hace el loco
Trump, darse cuenta de la peligrosa espiral en la que nos encontramos por haber
seguido el pútrido sendero del “laissez faire”.
Ahora la Cultura, por
tanto, no puede seguir siendo un producto de consumo, un divertimento, una
diletantura mema y decimonónica a favor del abismo. En Jerez, por ejemplo, no
podemos seguir girando alrededor de la estatua de Primo de Rivera en la plaza
del Arenal; más nos vale darnos cuenta, a toda velocidad, de que hemos de
restaurar el sentido original de la plaza, a saber, la celebración de la traída
del agua de los manantiales de Tempul; mucha cuenta simbólica nos trae
restaurar el culto al agua limpia y defenestrar a los generales fascistas que
figuran en el pedestal de la misma y que nos trajeron las dictaduras de Primo
de Rivera y de Franco. En Jerez, tenemos una ventaja sobre muchas poblaciones y
ciudades, y es la cultura internacional y alegre del vino exquisito que
producimos. Es decir, nuestra vocación mundial de siempre debe ayudarnos a
enfocar el s. XXI con un renovado sentido de la solidaridad internacional y de
los negocios sostenibles (como debería ser el del vino ecológico de Jerez).
Es hora de abandonar
viejas mentalidades rancias, absurdas, negrucias, que huelen a humedad y a
cucarachas recorriendo callejones lamiosos por donde solo transitan los
miedosos. Es hora de alejarse de ese poderoso miedo paralizante y de los
mensajes hábilmente retrógrados. Hay que abrir los corazones, hay que apostar
sobre todo por la Cultura, la Educación y los jóvenes. Basta ya de
desaprovechar el tiempo dando pan y circo barato a la gente a través de
televisiones basura. Mejor la Cultura en directo de los festivales, las
convivencias, el gusto por la vida y la alegría. Andalucía, nuestra antigua
Cultura verde y blanca, puede ser un buen catalizador contra la xenofobia;
puede ser una buena bandera para la multiculturalidad que ahora, más que nunca,
más que nunca, más que nunca, tanto necesitamos.