[18 de julio: Día contra la dictadura franquista]
Mucha gente ha olvidado
ya, porque así lo ha querido la llamada Transición, que el franquismo planeó y
ejecutó formas de represión social diversas, constantes e integrales. Es decir,
que el franquismo no solo fusiló sin piedad a todos sus opositores esparciendo
sus cuerpos por fosas y cunetas todavía de ubicación desconocidas, sino que
mató la mente y las emociones y los sueños de millones de seres que por la gracia de Dios quedaron
militarizados y fascistizados. Algunos parlamentarios europeos, en un conocido
texto de hace unos diez años atrás, escribieron respecto a la descomunal
represión puesta en marcha por Franco y sus secuaces: “la represión ejercida por el régimen franquista reposaba en gran parte
sobre la complicidad y el sostén de los “españoles ordinarios”. Decenas de
miles de personas respondieron a las exhortaciones del régimen por convicción
política, en razón de prejuicios sociales, por oportunismo o simplemente por
miedo. Denunciaron a vecinos, conocidos o incluso miembros de su familia; ni
siquiera era necesario corroborar las acusaciones pues no era exigida la menor
prueba”.
La
más principal forma de represión, o el marco de ella, fue, en mi opinión, el
acallamiento de cualquier principio de libertad intelectual en base a una
especie de fascismo divino por el cual Franco era el representante de Dios en
España y que, como consecuencia de ello, cualquier persona no fiel al Caudillo
podía y debía ser apartada, denigrada, encarcelada, confiscados sus bienes,
torturada, asesinada, depurada, investigada, etc. Enfrentarse, o siquiera dudar
del régimen y sus prebostes, era enfrentarse a Dios. Y como consecuencia de
este principio político-teológico alguien, fuera quien fuera, dijera lo que
dijera, tuviera la edad que tuviera e hiciera lo que hiciera podía sufrir el
tribunal de la inquisición franquista, en realidad un estado de purga
permanente durante 40 férreos años, con
todas las consecuencias. Y este fue el no anecdótico caso, en Jerez, en mayo de
1938, de una niña jerezana de 15 años llamada Dolores Sánchez, que aquí ofrecemos sucintamente expuesto.
Afortunadamente, se
conservan en el expediente nº 26893 del Archivo Municipal de Jerez unos oficios
que hablan de la instrucción de un consejo de guerra (causa nº 11/1938), en
Cádiz, contra Dolores Sánchez Sánchez. El negociado de Vigilancia del
Ayuntamiento de Jerez remitió un informe al Sr. Capitán Juez Instructor de la
Auditoría del Ejército del Sur, Consejo Permanente de Cádiz, donde le decía
exactamente: “que según antecedentes
adquiridos y que obran en las dependencias de mi cargo, Dolores Sánchez
Sánchez, de 15 años, soltera, hija de Antonio y Ana, de esta naturaleza y
vecindad, con domicilio en el paso a nivel de Montana de este término, no
aparece hasta la fecha con más antecedentes político-sociales y conducta que la
detención de dicha individua por fuerza de este Instituto en 31 de mayo del año
en curso por escribir una carta y poner en el sobre “Viva Azaña y muera Franco,
y viva Azaña aunque me maten”, encontrándose actualmente detenida en la Cárcel
del Partido a disposición de la Autoridad Militar. Dios guarde a V.S. muchos
años. Jerez 4 de julio de 1938. II Año Triunfal. El Capitán Federico Montero.
Rubricado”. Es decir, en el momento en que se redactó ese oficio,
procedente a su vez de la Guardia Civil, la niña llevaba en prisión un mes y
cinco días.
No conozco el
expediente de ese consejo de guerra, ni si se conserva, pero con la información
que acabo de transcribir, y sabiendo que a los padres de Dolores Sánchez se les
investigó inmediatamente y no se hallaron antecedentes políticos de ningún
tipo, uno deduce que la conciencia de aquella niña al régimen debió ser clara e
intensa. Se atrevió a escribir, en el sobre de una carta dirigida a su hermana Isabel,
“Viva Azaña aunque me maten”. Y lo hizo en mayo de 1938, cuando ya debía
conocer de algún modo la sangría que el comandante Arizón había organizado en
Jerez.
El historiador José
Luis Gutiérrez Molina, en su libro La
justicia del terror. Los consejos de guerra sumarísimos de urgencia de 1937 en
Cádiz, narra más de mil casos de juicios políticos (instruidos en unos 450
causas), para el año 1937, en donde se puede constatar la clase de estado de
continua amenaza y persecución judicial en que se hallaba gran parte de la
población, totalmente a expensas de las nuevas autoridades militares golpistas.
Esta
niña, que de algún modo, salvando las distancias, evoca el caso de Ana Frank,
debería ser recordada en Jerez por su valentía, debería tener un nombre de una
calle, por ejemplo la que ahora todavía se llama “Paz Varela” y que va desde la
Plaza del Caballo hasta el recinto ferial. Jerez debería quitar esa peligrosa
mención al funesto comandante Paz Varela y dedicarle esa calle a la joven
jerezana que le enseñó al régimen fascista vencedor que no logró sembrar el
miedo en su corazón.
La Asamblea
Parlamentaria del Consejo de Europa, hace ya unos diez años atrás, denunció las
gravísimas violaciones de derechos humanos cometidas por el régimen franquista
en España y pidió que el 18 de julio fuera considerado “Día oficial de condena
de la dictadura”. En el texto aprobado por esa asamblea se decía respecto a los
niños que el régimen reprimió: “El
régimen franquista invocaba la “protección de menores” pero la idea que
aplicaba de esta protección no se distinguía de un régimen punitivo. Los niños
debían expiar activamente los “pecados de su padre” y se les repetía que ellos
también eran irrecuperables. Frecuentemente, eran separados de las demás
categorías de niños internados en las instituciones del Estado y sometidos a
malos tratos físicos y psicológicos”.
Por todo ello, ahora
Dolores Sánchez Sánchez merece que Jerez repare su memoria, le reconozca el
enorme valor que tuvo a enfrentarse a un consejo de guerra y la recuerde
siempre como un ejemplo a seguir en lo que se refiere a la defensa de los
valores democráticos en los que se supone que esta sociedad se fundamenta.